Bruno Oro (Barcelona, 1978) no se calla una. Nunca lo hizo. Son conocidos sus gags en Polònia o sus monólogos y obras de teatro. Por eso, en su último libro, lo grita a los cuatro vientos, No somos gilipollas.
Pese a que puede parecer un título muy agresivo, no tiene nada que ver. La obra está cargada de humor con el que repasa algunas características de la sociedad española y, especialmente, de sus gobernantes.
Barcelona, cultura y 'procés'
Si de los españoles destaca lo cotillas que somos, los topicazos entre regiones y lo perezosos que somos, de los políticos afirma que se les ha ido la mano con lo de la picaresca, que ya es corrupción, el hartazgo del famoso procés o la situación en la que se encuentra Barcelona y el mundo de la cultura. Nadie se escapa de estas reflexiones que le vinieron a la mente durante un viaje en taxi por Madrid. Allí parte el libro y la propuesta.
--Pregunta: ¿Qué lo impulsó a escribir este libro?
--Respuesta: La anécdota de Madrid que impulsa el libro, que es totalmente cierta, y es como un cuadro de este país, un resumen. Pensé que era la excusa perfecta para explicar tantas faltas y defectos de nuestra sociedad, desde arriba hasta abajo, así como el teatro de nuestro carácter. Me pareció interesante partir de esta anécdota para hablar de muchas cosas que llevaba tiempo queriendo contar: la cultura, las banderas, la pereza, el choriceo...
--Abordemos, entonces, estos ámbitos. Por ejemplo, ¿siente que somos un país perezoso?
--(ríe) Hombre, sí. Bastante. La pereza se ve incluso con ternura, no como defecto. Se ve como una cosa muy propia de nuestra personalidad de la que sentirnos orgullosos. En general en el Mediterráneo es bastante así.
--De hecho, descubre su relación con Italia e incluso Buenos Aires. Llega a decir, incluso que tenemos muchas cosas en común.
--Compartimos el ser muy exagerados, somos muy teatreros, de cualquier cosa hacemos un drama. Lo hacemos para disfrutar, disfrutamos con lo bueno y lo malo. Luego hay diferencias, los italianos son caóticos en muchos aspectos, son más extrovertidos. Nosotros en cambio, somos más tímidos, sobre todo, los catalanes, los gallegos; los vascos son más reservados. Italia y Argentina se parecen más y entre que también allá hay mucha descendencia española y que Italia y España somos como primos hermanos hay muchas coincidencias en la gastronomía, la cultura y la manera de vivir la vida.
--Otro de los temas que apunta es que en España siempre se ha aplaudido la picaresca, lo que pasa que ahora ha devenido corrupción. ¿Nos hemos pasado de frenada?
--(sonríe). Sí, claro. La picaresca está bien, pero cuando se desmadra... Es como la mafia, que nació para proteger a las familias, pero cuando empiezan a tener poder, las familias acaban sintiendo una opresión brutal. En la vida, todo está bien pero cuando se traspasa un límite se pierde el equilibrio.
--¿Cree que ese exceso ha hecho surgir más problemas entre españoles? ¿Hemos pasado de los tópicos al enfrentamiento?
--Sí. Por un lado, hemos de saber que somos vecinos, por el otro, estar orgullosos de lo que tenemos y, además, respetarnos... Es normal que un gallego piense distinto a un catalán, pero que no sea una obsesión. El pueblo de al lado de uno también puede pensar diferente, lo que no puedes es estar comparando todo el rato y reaccionando en contra porque piense diferente. Hemos de buscar la armonía, porque cada vez somos una sociedad más globalizada y no tiene mucho sentido esto de que "el gallego piensa muy distinto a los catalanes" y tal.
--En este sentido, habla del famoso 'procés'. ¿Cómo ha afectado a la sociedad y, sobre todo, a la cultura?
--El procés ha desgastado a la sociedad. No sólo a la catalana, sino a la española. Ha creado conflicto, desavenencias, crispación. El procés ha creado crispación y hemos salido perdiendo todos. La cultura siempre recibe las hostias de la política, de la sociedad, del ciudadano y hemos salido perjudicados. Todo se ha polarizado demasiado. Los medios se han polarizado, enfrentado y no es bueno.
--¿Desde la cultura se puede hacer algo para revertir esta situación o la cosa está demasiado tensa para hacerlo?
--¡Sí que puede! Podemos hablar de mil cosas, pero el procés está muy desgastado, porque tanto unos como otros estamos muy desgastados. La cultura debe seguir adelante. No puede vivir de la política ni de las banderas, sino vamos mal. Nuestra obligación como artistas es seguir contando historias, que la gente vibre, ría y se emocione más allá de lo que pase en el mundo.
--Barcelona, en concreto, también recibe en su libro. Asegura que ha perdido identidad. ¿Cómo lo vive un barcelonés con usted?
--Se vive con mucha tristeza. Barcelona está en el peor momento de su historia. Ha perdido mucho su identidad, hay mucha crispación. Los barceloneses hemos perdido la ilusión de estar en Barcelona, porque ya hemos perdido el centro, por ejemplo. Y no sólo el centro, porque la ciudad cada vez está más despersonalizada. Los locales míticos de toda la vida ya no están y los barceloneses marchamos. Yo mismo hace un año que no vivo allí. Es una lástima. ¿Puede volver a ser lo que era? Sí, se puede recuperar Barcelona, pero es un trabajo que no es fácil. No depende de la alcaldesa sólo, sino que es un trabajo de muchos y durante años.
--Claro que puede estar difícil si, como dice, en el libro preferimos actuar la vida que vivirla. ¿Es porque estamos muy pendientes del qué dirán?
--Sí. Nuestro carácter es mucho del qué dirán. Uno de los rasgos característicos del español en general, luego ya puedes entrar en matices geográficos, es el chafardeo. El chafardeo consiste básicamente en criticar. Perdemos mucho tiempo criticando en lo que hace el otro y eso hace que uno piense mucho en el qué dirán. Además, quién critica es el más inseguro y el más susceptible, cuando le dicen algo le afecta mucho. Mientras que quien no critica eso le afecta menos. Pero sí, nuestra sociedad es muy criticona.
--Eso nos lleva además a culpar a los otros.
--Así es. Y en la pandemia se ha visto mucho. "No, es que Cataluña está ahogando a sus ciudadanos", "no, es que la Ayuso es viva las Vegas y todo abierto", "no, es que los gallegos, los andaluces, los vascos...". Todos nos criticábamos los unos a los otros cuando había una situación desbordada, sin precedentes y que ningún gobierno gestionó bien ni aquí, ni en Francia, ni en Italia, ni en ningún sitio. En vez de colaborar, todo era crítica. Por eso, el título resumen del libro, No somos gilipollas, porque los ciudadanos nos sentíamos un poco así. Recibíamos medidas restrictivas, algunas contradictorias, que nos mareaban.
--Lo que queda del libro, por eso, es esa crítica a los de arriba, a los que tienen el poder. ¿Tan mal lo hacen todos? ¿Qué pasa con los políticos?
--La política ha caído en un descrédito alarmante. Cuesta mucho que la gente crea en sus políticos. Eso hace que el nivel haya bajado y no sé cuánto más puede bajar y dónde está el límite. En general, nos cuesta empatizar con los líderes políticos porque o no saben empatizar o porque ya nosotros nos hemos alejado mucho por varias razones. Recuerdo esas épocas de juventud en que cada uno tenía sus líderes y sus convicciones y todo eso ha desaparecido, ya no existe. Yo no sé si los asesores les dicen que han de crear crispación o qué, pero no conectamos con ellos ni nosotros con ellos.
--Y en toda esta marabunta, hay un episodio del libro, central, casi un oasis, que es el dedicado a Samuel, fallecido en A Coruña tras una agresión homófoba. ¿Por qué este capítulo? ¿Qué importancia cree que tiene en este momento en la sociedad que usted quiere destacar?
--Cuando me enteré de la muerte de Samuel estaba en el gimnasio haciendo abdominales. Tuve que parar y me quedé hecho una mierda. Fue un oasis dentro de las tragedias que he visto en este país incluso dentro de todos estos sucesos macabros, por eso también es un oasis en el libro, como dices. Me pareció muy macabro y desafortunado este asesinato. En primer lugar, porque la violencia me asusta y cada vez hay más. Después, por cómo fue perpetrado, tan meditado y colectivo. Pensé que la muerte de Samuel representa un tipo de violencia que antes no existía y que tiene que ver con la tecnología, los móviles y un trasfondo que los jóvenes no mamaban antes. Antes no teníamos al alcance tanta información y tecnología como ahora, que los jóvenes están desbordados de información, imágenes y violencia gratuita que se traduce en un tipo de violencia que antes no existía.
--¿Cree, entonces, que las redes se han convertido en un pozo de violencia y malestar?
--Sin duda. Las redes crean angustia y depresión en muchos jóvenes. Un mal uso de las redes puede ser muy perjudicial para un joven y cualquier persona adulta.
--Hablando de redes. ¿Cómo vive las críticas que caen en redes?
--Yo no leo los comentarios en redes, prefiero protegerme. Cuando eres actor, por eso, ya te caen palos (ríe). Al final, estamos acostumbrados. En Polònia ya me caían. Es lo que creo que le ha pasado a Will Smith, lo mínimo que puedes hacer si eres mundialmente conocido es aguantar las críticas.
--¿Pero teme vetos o ya le ha pasado por lo que cuenta?
--No tengo miedo y si pasa me ahorraré trabajar en lugares donde no debía trabajar. Al final, la gente es suficientemente inteligente para ver que es una crítica constructiva, desde la sinceridad y no desde el mal rollo. Lo digo con humor y con ganas de hacer terapia entre todos. Yo mismo me critico a mí mismo y que tengo muchísimos defectos.
--Usted ha hecho de todo, pero el humor siempre parece estar presente en sus trabajos. ¿Se siente más cómodo ahí? ¿Qué le atrae?
--El humor es un don que no todo el mundo tiene. Es una herramienta potente para comunicar y destensar, puedes enternecer a la gente y quitar hierro a muchas cosas. Cuando hago shows en el teatro, como cuando escribo el libro, no puedo prescindir del humor porque me sale de dentro. Pienso que es necesario. También yo soy el primero que no me tomo en serio a mí mismo. Mi defensa y bandera siempre es el humor porque me ayuda a crear alianzas.
--Ha hablado de Will Smith, que volvió a despertar el debate de los límites del humor. En Polònia también recibieron críticas por ello. ¿Se le debe poner límites al humor?
--El humor sí tiene límites, el problema es que estos cada vez sean más, porque cuando no podamos reírnos de nada sí será un problema. El humor está en un momento peligroso, porque cada vez tenemos la piel más fina. Hace años reíamos de cualquier cosa y ahora no. Yo creo que cuando uno lo hace de forma elegante puede hacer broma de todo, el problema es cuando esa elegancia se pierde. Se puede hacer humor irreverente y negro pero con cierta inteligencia.
--Lo veremos escribir más.
--Sí, cada vez me gusta más. Tengo algún proyecto ya. Me encantaría en el futuro ser más escritor y menos actor.
--¿Cansa mucho actuar?
--¡Sí! La exposición en tele, teatro o cine cansa. Escribir es más descansado, es un trabajo que puedes hacer más recogido.
--¿Significa eso que dejará la actuación?
--¡No!