
Lamine Yamal queda tendido en el suelo del Giuseppe Meazza, abatido INSTAGRAM
Crónica de un crimen perpetrado en Milán: el Barça de Flick, asesinado por un guionista maquiavélico
El barcelonismo sigue de duelo tras la dolorosa derrota, que llegó cuando ya todos pensaban en la final de Múnich, y el triunfo de la injusticia en el fútbol
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El fútbol es el deporte más injusto que hay sobre la faz de la tierra. 24 horas después de la derrota, el barcelonismo sigue estupefacto. Incrédulo ante la perpetración de una de las injusticias futbolísticas más importantes sufridas, no solo por el FC Barcelona, sino por cualquier equipo de élite en los últimos años. Los azulgranas fueron muy superiores al Inter en el global de la eliminatoria y, especialmente, en el segundo tiempo en Milán. Dieron un recital de fútbol, orgullo y coraje para conseguir, una vez más, una remontada épica, antológica, levantando un 2-0 en contra para llegar al minuto 90 de partido con el marcador favorable (2-3). Lo que pasó a partir de ese momento puede tener muchas explicaciones --en las líneas que siguen ahondaremos en tres--, pero futbolísticamente hablando, lo sucedido solamente se puede calificar con una palabra: injusticia.
Hay lecturas un tanto victimistas que lo focalizan todo en el arbitraje, siendo cierto que las decisiones más controvertidas del partido cayeron del lado interista. Marciniak, que no pitó inicialmente el penalti de Cubarsí a Lautaro y sí había señalado uno sobre Lamine Yamal en el segundo tiempo, fue doblemente corregido por el VAR en contra de los intereses azulgranas. En la posible falta de Dumfries sobre Gerard Martín antes del empate a tres, el colegiado polaco simplemente aplicó el criterio que reflejó durante todo el encuentro: jueguen, jueguen. Su arbitraje estuvo marcado por la permisividad para ambos bandos y fue indulgente a pesar de la agresividad que mostraron los dos conjuntos, pero es cierto que... Tres acciones polémicas, las tres para el Inter. El colegiado tampoco revisó unas manos en el área reclamadas por Pedri.
Lecturas críticas
También hay una lectura crítica hacia el Barça que no se puede obviar. Y es que siendo muy superior, el conjunto culé se ha dejado encajar siete goles en el global de la eliminatoria ante un rival que entre los dos partidos lanzó 10 veces a puerta (tres en Barcelona, lo que reflejó un 100% de efectividad, y siete en Milán). Muy mejorable el papel del equipo a nivel defensivo. Muy meritorio el papel del Inter, que fue inferior en todas las facetas del juego salvo en una, la eficacia goleadora. Y el gol sigue siendo lo que decide los partidos en este deporte cuyo guionista fue realmente maquiavélico en la capital de la moda, una semana y media después de construir un guion tan sorprendente como maravilloso en la final de Copa de Sevilla.
El Barça de Hansi Flick debe hacer autocrítica, asimismo, en la gestión de los últimos minutos del choque. Desde la grada del Giuseppe Meazza dio la sensación de que los azulgranas se sentían tan superiores que lo siguieron dando todo para buscar el cuarto gol. Ahí pecaron en demasía de ingenuidad, pecado de juventud posiblemente, y a los jugadores les faltó tener más paciencia y contemporizar en lugar de volcarse al ataque. Pedri, que suele ser el amo y señor del temple en esos momentos de partido, no fue capaz de imponer el control necesario. Demasiadas emociones en juego.
El mago Lamine falla a su cita
Los genios como Lamine Yamal tienen esa magia innata que les hace capaces de protagonizar otra jugada maestra para conseguir un resultado todavía más abultado. Es lo que trató el joven de Rocafonda, que quería su gol y lo buscó con un lanzamiento ajustado que topó con el poste durante el tiempo de prolongación. Escasos segundos después, el balón llegaba al área azulgrana y se consumaba la tragedia: posible falta no señalada a Gerard, que no puede con Dumfries, balón al corazón del área y gol de Acerbi ante un marcaje endeble de Araujo. Szczesny, que había protagonizado algunas acciones de mérito, nada pudo hacer. El Barça, y el barcelonismo, murieron con ese empate a tres. Pero siempre con orgullo. Cayeron con las botas puestas.
😔 La tristeza de Lamine y la desconsolación de Gerard Martín al final del encuentro.
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El guardián del Inter de Milán.
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En la prórroga no hubo color. Los azulgranas lo siguieron intentando, pero el físico no daba para más. Y la cabeza tampoco. El Inter, aupado por 75.000 almas, había dosificado mejor los esfuerzos y se creció. El golpe mental fue demasiado fuerte. En las gradas, y en muchos bares y domicilios de Barcelona con la televisión enchufada, los culés ya pensaban en Múnich. En las fechas, los vuelos, el alojamiento... el viaje a una final de Champions 10 años después despertaba mucha ilusión. Todo el mundo lo daba por hecho. Simplemente contaban los segundos para el pitido final. Parecía imposible que un Inter totalmente sometido en el segundo tiempo fuese capaz de obrar el milagro. Pero una concatenación de hechos y decisiones propició lo impensable.
La prórroga del dolor
Ni los jugadores del Barça supieron reponerse de ese golpe, ni los movimientos de Flick surtieron el efecto ganador que suelen tener. Inesperada fue la marcha de Iñigo (tenía una tarjeta amarilla), líder absoluto de la defensa culé, para dar entrada a Araujo, que lamentablemente queda marcado por la eliminación ante el Inter como lo quedó tras la caída del año pasado en Montjuïc contra el PSG. Fermín entró muy tarde, pasado el 80. También Lewandowski, introducido en el terreno de juego en el 90, por Ferran Torres. El polaco regresaba de lesión y, tal vez, pensase en marcar el cuarto. Tal vez, el equipo intuyó que la entrada de Lewy era un mensaje para seguir buscando otro gol. El caso es que nada más entrar, se produjo la ya citada jugada de Lamine, balón al poste, y tras un saque de banda todo acabó en el gol de Acerbi.

Raphinha rompe a llorar, desolado, tras perder en Milán INSTAGRAM

Ferran Torres levanta a Lamine Yamal del suelo durante el Inter-Barça FCB
A Lewandowski a duras penas se le vio participar durante la prórroga. Tampoco pudieron destacar los otros actores secundarios que tuvieron su nimia cuota de protagonismo: Héctor Fort, Pau Víctor y Gavi. Curiosamente, el lateral catalán fue el que estuvo más cerca de marcar, con un disparo lejano que se marchó algo desviado. Fue, sin duda, el partido de los laterales. Con permiso de la exhibición de Lamine --que también perdonó más de la cuenta ante Sommer y no apareció de manera tan contundente como suele (con gol) en una gran cita--, fue la noche de dos menos habituales.
La noche de los laterales
Éric García marcó el primero del Barça y estuvo a punto de hacer el segundo. Hubiese sido el héroe inesperado, firmando un doblete en su tercer partido jugando como lateral derecho tras la lesión de Koundé. Pero nuestro Maquiavelo vestido de guionista no le vio suficiente punch a esa historia. También Gerard Martín protagonizó un partido estelar, con la asistencia del primer gol a Éric y el pase del segundo a Dani Olmo. El joven sustituto de Balde, que se borró de la semifinal por seguir sintiendo molestias, dio la talla como nunca. Solo al maquiavélico guionista del fútbol se le podía ocurrir empañar su magistral partido con el protagonismo negativo en la polémica acción con Dumfries que desembocó en el 3-3. Y si Gerard la hubiese mandado a la grada...
Tan duro fue el golpe, que incluso los más de 4.000 culés presentes en las gradas de San Siro parecieron quedarse afónicos. Después de armar jaleo durante todo el día al grito de "un dia de partit" ante la catedral, en el Duomo, en las galerías de Vittorio Emanuele II, en la Piazza Mercanti, en San Bernardino, en el Arco della Pace o en Navigli, el barrio de los canales y la Piazza Ventiquattro Magio... de repente, enmudecieron. Cuando más falta hacía levantar al equipo, durante la prórroga, lo intentaron sin éxito. No quedaban fuerzas. El golpe mental no afectó solamente a los futbolistas, también a los aficionados, que trataban de animar, pero ya no podían hacerlo como en el segundo tiempo.
La afición también cayó
Compungidos, querían creer en un milagro en el que dejaron de creer tras el 4-3 del Inter, obra de Frattesi, en una nueva acción donde Araujo podría haber hecho más. El defensa uruguayo encimaba a Marcus Thuram, que lo alejó del área, fintó y en cuanto le vio bajar la guardia, regateó, penetró y lo superó. La asistencia fue impecable y Szczesny volvió a ser superado. En Milán empezó a caer un chaparrón que teñía de agua algunas partes del terreno de juego, mientras se colaba un aire cada vez más frío que acabó de dejar helado al barcelonismo.
La gente dejó de confiar en el equipo que le había dado un millón de razones para hacerlo. Los propios jugadores dejaron de creer en su gesta. Ya no podían. Ni física, ni mentalmente. El esfuerzo había sido titánico. La euforia y adrenalina desprendidas para celebrar los tres goles que voltearon el marcador en Milán pasaba factura en ese momento tan sumamente delicado. El maquiavélico guionista del fútbol quiso que el mejor equipo del momento cayese de la manera más dolorosa y lo asesinó con alevosía. Quiso que la injusticia triunfase.