Alec Baldwin
Los problemas de tener malas pulgas
Si el que se llega a cargar al director de fotografía de la película que está rodando hubiese sido Tom Hanks, yo creo que nadie habría dudado de que la tragedia era fruto de un lamentable error. No es que con Alec Baldwin (Amityville, Nueva York, 1958) haya habido sospechas de juego sucio tras eliminar involuntariamente a la pobre Halyna Hutchins, pero no veo que el hombre esté despertando la simpatía y la compasión que se hubiera llevado, sin duda alguna, lo más parecido al difunto James Stewart que hay actualmente en Hollywood. Sí, todo apunta a una chapuza del maestro armero en un rodaje plagado de problemas económicos y de todo tipo, pero el problema del señor Baldwin es que no cae simpático y que tampoco ha rodado ninguna película memorable (con la excepción de Glengarry Glen Ross, adaptación de la función homónima de David Mamet en la que el hombre se salía en un papel tan breve como contundente).
Lo que casi todo el mundo sabe del pobre Alec es que tiene tres hermanos actores bastante flojos y una segunda esposa que aporta al matrimonio una vertiente involuntariamente cómica: la instructora de yoga Hilaria Thomas es una chica de Boston a la que le dio por decir que era mallorquina y por bautizar a sus innumerables vástagos con nombres españoles hasta que se descubrió que solo conocía las Baleares de visitar la segunda residencia de sus padres (las excusas que se inventó para justificar su extraña manía solo sirvieron para que la gente empezara a sospechar que igual le faltaba un tornillo). Mientras Hilaria (o Hillary) se dedica a echar hijos al mundo a velocidad supersónica, su marido, entre rodaje y rodaje, se las apaña para meterse en líos: se las ha tenido con algunos políticos, con la policía, con los paparazzi, con un conciudadano al que arreó de sopapos por una plaza de aparcamiento, con presentadores de televisión y hasta con la hija que tuvo con su primera mujer, Kim Basinger, esa tal Ireland a la que calificó de “cerdita” en una acalorada discusión telefónica. Aunque todo el mundo sabe que Alec Baldwin es actor, sus malas pulgas son lo primero que llega a la mente de cualquiera cuando se le habla de él. O sea, que solo le faltaba cargarse a la directora de fotografía de su nueva película (y herir al director de rebote) para incrementar su ya notoria mala fama.
Hablamos de un actor solvente y ocasionalmente brillante con una fama de ogro notable y evidentes problemas para controlar un carácter con cierta tendencia a la violencia verbal y física. No son las mejores características para sobrevivir a una época en la que impera la cultura de la cancelación: a Johnny Depp lo están borrando del mapa por haberle arrojado un objeto contundente a Amber Heard bajo los efectos del alcohol. Espero que Alec Baldwin salga ileso de esto, pues bastante pena tiene ya por haber matado a alguien sin pretenderlo, pero si su agente lo larga y deja de sonar el teléfono en casa (que tampoco debe oírse mucho con el griterío de su prole), no seré yo quien se sorprenda.