Si por algo se está caracterizando la segunda etapa de Laporta en el Barça es por su vejación continua a la masa social azulgrana, pese a que los socios son los propietarios del club. Las consecuencias están claras. Se han dado de baja 15.000 socios y unos 60.000 abonados han pedido una excedencia, desconectándose de vivir la experiencia Barça en primera persona. Si el propósito de Laporta era alejar al socio del club y dividir al barcelonismo, lo está consiguiendo. El maltrato a todos los agentes sociales de la entidad no parece tener fin. Laporta está enfrentado a los jóvenes socios de la grada de animación a los que ha castigado con la prohibición de entrada al estadio en su ubicación habitual. Es muy triste ver a los ultras del Betis en las gradas de Montjuïc y a los jóvenes del Barça, en casa.

Ha tratado de desmantelar la Confederación Mundial de Peñas del Barça, auténticas embajadas sociales, incumpliendo su compromiso electoral de respetar y mantener su organización. Y sobre los socios, les ha privado de participar de las decisiones del club con asambleas telemáticas, opacas y ocultando la mínima información obligándoles a votar a ciegas y cortar sus intervenciones a la mínima crítica. Provocó lo que pudo ser una tragedia mundial vendiendo 30.000 entradas a los alemanes del Eintracht repartidos por todas las gradas del Camp Nou y mezclados con los socios abonados culés, que tuvieron que sufrir insultos y menosprecios en su propia casa. Ha tocado el bolsillo de los socios retirándoles la compensación económica que recibían por poner su abono en el seient lliure en caso de no poder asistir a algún partido. Con el traslado a Montjuïc, les subió el precio de los abonos a pesar de ofrecerles un peor servicio dada la incomodidad del Lluïs Companys.

Posteriormente, se vio obligado a rectificar ante el rechazo social que levantó. La improvisación ha provocado tantos cambios e indicaciones contradictorias que para seguirlas los abonados han tenido que estudiar casi un máster. Primero pagaron un abono de Montjuïc solo para la primera vuelta. Luego abonaron una extensión más para 3 partidos. Después, recibieron la comunicación de que el partido de Copa contra el Betis no estaba incluido y había que pagarlo a parte, pero después al darse cuenta la directiva de que muchos abonados no pagaron y se temían unas gradas vacías o una invasión bética, volvieron a rectificar comunicando al abonado que al final sí estaba incluido. Después, que si no se devolvía el dinero a los que pagaron el partido del Betis si comunicaban una prórroga más para la segunda vuelta, que resulta que no se sabe en qué estadio se acabará disputando en su totalidad.

Ahora, sabemos que la directiva está estudiando disputar el clásico Barça-Madrid del 11 de mayo, unas hipotéticas semifinales de Champions y las últimas jornadas de liga en un estadio europeo en caso de que las obras del nuevo Camp Nou no estén terminadas. Por un lado, Laporta y su junta alegan que no se les puede criticar porque los retrasos en este tipo de obras son normales, pero resulta que, sabiendo eso, no tuvieron la mínima previsión de alquilar el Estadio de Montjuïc hasta final de temporada. Ya improvisaremos algo, pensaron. ¿Qué deberán hacer ahora los abonados a Montjuïc?, ¿pagar de su bolsillo los desplazamientos? ¿Invertir tiempo y dinero para ver jugar a su Barça como local a 1000 o 2000 kilómetros de Barcelona?

Ver al Barça vestido de blanco y jugar el clásico contra el Madrid como local en París o Londres no estaba previsto ni en las peores pesadillas. Un mal servicio al propietario del club y un despropósito absoluto. Y, además, venimos de una rueda de prensa en la que Laporta tildó de malos barcelonistas a aquellos socios críticos con él, creyéndose --como hacen los caciques-- que la institución es él, y todavía con la memoria fresca de una celebración sectaria del 125 aniversario del club en la que Laporta invitó a las élites políticas, económicas y mediáticas del país y se olvidó del socio.

No contento con eso, Laporta decidió dejar prácticamente sin servicio a la agencia oficial de viajes del club que, hasta entonces, facilitaba los desplazamientos de los socios y peñistas para que el equipo estuviera arropado en los partidos fuera de casa. Al parecer, hay que ahorrar suprimiendo servicios al socio para pagar las mariscadas diarias y las comisiones a su intermediario de cabecera.

La última bobada fue ver como los empleados de seguridad del club reprochaban a los jugadores del Barça que se acercaran a la zona de la afición culé en Getafe para impedirles que les agradecieran su apoyo.

Es muy triste, pero cuanta más pasividad y resignación muestre el socio del Barça más abuso de poder sufrirá. Y no hay nada más nocivo para la institución que normalizar que si la pelota entra, la directiva tiene carta blanca para hacer lo que quiera, incluido el maltrato social.