Joan Laporta parece vivir instalado en varios universos paralelos a la vez, emulando al famoso Doctor Strange de Marvel. Algunas veces aparece casi como si fuese Diógenes, acompañado de un discurso estoico, lastrado por la pesada mochila del Fair Play, echando pestes de la herencia pasada y enseñando los bolsillos vacíos del pantalón. En otras, aparece como si del multimillonario Amancio Ortega se tratara, pidiendo la luna o lo que haga falta, enviando mensajes tan eufóricos como desconcertantes, y con la Champions como gran objeto de deseo.
Dos universos tan distintos que parecen protagonizados por diferentes personas. Para entendernos, al menos los de mi generación, es como estar releyendo la archifamosa novela de Robert Louis Stevenson El extraño caso de Doctor Jekyll y el señor Hyde, donde el bueno de Laporta es capaz de disasociarse a su conveniencia y sin necesidad de brebaje alguno, con el descarado y disoluto Hyde ganando claramente la batalla.
Y es que el optimismo rebosante que desprende Laporta en sus últimas apariciones parece un tanto alejado de la realidad, al menos a falta de hechos concretos. Lo cierto es que parece harto complicado aspirar a conquistar Europa cuando uno se encuentra en plena economía de guerra, teniendo que descartar fichajes porque no hay ni un solo euro en la caja, obligado a hacer auténticos encajes de bolillos para completar la plantilla y con el drama añadido de tener que jugar toda la temporada fuera de tu casa, en un estadio tan desangelado y poco atractivo como Montjuïc.
Es evidente que el próximo curso el Barcelona de Xavi ha de dar un paso adelante en Europa, con la obligación de pasar la fase de grupos, y más sabiendo que partirá como primero de grupo, evitando de esta forma a su bestia negra de los últimos años, el Bayern de Múnich. A partir de los octavos de final, los objetivos se irán marcando partido a partido.
Esta es la realidad por mucho que Laporta vaya enviando mensajes eufóricos y un tanto desconcertantes, sobre todo porque hasta el mejor entrenador del mundo, Pep Guardiola, ha necesitado 12 años para volver a ganar el máximo torneo continental, pese a contar con todo el dinero del mundo para fichar a quién se le pusiera por delante.
Xavi, en cambio, ha de gestionar una plantilla tan descompensada como falta de efectivos. En el año y medio que lleva al frente del banquillo, ha tenido que echar mano a los pocos recursos del club para reforzar las posiciones más necesitadas, con la llegada de Robert Lewandowski como gran atracción el verano pasado y la de Ilkay Gündogan hace unas semanas.
Pero ahora mismo sigue cojeando en muchas posiciones. Sigue sin haber un delantero que releve a Lewandowski -el brasileño Vitor Roque es el elegido, pero aún es una incógnita si vendrá este verano, a mitad de temporada o ya el próximo curso-, tampoco cuenta con un lateral derecho -Koundé tendrá que volver a tragar sapos y carretas-, se cayó de un plumazo el sueño de Leo Messi, se ha tenido que rechazar la opción de fichar a Yannick Carrasco y la posición de pivote defensivo sigue huérfana, tras la marcha de Sergio Busquets.
Xavi fue el primero en reclamar -más bien exigir- un jugador top en esa posición. Pidió a Joshua Kimmich o Martín Zubimendi, pero viendo las dificultades, reclamó a Marcelo Brozovic. Tras caer también de la lista, ahora ansía a Oriol Romeu… pero tampoco está claro que el canterano acabe viniendo al Barça.
En cualquier caso, los argumentos de Laporta sobre el porqué no fichan a un jugador top en el pivote son un tanto irrisorios. Aparte del tema económico -aquí no hay nada que discutirle al dirigente blaugrana-, asegura que fichar a según qué jugador en esa posición supondría un tapón para los canteranos que vienen pisando fuerte como Marc Casadó o Pau Prim. Bajo ese mismo argumento, el Barça tendría que traspasar a Ter Stegen para dar alternativa a Iñaki Peña o Arnau Tenas, o a Frenkie de Jong para dar entrada a Aleix Garrido.
Haría bien Laporta en recuperar los mensajes realistas, al menos cuando habla de Europa. Está claro que este año el reto es competir en la Champions y hacerlo mucho mejor que los dos últimos cursos, pero sin poner más presión al equipo, ni levantar falsas ilusiones a los socios. Queremos a un Jekyll ganador y ambicioso, pero no a un Hyde desbocado y sin control.