Roser Capdevila (Barcelona, 1939) apenas lleva unos minutos en la Feria del Libro, en el parque del Retiro, y ya tiene una legión de fans haciendo cola. “Yo misma me he quedado asombrada, pensaba que aquí, en Madrid, nadie me pediría autógrafos. No he parado”, cuenta emocionada a Crónica Global. “Ha sido mi infancia”, dice una joven lectora; “Para mi niña, que ya tiene 25 años…”, comenta otra. Y es que son muchas las generaciones que han crecido con las aventuras y desventuras de Las tres mellizas (Les tres bessones), las traviesas trillizas creadas en 1983 por la célebre autora.

Enérgica, carismática y muy simpática, Capdevila cuenta que no sabe cuándo fue consciente de que un lápiz dejaba rastro. “Yo he dibujado siempre. Mi madre decía: ‘Tú naciste con el lápiz en la mano’”. Recuerda que cuando estuvo trabajando en Madrid, en el colegio Alaman del parque de las Avenidas, les dibujaba todo a los niños: “En vez de poner números ponía muñequitos, zapatitos o soles y esto me gustaba mucho”. Pero fue en Barcelona, en un negocio de estampados que fundó junto a una de sus hermanas, donde realmente comenzó su trayectoria profesional como ilustradora.

Tres joyas televisivas

La llegada de sus hijas, Helena, Anna y Teresa, le cambió literalmente la vida. Primero, porque durante tres años lo dejó todo para dedicarse a ellas en cuerpo y alma: “Estoy muy contenta de haberlo hecho porque me han salido tres joyas”. Segundo, porque fueron precisamente sus niñas las que inspiraron los personajes de Las tres mellizas, los populares libros que posteriormente propiciaron la famosa serie televisiva de dibujos animados. Aunque, confiesa, en un primer momento rechazó la idea.

“Cuando me vinieron a buscar los de Cromosoma en el año 92 les dije no. No quería hacer dibujos animados porque yo me imaginaba haciendo todo el movimiento; 104 episodios de media hora, ¿tú sabes lo que es esto?, ¡14 imágenes por segundo dibujadas a lápiz!”. Accedió cuando supo que ella solo tenía que crear los personajes.

La ilustradora firmando un ejemplar de su libro Las tres mellizas YOLANDA CARDO

Una Vespa, un Vespino y un semáforo en rojo

Traducidos a 35 idiomas y distribuidos en más de 155 países, la idea de crear cuentos sobre las andanzas de las trillizas surgió en un semáforo. Quiso la casualidad que Capdevila, confesa usuaria de moto, se encontrara un día con la escritora Mercè Company en un semáforo de la Ciudad Condal. “Ella iba con un Vespino y yo en una Vespa, y me dijo: ‘Roser, con las tres niñas tendríamos que hacer algo’. Bueno, y empezamos así, en un semáforo rojo”.

De las simpáticas charlas de Mercè con las niñas y de sus dibujos a lápiz nació el primer relato que Capdevila, ni corta ni perezosa, llevó a la Feria de Bolonia con la intención de venderlo en el mercado asiático. “Yo sabía que a las editoriales japonesas les interesaban mucho los dibujos de los catalanes”, comenta. Pero el destino quiso que en la ciudad italiana se encontrara también un primo suyo que hacía tiempo que no veía. “Esto no se lo enseñas a los japoneses, esto me lo quedo yo que vengo por Planeta, que quiere abrir una línea infantil”. El resto, como suele decirse, es historia. Som les tres bessones fue el primero de los cuentos de una entrañable colección que prácticamente ha dado la vuelta al mundo entreteniendo a niños de varias generaciones.

Roser Capdevila junto a su hija Helena firmando libros en el madrileño parque del Retiro YOLANDA CARDO

Un efímero novio torero y libros autobiográficos

Mientras sus fieles lectores esperan pacientes en la caseta de la editorial Bindi Books, Capdevila rememora su etapa como docente en la capital. No duró mucho, pero tuvo tiempo de echarse un novio torero. “El novio torero fue visto y no visto, por suerte […] Me mandó una nota diciendo: ‘Te espero en Cibeles’. Pero no dijo el día ni la hora”. Todo quedó en una mera anécdota que contar, sin más.

Sin embargo, hay otros muchos episodios de su vida, algunos difíciles, otros muy divertidos, que inspiraron sus libros. Por ejemplo, La bruja aburrida se basa en una maestra malvada y muy autoritaria que tuvo de pequeña; La niña que quería dibujar es un cuento autobiográfico que narra sus recuerdos de infancia; y en ¡Ay! ¡Ay! Mis pelos ilustra de forma hilarante la conflictiva relación con su ensortijado cabello. “Me parecía horroroso. Mis amigas, todas, con el pelo liso y yo con mi pelo rizado…”. Se lo planchó y se lo quemó, usó peluca hasta que un buen día, yendo en moto, el viento se la llevó. Finalmente, recurrió a un tratamiento capilar y se hizo la toga en la peluquería más cara del barrio. “Me lo dejaron muy mono y cuando llegué ¡todas mis amigas se habían hecho la permanente!”. La cosa no acabó aquí. De repente se puso a llover y aunque corrieron para refugiarse acabaron empapadas. “Mi pelo volvió a ser rizado, otra vez, y el de ellas liso. Entonces vi que era una lucha perdida. En el libro regalo un rizo mío enganchado con un celo”, explica entre risas.

La autora dedicando su libro 'La niña que quería dibujar', un precioso cuento autobiográfico YOLANDA CARDO

El diario que la ayuda a vivir

Dice que ya no contempla ningún proyecto porque tiene 85 años y le falla la vista muchísimo. “No puedo dar un paso si no voy del brazo. Pero tengo una cosa en mi vida que es lo que me ayuda a vivir, que es mi diario”. Una suerte de memorias ilustradas que comenzó en el 2000 y que suman ya 69 cuadernos, justo el año que nacieron sus hijas. Y así, entre risas y anécdotas, se despide no sin antes enseñarnos un dibujo de su mano izquierda vendada y leernos el poema que lo acompaña en una doble página de uno de sus maravillosos cuadernos de bitácora:

Con este poco de cerebro que me queda

Este poco de ojo

Este poco de mano

Este poco de hospital

Este poco de papel

Este poco de remedio

Este poco de aburrimiento

Este poco de boli

Este poco de nada y este poco de todo he dibujado esto.

Desde el año 2000 escribe y dibuja en sus diarios YOLANDA CARDO

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