El pan ya no es lo que era. Se ha convertido en todo un alimento de culto más allá de servir como complemento de un buen huevo frito con patatas --además de ser puntal histórico de la alimentación--. Hoy en día, proliferan los espacios y obradores artesanales que han recuperado un oficio que cada vez está más industrializado y le han dado toda una vuelta de tuerca a la producción --además del mimo y el cariño que requiere la masa--. Todo para dar vida a panes de lo más especiales y con ingredientes en algunos casos sorprendentes.
Este es un recorrido por una Barcelona con mucha miga, pero también con el mejor de los olores posibles --el de un pan recién hecho-- para conocer los hornos y panaderías que hacen algunas de las mejores piezas de la ciudad. Se trata de establecimientos que despiertan la admiración de algunos de los restaurantes más conocidos del país, que ahora confían en ellos a la hora de definir sus menús.
Un buen pan
Pero, para el día a día ¿cómo saber que el pan que uno compra es de calidad y está realmente bueno? Sencillo, basta con tener algunas pistas. Lo primero de todo es fijarse en el aspecto que tiene esa barra, si es igual que todas las del mostrador, es que se trata de una producción industrial y poco artesanal. En este caso, cada pan sería diferente. Otro punto a tener en cuenta es su peso. Así pues, a más gramos, más calidad.
Un pan huele y sabe a auténtico pan. Eso sí, si se observa que rebosa miga blanca, mala señal. Significa que se emplean harinas muy refinadas en su elaboración, lo que provoca que se pierda parte de su sabor y sus nutrientes. Y, como último elemento diferencial, ojo con la corteza. Debe ser crujiente, brillante y dorada. Solo así se sabrá que se está ante un producto de calidad.