
MACBA
Desde el año 1992, en que me desvalijaron en un hotel de Lubliana, me prometí no volver nunca más a esa ciudad, y, cosas de la vida, he vuelto dos o tres veces, sintiendo un sabor amargo en la boca nada más aterrizar en el aeropuerto de la capital eslovena. Encima nunca hay vuelo directo Barcelona-Lubliana, y se hace largo y pesado llegar a ese “No Lugar”.
Ahora he vuelto para ver la primera bienal de arte contemporáneo, comisariada por la barcelonesa residente en Basilea Chus Martínez y diseñada por la arquitecta barcelonesa Olga Subirós. De esta última hemos hablado elogiosamente hace unos meses en este diario por su exposición Matter Matters (La materia interesa, o el material preocupa) en el museo D’Hub de la plaza de las Glorias, que constituye una revolución en la manera de desplegar los fondos de una colección, atendiendo a criterios –por ejemplo, ecológicos y de economía social— que no suelen contemplarse en este tipo de exhibiciones.
La lectura del suntuoso catálogo, aunque sea, como en mi caso, distraída y a ratos, equivale a una licenciatura en diseño, geología, ecología, historia y alguna que otra disciplina más. Es tan oportuna y didáctica la expo de Subirós que está previsto que permanezca abierta, visitable, durante tres años, como una especie de “muestra permanente” o seña de identidad del museo.
En Lubliana, con un presupuesto muy ajustado Martínez y Subirós han hecho que la bienal, con sedes en varios recintos de la ciudad, y en la que hay una nutrida representación de artistas españoles, parezca palaciega.
En el vuelo de vuelta tuve la suerte de coincidir con Subirós, y pude preguntarle qué obra maestra del arte contemporáneo le gustaría llevarse a casa, si pudiera. Eligió una de la burgalesa residente en Barcelona Dora García, una artista que suele trabajar en la encrucijada entre las artes plásticas y la literatura. Esta obra del 2024 la adquirió el MACBA.
Al día siguiente Olga me envió por correo electrónico el motivo de su preferencia. Reproduzco su carta sin añadir una sola palabra, pues se explica con claridad:
“Una obra que me gustaría tener —y que, de hecho, podría estar escrita en cualquier pared de mi casa— es una frase de Dora García: "Frase de oro (Ella tiene muchos nombres)". Me interpela profundamente porque cuestiona la idea de una identidad única, estable, representable. Esta obra mínima es, al mismo tiempo, una constelación: abre un espacio donde la multiplicidad, la invisibilidad y la otredad se manifiestan como fuerza política.
En el contexto de mi investigación Displaying Emergency, y exposiciones como Matter Matters, esta frase resuena con una comprensión situada y relacional de los sujetos y de los espacios. Es una afirmación que no define, sino que desborda. Como las prácticas artísticas y curatoriales que desarrollo, que no buscan representar el mundo tal como es, sino abrirlo a lo que podría llegar a ser. Y eso, muchas veces, empieza con una frase escrita en una pared.
“Ella son muchos nombres” forma parte de la serie Frases de oro que Dora García ha desplegado en distintos contextos institucionales y urbanos. A través de frases como “El futuro ya no es lo que era”, “Revolución, cumple tu función”, “El arte es para todos pero solo una élite lo sabe” o “Hay un agujero en lo real”, la artista compone una poética crítica que opera como dispositivo de pensamiento. Estas frases, escritas con pan de oro sobre muros blancos, interpelan al espectador desde la ambigüedad y la densidad política del lenguaje. Funcionan como detonadores conceptuales: mínimas en forma, expansivas en sentido.
El uso del pan de oro en las Frases de oro de Dora García no es decorativo, sino profundamente simbólico. Tradicionalmente vinculado a la sacralidad, el poder y la eternidad, desde los iconos bizantinos hasta la pintura renacentista, el oro evoca una materialidad cargada de sentido histórico y político. Al escribir frases mínimas con pan de oro sobre muros blancos, García genera una tensión entre opulencia visual y economía lingüística: lo efímero del lenguaje se reviste de una permanencia casi sagrada.
Las frases de oro brillan, literalmente, como oráculos contemporáneos. El oro actúa aquí como un dispositivo de percepción: atrae la mirada, marca el espacio, transforma la pared en superficie de pensamiento. Leídas desde una perspectiva baradiana [supongo que se refiere a la física y filósofa del feminismo Karen Barad], estas frases no son solo signos; son materia activa, en constante intra-acción con quien las observa. Su potencia no reside únicamente en lo que dicen, sino en cómo materializan la ambigüedad, la crítica y la posibilidad.”