Los conocedores del Pirineo catalán saben que hay rincones a los que es imposible acceder en coche. No lo decimos ya porque las carreteras no llegan a todos los rincones, sino directamente porque a uno sólo se llega en tren. Claro que con él se llega hasta la virgen.
Sí, como leen. Un ferrocarril catalán te acerca a la madre de Dios, además una de las más veneradas de toda Cataluña, la virgen de Núria. Hablamos del cremallera, un tren que pudo llegar antes de la famosa línea Barcelona-Mataró.
Origen del cremallera
El proyecto nació en 1928, pero no fue hasta el 22 de marzo de 1931, hace 92 años que no se inauguró. El aumento de peregrinos que visitaban el Santuario de Núria y el crecimiento de los deportes de invierno hizo cada vez más necesario facilitar el acceso al templo y que no fuera sólo a pie.
El tren supuso toda una revolución para la economía de la zona. Hasta el rey Alfonso XIII tenía previsto asistir a la inauguración, pero la cada vez más creciente inestabilidad política, que culminaría con su exilio y con la proclamación de la Segunda República, lo hizo imposible. Pese a todo, la línea vio la luz.
Dificultades
La obra no fue fácil. El ferrocarril no es un tren de línea común, sino un cremallera. La orografía de la zona obliga. Desde su parada de origen, en Ribes de Freser y hasta llegar al valle, pasando por Queralbs, el tren salva 12,5 km y un desnivel de 1000 metros.
Una vez superada esta distancia, se llega a este valle remoto donde se encuentra el monasterio y la virgen. Un lugar cargado de leyendas, magia e historia. La más popular es que esta virgen concede la fertilidad a los que acuden a verla y ponen la cabeza en una olla que hay allí, pero ¿qué hace una olla allí? ¿Y la virgen?
Historia de la virgen
Si hacemos caso a la leyenda, San Gil, huyendo de las persecuciones del rey godo Witiza, se ocultó en este valle en el siglo VIII. Allí pudo vivir en paz y cumplir con su cometido, predicar la palabra de Dios entre los pastores de la montaña. Claro que no lo tuvo fácil.
Al cabo de un tiempo, el santo tuvo que volver a escapar para salvar su vida, pero antes decidió esconder en una gruta la imagen de la Virgen que el mismo había tallado. Allí mismo dejó la famosa olla, una cruz y la campana que utilizaba para convocar al rezo a los pastores.
El santuario: pasado y presente
Tres siglos después, en 1079, fueron precisamente unos pastores quienes dieron con el lugar. Llegaron allí gracias a un buey que los condujo hasta el lugar donde se encontraban ocultos los objetos. Durante años, varios devotos peregrinaron hasta allí, pero no fue hasta el siglo XVII que se levantó el primer santuario, este es la sencilla ermita de piedra que aún se conserva hasta día de hoy.
Desde entonces y, gracias al cremallera, cada vez se acercaba más gente a Núria y fue necesario crear otro templo para la adoración de la virgen. En 1911, se inauguró el actual santuario y hasta allí se llevaron los objetos encontrados en el siglo VIII, la cruz, la olla y la campana originales de San Gil, que se encuentran un costado del presbiterio.
¿Qué hacer en Núria?
Pero más allá de acercar a la virgen, el tren llega a un paraje increíble. Un prado extenso con un lago rodeado de picos de 3.000 metros que se ha convertido en casi un resort, especialmente desde que se acondicionó como estación de esquí con más de 7 km de pistas. Aunque es mucho más.
Núria se ha convertido en una estación de montaña con actividades para todas las estaciones. Además de un Parque Lúdico para niños y familias, ofrece rutas con raquetas de nieve, paseos en teleférico, travesías de montaña y ascensiones al Puigmal. En primavera, verano y otoño, además, se pueden hacer recorridos en canoa y barca por el lago.
¿Qué hay?
A esto, se le añaden las facilidades que ofrecen todas las edificaciones y servicios que allí se han instalado. El complejo incluye un hotel, apartamentos, albergue, cafeterías, restaurantes, tiendas y un centro de acogida.
Y así, han pasado los años y Núria sigue siendo un espacio natural único al que sólo se accede en tren. Un ferrocarril que asciende una cuesta de 1.000 metros con mucho trabajo pero que vale la pena.