
Carles Gabarró, en su exposición 'La fragilidad de la pintura en la época del fast food' en el Museu Can Framis
“Mi pintura es como ir al psicoanalista: parece que diga lo mismo de distintas maneras”
Una exposición en el museu Can Framis explora la obsesión por la repetición del objeto del artista contemporáneo catalán Carles Gabarró
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Carles Gabarró (Barcelona, 1956) recuerda que descubrió la obra de Francisco de Zurbarán hojeando un catálogo del museo del Prado que corría por su casa cuando en los años 80, después de haberse graduado en Física y Química y pasado dos años en París estudiando arte por su cuenta, regresó a Barcelona para cursar la carrera de Bellas Artes y dar un giro profesional a su vida.
“Siempre he sido un admirador de Zurbarán”, reconoció el pintor catalán frente al reducido grupo de personas que el pasado jueves asistió a la visita guiada por la exposición Carles Gabarró. La fragilidad de la pintura en la época del fast food, que puede verse en el museo Can Framis, en Poblenou, hasta el 1 de junio.
La muestra, de carácter retrospectivo, arranca precisamente con una de sus obras primerizas, Zurbarán III (1987), una pintura en gran formato inspirada en el famoso bodegón del maestro barroco español Naturaleza muerta de cacharros (circa 1650). Adoptando las tonalidades terrosas y las texturas densas que marcarán su obra posterior, Gabarró deconstruye los diferentes recipientes, metálicos y de barro dispuestos sobre un alféizar, y los transforma en objetos geométricos que remiten al Cubismo y las vanguardias de principios de siglo pasado.
“Los años ochenta y principios de los noventa son los años de formación y aprendizaje del artista”, escribe Francesc Puntí, comisario de la muestra. Desde el Rembrandt del buey desollado a las naturalezas muertas de Francisco de Zurbarán; desde las pinturas negras de Francisco de Goya a la intensidad expresiva de la pintura plana de Pablo Picasso y George Braque: durante esta etapa, los elementos iconográficos y constructivos del cuadro se conjugan para establecer una narrativa en la que el pintor introduce su mirada particular mediante la interpretación de obras maestras”, añade Puntí. A partir de aquí, Gabarró fue construyendo los fundamentos de su trabajo posterior: pintura densa e intensa, empaste y coloración terrosa y dinámica, y una composición que bebe de la naturaleza muerta, del paisaje romántico y de los excesos líricos del expresionismo abstracto”, detalla Puntí.

Zurbarán III (1987), de Carles Gabarró
Sus primeros cuadros, englobados bajo el título Magma (1995-1996), son telas densas y espesas, donde la pintura cubre totalmente la superficie gracias a unas pinceladas gruesas y expresivas que no dejan pasar la luz, y que insinúan una trama de formas rectangulares irregulares; uno no sabe si está frente a un muro de ladrillos, un bloque de pisos o una librería gigante. “Empecé esta serie de paisajes abstractos durante los tres o cuatro veranos que pasé en Santanyí, en Mallorca”, explicó Gabarró. “Es un estilo que puede recordar un poco a Anselm Kiefer (pintor neoexpresionista alemán, referente de la pintura matérica] o incluso a Barceló, porque Barceló también miraba a Kiefer”, aclaró.
La presencia de una pincelada densa y espesa en todas sus obras tiene mucho que ver con su forma de pintar, siempre sobre pintura fresca, lo que le obliga a terminar los cuadros en una sola sesión. “Me gusta trabajar así, aunque sea cansado, pues implica pasarme horas frente a la tela, hasta que esté acabada”, reconoció.
Con el tiempo, Gabarró fue adentrándose en el mundo figurativo para desarrollar una iconografía propia caracterizada por la repetición, casi obsesiva, de temas, objetos y composiciones que aparecen fruto de la observación. Como el cráneo que le regaló una amiga médico o las fábricas de papel abandonadas que salpican los alrededores de Beceite, en la Franja, donde el artista pasa largas temporadas.

Magma (1995-1996), de Carles Gabarró
“Mi pintura tiene un paralelismo con ir al psicoanalista: puede parecer que te está diciendo todo el rato lo mismo, pero te lo está diciendo de otra manera” bromeó frente sus lienzos de bibliotecas, uno de sus temas recurrentes desde 2006. Sus bibliotecas son oscuras, opacas, repletas de libros, que no son más que formas rectangulares irregulares. “Por un lado, son trazos, pinceladas; por otro, son libros, porque no pueden ser nada más” explicó.
Con el fin de introducirse en el cuadro, el pintor escoge una acción barroca: añade un cráneo, como los pintores de las vanitas, un género artístico que resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos. En otros cuadros, el objeto introducido es una bombilla encendida, o una cama anticuada con cabezal de barrotes que le sirven para jugar con las formas verticales y horizontales. La cama, por otro lado, se convierte en un elemento enigmático que “modifica la mirada y subvierte su interpretación”, escribe Puntí. “La cama es el territorio de Eros, de la sexualidad, de la vida y de la luz, pero también es el espacio de Tánatos, el lugar oscuro donde soñar y morir”.
Bajo la sección Fábricas (2009-2015), el comisario ha reunido una serie de pinturas inspiradas en el paisaje yermo y seco de la Franja, de Valderrobres y los puertos de Beceite, donde Gabarró pasa largas temporadas. “Algunas noches, cuando salíamos a cenar a Beceite, veíamos las fábricas de papel, que, al estar revestidas de cal, reverberaban la luz, produciendo un efecto fantasmagórico”, recordó.
En sus cuadros, los edificios-fábricas se alejan del espectador y los elementos del paisaje en los que se sitúan nos muestran montañas que son cabezas y pechos, nubes que son paletas de pintor, ríos que son caminos y que son humo, espacios donde el pintor traza recorridos imposibles y equilibrios insensatos.

Un visitante en la exposición 'Carles Gabarró. La fragilidad de la pintura en la época del fast food' en el Museu Can Framis
“El pintor propone un alejamiento, una separación, y emplaza al edificio-fábrica en un paisaje casi metafísico, un paisaje que es a la vez profundo, de visión geométrica y casi naturalista, y frontal, abstracto y plano, donde los elementos que lo habitan pueden transmutarse en otros objetos”, observa Puntí.
En los últimos tiempos, Gabarró, que mantiene desde 2015 su estudio en L’Hospitalet de Llobregat, ha ido evolucionando hacia nuevos formatos más pequeños y de tonos más claros: los tonos rosados y blancos, ocres y cremas iluminan ahora no sólo los objetos, sino el espacio donde actúan. Estos cuadros, agrupados bajo el título Analogies (2023-24) consiguen que nos fijemos en cráneos que juegan como niños, o en espermatozoides “que lloran y buscan un pubis que se abre como las páginas de un libro”. Inmediatez y ligereza, idea y objeto, abstracción y símbolo.
“La pintura se mantiene en el límite, tozuda, procurando no caer en ninguna parte y, por eso, para conseguirlo, Carles Gabarró nos deja en el acto de pintar una parte de sí mismo en cada pincelada”, concluye el comisario.