Grussius, el acicate para una excursión por la Francia mediterránea
Una visita al departamento del Aude, en Francia, permite descubrir el vino Grussius, en los viñedos de Gruissan
18 octubre, 2020 00:00Hay casualidades que se convierten en encuentros. Nos invitaron a participar en un pequeño evento ajeno al propósito de este artículo que implicaba lo que solemos describir como un “sube y baja”. Esto es, una ida y vuelta en un mismo día del área de Barcelona a un pequeño pueblecito del Languedoc del que apenas conocíamos nada. Así pues nos preparamos para una pequeña (y siempre ilusionante) excursión a Francia. Gruissan es un pequeño enclave costero del departamento del Aude, y se podría decir que es el puerto de Narbona, ya que se encuentra casi a su misma latitud. De la frontera hasta Gruissan apenas hay una hora más de ruta. Tan pronto cruzamos por El Pertús, el paisaje conocido: a la izquierda el imponente Canigó (considerada por los antiguos la cima más alta de los montes de Pyrene) y a la derecha las Alberas y enseguida la fina línea costera; enfrente la amplia llanura del Rosellón. Sin apartarnos de la autopista A9 reseguimos la antigua Via Domitia que nos llevaría hasta el Ródano y los Alpes, si quiséramos. No vamos tan lejos. Dejamos a nuestra derecha Perpiñán y a nuestra izquierda la vinícola población de Rivesaltes, famosa por sus vinos dulces. Velozmente dejamos atrás el Rosellón y el departamento de los Pirineos Orientales para adentranos en el Aude y la zona de los grandes estanques.
Toda esta costa mediterránea hasta el delta del gran Ródano está plagada de grandes y apacibles estanques. Ideales para la explotación de los recursos marítimos, como todo tipo de frutos del mar, pesca, algas, salinas… En los días claros el reflejo del sol en sus aguas tranquilas nos transmite una calmada sensación marina y muy civilizada. Como si una capa de protección nos resguardara de la, a veces, imprevisible furia de Neptuno. Esta calma contrasta casi violentamente con el paisaje que se abre a nuestra izquierda: aquí comienza a elvarse el imponente macizo de Las Corbières, una de las zonas más ignotas y deshabitadas de Francia. Su roca calcárea, blanca y dura, poco amiga de lo verde, junto a una tramontana constante e implacable, nos transmiten exactamente lo contrario a los estanques: una cierta aproximación a lo salvaje y a lo imprevisible. Y en ese transitar paisajístico a un lado y al otro de la vía enseguida llegamos a Narbona, donde abandonamos la autopista en dirección al mar para alcanzar nuestro destino, el pequeño pueblo de Gruissan. Pero antes debemos cruzar un pequeño macizo, calcáreo también, que se interpone entre nosotros y el mar: La Clape, cuyo significado sería algo así como “montón de piedras” en antiguo occitano.
Actividad en la tienda
Cuando los fenicios y romanos llegaron por estas tierras La Clape era una isla. Luego, en el devenir de los siglos, la acumulación de aluviones del río Aude la unió al continente. Ya llevamos muchos kilómetros transitando entre viñedos, pero cuando llegamos a La Clape no podemos evitar adentramos apenas un poco por una de sus estrechas carreteras. Y aquí nos sentimos totalmente rodeados por un paisaje genuinamente mediterráneo que alterna un sinfín de pequeñas parcelas de viñedos, bosquecillos de pinos y la omnipresente roca blanca calcárea, aunque mucho más acogedora que en Las Corbières. El paisaje es amable, auténtico, sereno y aprovechamos que se esboza una finísima lluvia para abrir ventanas y respirar profundamente: el petricor, los aromas a pinaza fresca y mojada predominan pero también, y creemos entender todo tras una curva y ver por fín el fuerte de la Tour de Barberousse culminando el núcleo de Gruissan, el característico olor de marina que todo lo envuelve. Efectivamente, el enclave de Gruissan podría decirse que es casi perfecto en todos sus puntos cardinales: al norte, un pequeño macizo como La Clape resguarda el pueblo de los ajetreos logísticos de las vías del interior. Al sur, otro promontorio, la isla de Saint-Martín (facilmente alcanzable cruzando un pequeño puente), separa el pueblo del gran estanque de l’Ayrolle.
Mediando entre la isla y la línea de la costa, al este, unas grandiosas salinas donde se extrae uno de los productos más conocidos de esta zona: la sal. Y rodeando el pueblo, al oeste pero a través de una serie de canales a su vez también al este, unos pequeños estanques que casi parecen balsas inmensas y que nos hacen percibir el pueblo tal como si estuviera levitando sobre gigantescos espejos inmóviles. Nos referimos siempre al casco antiguo, al núcleo del pueblo, pues un poco más lejos, en la línea de la costa, se construyó en la segunda mitad del siglo XX Gruissan-Plage, una importante estación balnearia que cada año acoge un gran número de visitantes. Sin duda la profundidad de estos paisajes marcaron la trayectoria de Lina Bill, pintor paisajista del Mediterráneo y de la Provenza, nacido en Gruissan en 1855. En la entrada de Gruissan encontramos la Cave Cooperative de Gruissan, la cooperativa local constituida en la posguerra (1947-1948), un edificio sometido a numerosas reformas con un gran sentido práctico y donde prima la entrada a la Cave de Gruissan, la tienda de la cooperativa.
Vino de alta gama
Percibimos un gran movimiento, casi barullo, que sucede alrededor del edificio. Por un lado (estamos en final de vendimia) van entrando y saliendo los tractores, camiones y camionetas con remolques cargados de uva. Por otro lado el aparcamiento de visitantes vive un intenso ajetreo. Y lo confirmamos en la tienda: está llena a rebosar de clientes. Nos sorprende tanta agitación, pues en España las tiendas de las cooperativas, si las hay, a veces se encuentran sumergidas en un cierto vapor soporífero. Parece, no siempre claro, que muchas cooperativas tienen una tienda por tenerla, como si no hubiera mucha fe en el mercadeo que pudiera producirse. Aquí no, el movimento es importante, el comercio está activo. Y este es un valor que percibimos como muy importante. Dentro de las instalaciones de la cooperativa, conocemos a su director técnico, Frédéric Vrinat. No es el mejor momento para interrumpirle en sus labores, con tanta uva entrando y necesitando ir de un sitio para otro, tantos depósitos y procesos que controlar. Pero entre algunas otras cosas nos cuenta que desde finales de los años noventa, la cooperativa ya estableció un sistema vinculado al reembolso de la uva para incentivar y privilegiar la producción cualitativa de bajo rendimiento.
Con el tiempo se fue enfocando al reconocimiento parcelario. Grussius es el primer vino (primera añada en 2001) fruto de esta visión. En 2013 este sistema culminaría con la constitución de Alta Vinha, un proyecto enfocado en la preservación de la especificidad de los viñedos de La Clape que a su vez supondría la elaboración de un vino de alta gama, Alta Vinha. Mientras Frédéric nos dedica su tiempo, podemos observar el edificio de la cooperativa en su interior. Es un edificio sencillo de techos altos divididos en naves amplias coronadas con cubiertas a dos aguas donde, de nuevo, predominan los aspectos prácticos. El ala donde os encontramos, la más antigua, tiene unos grandes pasillos flanqueados por amplios depósitos de hormigón, ajados, que denotan su uso intensivo. Sin duda se trata de una cooperativa con solera. De las distintas opciones que nos propone la cooperativa nos decantamos por su Grussius 2018, AOC La Clape, el origen de la uva proviene íntegramente de la Isla de Saint-Martín, en la parte sur de Gruissan.
Una sonrisa en los labios
Se trata de un cupaje habitual en los vinos del Laguedoc: garnacha, syrah y un 50% mourvèdre, una variedad muy extendida en esta denominación y que en España conocemos bien, pues la mourvèdre es la monastrell, tan común en nuestro Levante, en Valencia y en Murcia. ¿Qué podemos esperar, pues, de un vino con un porcentaje importante de monastrell, flanqueado por la garnacha y la syrah? ¿Cuál es la impresión que invade a quien se acerca a una copa de Grussius? ¿La parte crujiente y a la vez potente de la monastrell? Seguro, pero no sólo ¿La envolvente y sedosa oscuridad frutal de la syrah? Quizá ¿Frutas como una ciruela en su punto de dulzor? Sí, pero también algo más crujiente como la grosella… podríamos seguir insinuando y evocando los aromas y sabores que un vino de marcada tipicidad como Grussius nos propone, pero en el fondo preferimos que sea el errante explorador quien bucee y descubra sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos.
LLegados a este punto, y abriendo espacio a los sabores, un vino como Grussius nos lleva irremisiblemente a sentarnos a la mesa y dejar que pase el tiempo. Pensamos en posibles combinaciones deseadas, siempre intentando partir del enclave geográfico. Y ya que estamos en el departamento del cassoulet… No, es un plato contundente y de interior y quizá buscamos algo más ligero. Nos proponen un fréginat, un plato tradicional local basado en el cerdo y con importante presencia de hierbas de monte como el romero, tomillo o laurel. ¡Por supuesto lo queremos probar! Aunque ahora tenemos intuiciones en otras direcciones… ¿quizá pescado? Para muchos ortodoxos sería herejía un tinto maduro con la finura de un pescado. Pero nos gusta romper estos estereotipos que a veces son más fruto de una costumbre malentendida que de una sabia conjunción de sabores en el paladar.
Estamos en una zona de estanques y de explotación civilizada y antiquísima de los mismos, y no dejamos pasar la ocasión de acercarnos a un producto tradicional en la zona como es la anguila. Sí, cómo no… ¿una anguila ahumada? ¡Claro que sí! ¿Y si la acompañamos de una pequeña compota, no, mejor, una confitura? Quizá de una fruta como… realmente, podrían encajar casi todas las confituras con una anguila ahumada y un vino como Grussius. Dejemos también esta puerta abierta al gusto y ensayo del explorador curioso. Así pues, las cosas a veces son fáciles. El devenir nos ha conducido hasta un pequeño emplazamiento como Gruissan, que no conocíamos y que nos ha entrado a la primera. Y así ha sido porque hemos encontrado aquí una concentración de la quintaessencia mediterránea: cualquiera que sienta que este viejo mar es su patria puede sentirse aquí como en casa. Para nosotros la excursión por el país vecino toca su fín, debemos ponernos de nuevo en ruta para regresar, pues recordemos que esto era un “sube y baja”, y todavía nos queda un buen rato de vuelta. Pero lo hacemos esbozando una sonrisa en los labios, que es la sonrisa que queda cuando una casualidad se convierte en un feliz y fructífero encuentro.
Vino: Grussius 2018 AOC La Clape
Precio (en tienda): 16 euros
Taula del Vi de Sant Benet son: Oriol Pérez de Tudela y Marc Lecha