Joan Carreras: "En este país, la cultura siempre ha sido secundaria"
El actor se enfrenta al dolor y la culpa en una obra cargada de misterio e introspección, 'Al final, les visions'
3 julio, 2022 00:00Joan Carreras (Barcelona, 1973) no descansa ni en verano. En esta ocasión, por eso, no está solo en el escenario. Lo acompañan Laia Manzanares, Joan Marmaneu y Xavi Sáez en la Sala Beckett de la capital catalana, donde estarán hasta el 31 de julio con Al final, les visions, de Llàtzer Garcia.
El actor reconoce que hizo todo un voto de confianza con el dramaturgo, porque aceptó casi con los ojos cerrados. El atrevimiento le ha satisfecho de manera sobrenatural, casi tanto como la obra. ¿O no?
Misterios y teatro
El texto y los personajes se mueven entre la vida y la muerte. Sara y Adri, una pareja joven, se instalan en una masía y pronto conocen a uno de sus vecinos, Álex, quien parece espiarlos desde su ventana cuando se van a acostar. ¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Qué sucede?
Crónica Directo trata de descifrar todo este misterio sin hacer destripes con el actor, con el que abordamos la crisis de espectadores del teatro y su apuesta por él.
--Pregunta: ¿Cómo llegó a la obra y cómo la definiría? Porque tiene pinta de 'thriller' fantasmal...
--Respuesta: Recibimos el texto dos semanas antes de empezar los ensayos. Normalmente, te envían el proyecto, te envían la obra, valoras, te dicen quién es el equipo. Así que hice un voto de confianza en Llàtzer Garcia, porque no lo conocía, pero me hablaban muy bien de él. La obra en sí es maravillosa. Tiene una escritura fantástica que recoge muchos y diferentes géneros: del teatro inglés al thriller hitchcockiano. Tiene un espíritu muy espectacular en el buen sentido de la palabra. Tiene tramas muy bien engrasadas que dan una tensión propia del thriller.
--Pero tiene algo fantasmal, ¿no?
--No es tanto eso, sino cómo los vivos intentamos recordar a los muertos. La historia parte de una tragedia personal de uno de los personajes y, a partir de aquí, se vislumbra cómo esos muertos están presentes en nuestras vidas. No de una manera fantasmal, sino desde el recuerdo.
--¿Usted sería ese recuerdo, entonces? ¿O cómo definiría a su personaje?
--Se basa en una historia que pasó en Girona hace unos años. Mi personaje vive un accidente del que sobrevive y retrata cómo lo lleva con el paso de los años, cómo el sentimiento de culpa y recuerdo impera sin ser culpable de nada. Es una situación límite a la que uno sobrevive y cómo, frente a la muerte, descubrimos facetas de nosotros mismos que no conocíamos. La función lo cuenta de manera muy interesante, porque vas descubriendo capas y desgranas las piezas. Eso la hace más hitchcockiana, parece que no pasa nada y pasa todo. Igual, tampoco se puede hacer mucho spoiler.
--Llevar la muerte a escena siempre es arriesgado, parece que el espectador o el ser humano se muestra reacio a abordarlo, ¿es necesario abordarlo más?
--Es EL tema. Si insistimos en seguir viviendo es porque hay una muerte que nos espera. La perseverancia de vivir es por saber que hay una muerte finita. Hay muchas maneras de abordarla, en este caso planteamos cómo los vivos recordamos a los muertos desde dos puntos de vista. Por un lado, la opción de olvidarlos porque nos hace daño, o bien recordarlos con toda la profundidad posible e incluso intentar recrear mentalmente a los que no están. Son dos visiones frente a la muerte, aunque la muerte es la misma.
--Y hablando de cosas más terrenales. ¿Cómo vive reencontrarse con otros actores en el escenario?, porque viene de su exitoso monólogo 'Historia de un jabalí'.
--Sí, llevo un año o dos... Ha sido una temporada muy especial para los que nos dedicamos a esto y para todos porque la pandemia nos dejó en fuera de juego. Personalmente, por eso, tras los primeros meses arranqué unos años fantásticos. El monólogo no ha hecho otra cosa que darme alegrías, lo hemos girado por Cataluña y España con mucha alegría y con muy buena respuesta. De hecho, regresamos al teatro de la Abadía en septiembre y octubre. Me siento tan afortunado de poder vivir de esto que no puedo estar más que agradecido. Ha sido un año intenso y acabamos con esta pieza que también es emocionalmente intensa.
--¿Le ha cogido el gusto a estos personajes cargados de intensidad?
--No sé si es uno que decide los proyectos activamente o los que le vienen. Una cosa tranquilita no me iría mal, pero todos los proyectos que vienen tienen una buena carga. Tal vez, no emocional. Eso sí, a mí me va la marcha. No le hago ascos. Al final, les visions, por ejemplo, necesita un nivel de sinceridad y compromiso muy alto, porque parece que no pasa nada y pasa de todo.
--Parece contradictorio para muchos, aunque sucede así, lo de ser sincero representando, mintiendo.
--(ríe) Sí. Para mí es un pilar por eso. La sinceridad no tiene que ver con la verdad, porque hay muchas maneras de ver y abordar la verdad, tiene múltiples caras. La sinceridad, en cambio, es una capa más personal y tú te vuelcas en ella para mostrar esa verdad. Yo creo mucho en la sinceridad del actor, es un pilar esencial. La sinceridad en esta pieza tiene que ver con algo muy pequeño y el trabajo como intérprete debe ser lo más sincero con uno mismo partiendo de la verdad con la que se trabaja.
--¿Estos ejercicios de sinceridad y este gusto por la marcha es lo que le llevaron hasta aquí, hasta la actuación?
--Yo no sé hacer otra cosa que ser actor y pongo todas las energías en mi trabajo. Además creo en el concepto de juego de esta profesión, es lo que me ha reconciliado con ella y por la que la he querido. Jugar a ser actor, a ser un personaje, a ser yo de forma poliédrica y diferente me ha retroalimentado. Por eso digo que me gusta la marcha. El concepto de juego no podemos perderlo nunca, ni el espectador ni el artista, porque quiere decir unas reglas de juego, vivirlo con humor, con amor... Hacer teatro no me convence tanto como el hecho de jugar al teatro, como se dice en francés y en inglés. Así lo disfrutas, te lo tomas como un gran juego y lo disfrutas. Cuando acabas, te vas a tu casa y listo, sin que el personaje te absorba.
--Bueno, pero lo absorbe un poco porque no para. En una época hizo muchísimas series y ahora las compagina con muchísimo teatro. ¿El teatro le va ganando terreno a las cámaras?
--El teatro es lo que me pone a prueba, es donde la sangre me hierve. Me da la posibilidad de hacer grandes personajes y de gran intensidad. Me replantea cosas. No es que la tele no lo haga, pero es otro tipo de interpretación en la que está todo más acotado. Además, en televisión el resultado final no depende tanto de ti como en el teatro. En el escenario, tras los ensayos, quien se enfrenta al público eres tú y acaba siendo un resultado tuyo que has creado con tus compañeros. En cine y tele depende menos porque hay posproducción. A ver, que en tele trabajas menos y te pagan más, incluso a veces te cuidan mejor (sonríe) y a nadie le amarga un dulce. Yo estoy encantado de hacer propuestas de cine y tele si se ajustan a mi calendario de teatro. Ahora, por eso, priorizo el teatro, porque es el trabajo que más fiel me ha sido, casi nunca me ha fallado. La televisión y el cine son unos amantes más volubles y te pueden traicionar más, además te exigen cierto nivel de exposición, y más con las redes. Me importa muy poco el tema de las redes sociales, no estoy en eso.
--En cambio, la gente cada vez apuesta menos por el teatro. Aunque parece más evidente en Barcelona que en Madrid.
--Hay un gran bajón de espectadores en general, en Madrid también. Es cierto que en Madrid la actividad social y teatral siempre ha sido más efervescente. El público es más entusiasta. Pongo de ejemplo un detalle que dice mucho de la naturaleza de ambas ciudades. En Madrid hay muchos Ginos y VIPS, que son restaurantes que cierran muy tarde, y en Barcelona apenas hay. Madrid vive más la noche y es más efervescente, pero el bajón de espectadores es generalizado. Tras la pandemia tenemos ganas de explotar y salir. Y si el teatro generaba un 7% de interés ahora despertamos un 3%. Eso es un problema. Espero que en septiembre se recoloque, pero los programadores te dicen que es un mal endémico. Lo entiendo porque hemos pasado unos años muy malos y quiere desconectar.
--Hablando de desconectar y de las redes sociales. ¿Se vuelve cada vez más necesario para los actores estar ahí?
--Depende de en qué tipo de trabajo estás. Si quieres tener un empujón en el mundo del audiovisual has de tener las redes un poco controladas. En teatro creo que es menos importante, la gente se va conociendo. En el audiovisual, sí creo que alguna productora puede mirar el número de seguidores que tienen algunos actores a la hora de decidirse. Es posible, pero no creo estar preparado para pagar este precio y volcarme en una cosa en la que no sé ni por dónde empezar. A mí hasta me da pudor enseñar fotos de obras en las que estoy. Si lo tuviera que hacer lo haría, pero es una cuestión personal. Yo ni lo decido casi, lo miro cada tanto y veo qué hacen mis amigos. También es posible que un día caiga de cuatro patas, no me pondré de espaldas al mundo.
--¿No es triste?
--Sí, pero pasa. ¡Y lo encuentro normal! Sus parámetros son otros. Yo puedo luchar con mis armas y con lo que puedo ofrecer, si me lo compran estaré encantado de la vida. Pero si yo he de luchar con cosas que se me escapan tanto o reconfigurarme o reconstruir mi personalidad casi para dedicarme a las redes e intentar tener más proyección no sé hacerlo. Ni siquiera digo que no me guste, es que no sé hacerlo. Debería venir alguien a ayudarme.
--En este sentido, como habla de que en el teatro es más sincero y personal y que pasamos por una época de falta de asistencia a las salas, ¿se debería apostar más por el teatro?
--Deberíamos mimarlo todo. Cualquier expresión artística es necesaria. Y no nos engañemos, en este país, la cultura siempre ha sido secundaria y hemos de ponernos las pilas como sociedad, artistas, productores. Tenemos frente a nosotros un arte milenario como el teatro que se hace en directo y tiene una dificultad. Hemos de enseñar a los que están enganchados a la tele o a las plataformas, que me parece muy bien también, que lo que hacemos es un arte excepcional y un pequeño milagro en el teatro. Hemos de renovar el público, se tiene que dinamizar y retroalimentar. Y, evidentemente, se le ha de ayudar, porque es un arte minoritario. Por tanto, el teatro debe recibir el apoyo de las instituciones, las productoras... ¿Que será subvencionado en muchos aspectos? Sí, pero el arte debe recibir ayuda. ¿Si no, qué hacemos?
--Pero luego se les acusa de eso precisamente, de estar subvencionados y ser titiriteros.
--Es que va mucho más allá de todo esto. No es solo un trabajo, es una expresión artística que lleva años acompañándonos. Antes, incluso, era la única expresión artística que la gente usaba para informarse, comunicarse, culturizarse, divertirse y socializarse. Ahora hay tantas opciones, tan nuevas, modernas y ultracómodas que el teatro cada vez tiene menos fuelle. Si antes era necesario y se autogestionaba, ahora no puede competir contra estos gigantes. Por eso se ha de mimar, ayudar, cuidar. Incluso de manera educacional y pedagógica se debe enseñar a los más pequeños que el teatro es muy entretenido y necesario, que en cada barrio, en cada ciudad hay sitios que se llaman teatros donde se reúne gente y de una manera casi mágica o litúrgica aparecen cosas a veces cojonudas y otras, no. Todo esto necesita ayuda en todos los aspectos, porque estamos en desigualdad de condiciones, es David contra Goliat y lo tenemos muy jodido.
--La parte educacional es uno de los puntos que siempre se batallan.
--¡Claro! Y entiendo a su vez que un adolescente piense que se va con los colegas antes de pagar 20 euros por una entrada al teatro, pero entre todos podríamos, no sé cómo, hacer que las entradas costaran cuatro euros para determinadas franjas de edad. ¿Que no te gusta lo que ves? Ya verás otra que te guste. Pero si pagan 20 euros y no les gustas creas resentimiento. No tengo la respuesta, pero algo hemos de hacer.