Afirmar que Edmundo Díaz Conde ha abandonado sus historias de intriga y amor en su paso a la autoficción con su nuevo libro sería faltar a la verdad. Mamá es 80% real, pero está cargada de amor por la progenitora del autor, quien intenta descubrir un misterio que durante años le tuvo alejado de ella.

Tampoco faltan en la novela unas ciudades clave. En este caso son dos, Ourense, donde se crio, y Barcelona, el lugar en el que su madre fue más fiel y desde donde llegaban esas cartas de amor que atormentaron tanto tiempo al protagonista.

Perdón

Pero si algo transmite Díaz Conde en estas páginas es su voluntad de ser perdonado. Cada episodio que pasa, incluso con sus saltos temporales, es una demanda de redención hacia su madre que el lector capta. Ese fue, confiesa, el origen de la novela.

Por todos estos elementos, Mamá no es un libro que sólo pueden leer aquellos que conocen al autor, sino todos aquellos a los que les guste el misterio, también aquellos que crean en el amor. Porque, al fin y al cabo, todos hemos sido hijos.

Portada del libro 'Mamá'

--¿Cómo sintió que esa era la manera de contar su historia?

--Tenía dos maneras de contar esa historia. Una, entrando a saco y contarla de manera autobiográfica, y no me interesaba, o bien hacer autoficción, es decir partir de los hechos reales, que componen aproximadamente un 80-85% de todo lo que se cuenta, ir perfeccionando un poco la historia a través de los recursos narrativos. Tamizar un poco la realidad para que la ficción pudiese ser más verosímil y tuviese más carga humana, emocional, y más dramatismo para la novela. Y también más humor, por supuesto. Todos esos recursos tenían que estar al servicio de una historia que realmente no era exactamente así, pero que sucedió de manera muy similar.

--Claro, pero debió ser doloroso entonces, ¿escribirlo ha sido redentor?

--Hubo antes muchas discusiones e incomprensión por las dos partes, por parte de mis padres y por la mía, sobre todo. Pero yo la historia la descubrí en mi adolescencia y quedó en stand by, porque durante muchos años yo no me atreví a escribir la historia. Además, creo que mi madre, que era cristiana protestante muy poderosa, me hubiese dicho que cómo me atrevo. Me lo replanteé definitivamente cuando ella falleció.

--¿Y cómo ha sido también ese proceso? ¿Da más pudor que hacer ficción pura y dura?

--En realidad lo más complicado para mí fue la concepción.

--¿Por qué?

--Obviamente tardé muchos años en decidirme a hacerlo, pero una vez fallecida mi madre yo tenía esa historia que contar porque además de la carga humana, tenía tantas aristas y tanto significado y estaba además tan dentro de mí que yo tenía que sacarla de alguna manera. Es una historia que está llena de amor por todas partes, pero sin olvidar que el amor, en mi opinión, es una fuente de energía, pero no es esa energía deliciosa y pura que muchas veces queremos ver. Todo lo contrario, es una energía que muchas veces es destructiva, crea malentendidos y, en todo caso, tiene sus reversos tenebrosos y destructivos y que son muy aplicables al amor romántico, un tipo de amor que también está presente en la novela, al igual que el amor maternal, el conyugal, etc. Pero bueno, la concepción en realidad fue lo más complicado. Después una vez que me puse, empezó a fluir y fluyó durante un año aproximadamente y me he quedado tan vacío que realmente no sé cómo saldré de esto, la verdad (sonríe).

El escritor Edmundo Díaz Conde / EP

--Esperemos que no sea así, porque además tiene muchos puntos en común esta obra con los libros previos. Está presente el amor, el misterio y las ciudades ¿Qué tienen esos tres temas que le apasionan?

--En primer lugar hay que decir que Mamá es la historia de una madre y de un hijo adolescente, a caballo entre Galicia, sobre todo, y Barcelona. La historia de una madre que está dispuesta a todo para que su hijo alcance su sueño, y un hijo que por desgracia descubre las cartas de amor de su madre firmadas por un escritor catalán. Tampoco era difícil de descubrir, pero le daba una intriga y es como una médula espinal que recorre la historia de principio a fin. Mamá no es una historia de escenas, simple y llanamente. Es una intriga que parte desde la primera página hasta 360 y alrededor hay que buscar, perseguir y reconocer a ese autor de las cartas. Alrededor de todo ello, está la encarnadura llena de estigmas, de amor, de perdón. Así que como dices, sí, todos esos temas están entrelazados. Pero sobre todo creo que hay de carga humana y emocional.

--¿Es también una advertencia a los hijos para comprender más a los padres y dejarnos de peleas?

--Sí, seguramente subyace todo eso. Porque en el fondo yo creo que Mamá es una solicitud de perdón, porque llegué tarde, lo hice mal. Creo que se me puede calificar con total tranquilidad de mal hijo, no estuve cuando tenía que estar ni hice lo que tenía que hacer y dejé de hacer cosas que tenía que haber hecho. Ese sentimiento de culpa persigue la historia de principio a fin y a mí también me persiguió en todo momento. Así que, en cierto modo, creo que sí es una reivindicación del espíritu más comprensivo que nosotros podemos mostrar hacia nuestros padres y que inevitablemente nos persigue también a todos, porque hemos tenido malentendidos continuos, discusiones, disputas e incluso hallazgos inesperados en torno a ellos. A mí me llevaron al distanciamiento total.

--¿Se siente ahora perdonado, en paz?

--En realidad no, me gustaría muchísimo decir que sí. Realmente tenía que escribir esta novela porque tenía que quitármela de encima, pero al mismo tiempo he de decir que no me siento más en paz. Sigo sintiéndome el mal hijo que era entonces y que hice las cosas mal. Yo pensaba que si mi madre me estuviera viendo desde un rinconcillo por ahí en el cielo me diría: “has hecho bien, hijo, persiguiendo tus sueños hasta el fin”. Ella siempre me decía que había que buscar los sueños fuera como fuera. Esa exhortación me caló tanto que los perseguí con demasiado ahínco, hasta olvidándome de ellos. Por otro lado, no hay que olvidar que mi madre fue modista de alta costura afincada por necesidad en Galicia. Y esto me ha dado ocasión de mostrar sus prendas que se conservan después de 40 años.

El escritor Edmundo Díaz Conde PEPE ORTEGA

--De hecho, es un personaje que encaja mucho en una España que tal vez está olvidada, la de esas modistas de toda la vida que persiguen su sueño en una época que tampoco era fácil.

--En absoluto, mi madre nació en el 36, ni más ni menos, justo en la Guerra Civil. Entonces, siendo quien fue, viniendo de dónde venía, de una clase media baja, luchar por los sueños con el ánimo con que lo hizo ella tiene mérito. ¡Es que era modista de alta costura! Era catalana, había nacido en Barcelona y a los pocos años ya tuvo que trasladarse por exigencias familiares a Orense, donde nazco yo. Ella creó un taller de costura, Alta Costura Mary, y siempre añoró su tierra, Barcelona. La recuerdo toda la vida diciendo “Si yo pudiera volver, si yo pudiera volver”. Soñaba con ella y con ser una gran modista. Ahora pienso que ojalá mi madre pudiera ver todo esto, se sentiría orgullosa si supiera que el 9 de mayo la revista Vanity Fair exhibirá fotos de sus prendas. Es un pequeño tributo.  

--¿Cree que ese legado se conserva o se le tiene olvidado?

--Sin duda, sí, porque tenemos dos modistas de alta costura que cosían prendas de alta costura. Por un lado, la modista autónoma, que mi madre era una representación de ellas, que diseñaban los modelos, los cosían y se esforzaban 14 horas al día en trabajar las prendas. Y luego estaban las pequeñas manos, modistas de la misma calidad, probablemente, pero que trabajaban para los grandes diseñadores. Porque en esa época ¿cuántas mujeres tuvieron, por necesidad, que dedicarse a la costura? El esfuerzo, las horas que dedicaron a ese trabajo para sacar a su familia y a sus hijos adelante, para que ascendieran en la escala social. Todo eso quizás no lo hemos reconocido suficientemente. Y en mi caso, por necesidad, tenía que hacerlo, porque recuerdo perfectamente a mi madre dejarse los ojos en las telas negras, que decía que era el peor aliado de las modistas, y dejarse las vértebras en su trabajo. De hecho, ella reconocía la preponderancia del prêt-à-porter sobre la alta costura y reconocía que le ganaría la partida a la alta costura, porque era mucho más cómoda de hacer y de llevar. La alta costura era para otras figuras y estratos económicos.

--Y si Barcelona fue importante para su madre por eso y por esas cartas, ¿cuánto lo es para usted? ¿Qué relación mantiene ahora con Barcelona? 

--Me gusta que me lo menciones porque es una idea central. Barcelona era el Shangri-la de mi madre. Era la patria perdida y la patria por recuperar, hasta el punto que cuando yo era un adolescente, recuerdo discusiones con mi padre al respecto en el que le decía de volver ahí, que su hijo tenía que educarse en Barcelona. La tenía mitificada. Entonces, mi relación con Barcelona por supuesto ya no es ni la mitad de la que tenía ella, pero cada vez que voy, irremediablemente me paso por la calle de Diputació, donde ellos vivieron. Por eso también la ciudad es una mariposa que sobrevuela todo el rato el texto.

El escritor Edmundo Díaz Conde EFE

--Como le decía antes, usted habla mucho de las ciudades, también en esta novela. ¿Qué importancia tiene el territorio?

--Bueno, la tierra es como una madre más. Es una carga emocional que nos corre por las venas Y es curioso porque mi madre, ya siendo adulta tenía más acento gallego que catalán, pero no quería oír hablar de Galicia, porque para ella la sangre, la voz de su tierra era Barcelona.

--¿Por qué?

--Pues probablemente porque su madre hablaba en catalán, jamás en castellano y muchísimo menos en gallego, por supuesto, que lo detestaba. Es ese terruño, esa patria chica nuestra que nos acompaña toda la vida, como a mí me acompaña Galicia, a pesar de que llevo 25 años viviendo en Sevilla.

--Casi algo político lo suyo, tejer un triángulo entre tres puntos de muy alejados entre sí, aunque sea sólo geográficamente.

--Es que España es rica en el fondo. Y qué contradictorio y cuántos reinos de taifas tenemos que salpican nuestra tierra. Los hijos de aquellos padres que nacieron en plena guerra o incluso en la posguerra, tal vez tenemos una concepción más unitaria de España, sobre todo si hemos viajado por todo el territorio nacional y hemos vivido en diferentes regiones. Yo era muy gallego en Galicia, también soy muy andaluz aquí y comprendo el sentimiento barcelonés de mi madre. Ese sentimiento plural no es en absoluto negativo, le da riqueza a la perspectiva hispánica, a esta península tan rica. A veces tan excesivamente rica y tan excesivamente plural.

--Pero acabemos con el libro. ¿Qué le diría al futuro lector de la novela?

--Me gustaría que el lector fuese a la novela con ganas de emocionarse, de reír y de llorar. Es una novela de emociones sin dejar de lado en ningún momento la intriga. Mi deseo es que la novela le atrape, porque está escrita con el corazón y dirigida al corazón de los lectores.