Carles Vilarrubí al ser nombrado presidente de la Acadèmia Catalana de Gastronomia i Nutrició

Carles Vilarrubí al ser nombrado presidente de la Acadèmia Catalana de Gastronomia i Nutrició ACGN Barcelona

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Carles Vilarrubí en el Tibidabo de los Andreu

"Pensó en recorrer el mundo, acorazado en un negro mate con soportes interiores plateados. Se desvivió por la política y se entregó temeroso en auxilio del calamitoso procés. Se enamoró del motor; vivió Le Mans e Indianápolis y abrió las caballerizas del Club de Polo".

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Artur Mas me mira a los ojos y dice: “Josep Maria, nosotros no proclamaremos la independencia de Cataluña si no tenemos la conformidad de las dos terceras partes del país”. Cuando se cierra la puerta del despacho del presidente de la Generalitat, suena el móvil. Es Carles Vilarrubí: "¿Cómo ha ido? He visto al presidente electo muy realista y pienso que la mayoría sociológica no está por la labor".

Pero ya entonces la suerte está echada: la generación de Mas, David Madí, Oriol Pujol y compañía ha decidido el salto mortal por pura inconsciencia. No entienden, ni entonces ni ahora, que cuando la vanguardia política de un país hace el ridículo, todo el país hace el ridículo.

Vilarrubí ocupa todavía una vicepresidencia del FC Barcelona; quedamos a comer en el Merbeyé y en el postre llama Bartomeu para contarle que el Barça ya está suscrito al grupo de entidades que han tomado la delantera. Es día de partido y un servidor acude al viejo Camp Nou sacudido por la grada: ¡in-indé-independencià!

Solo son unas miles de voces frente a más de 90.000 posibles, pero parece que todo el estadio grita lo mismo. El eco es idéntico al efecto espejo de las movilizaciones indepes en la calle; la mayoría se queda en casa, pero los voceros del procés dicen que todo el país está en la calle.

Cuando bajamos rodando el coche sobre los raíles del Tranvía Azul, me entra una morriña de aquí te espero. Pasamos por delante del Frare Blau, la antigua vivienda de los Salisachs --convertida en restaurante de cochinillos-- y más abajo nos detenemos delante de la sede de la Mutua Universal, que preside el mítico Echevarría Puig (Nissan, Endesa, etc).

Nos despedimos cuando faltan pocos días para que Jordi Pujol reconozca públicamente la deixa de su padre Florenci y el prestigio político del expresident aterrice para siempre. La etapa Bartomeu que acabará con el Barça en quiebra técnica mantiene la costumbre de los clásicos Barça-Madrid: la noche antes, cena de picoteo cinco estrellas en el domicilio de los Vilarrubí-Daurella (la presidenta de Coca Cola); una cita a la que nunca faltan ni Florentino, el presi del Real Madrid, ni Isidro Fainé, la cresta de La Caixa. Y detrás de ellos una legión seleccionada de primeros espadas de la empresa, la cultura y el deporte.

Carles Vilarrubí, que falleció la pasada madrugada, es el amigo de todos. Se convirtió en consejero de Telefónica en los pactos CiU-Aznar del 96 y fue la correa discreta de Villalonga en Cataluña en el último esplendor de la gobernabilidad. El hilo microfónico le convirtió en impulsor central de Catalunya Ràdio y de Entidad de Juegos y Apuestas de la Generalitat de Catalunya (EAJA); inventó el grupo de emisoras de los Godó, hizo crecer a RAC1 y puso en marcha la televisión, hoy difunta, de los accionistas de La Vanguardia.

Fichó por la Banca Rothschild y levantó el patronímico germánico --Rot ('rojo') y Schild ('escudo')-- entre las empresas familiares catalanas, cuando precisaban una OPV en Bolsa o una fusión industrial a la sombra de notario y Registro. Coleccionó pintura, palos de golf y recetas de alta cocina. Fue el amigo de todos y rompió el molde del viejuno sector negocios de Convergència --lejos de Banca Catalana y de las aporías empresariales de Lluís Prenafeta--, aportando operaciones brillantes como la consolidación del Deutsche Bank, en la M30 del Vallés tecnológico, al unir los intereses del banco alemán con Pujol.

Cuando los neumáticos de lluvia se detienen ante La Rotonda, Vilarrubí echa la vista atrás. Él fue el astuto CEO de Gran Tribidabo hasta romper con Javier de La Rosa, el financiero que introdujo en España la oficia de inversión de Kuwait (KIO). El nombre de aquella holding marchitada, tras el encarcelamiento de De la Rosa, llevaba formalmente la impronta bonita de un gran parque --pegado al Hotel La Florida de Goldman Sachs-- que incluiría en el proyecto al mismo Port Aventura.

Su pasado se desliza en la infancia de un niño que soñó la ciudad de los Andreu, los antiguos dueños del Tibidabo bonito; mañanas suizas de chocolate y nata, misa en el Sagrado Corazón, el avión dormido y la sala de los espejos deformantes, junto a los autómatas que encandilaron la imaginación Ernst Bloch, el filósofo de la esperanza.

Algún día, Carles se montó en el soporte de las roderas de aquel Cadillac que Salvador Andreu, el farmacéutico de las famosas pastillas para la tos, legó a su hijo Juan Antonio.

Pensó en recorrer el mundo, acorazado en un negro mate con soportes interiores plateados. Se desvivió por la política y se entregó temeroso en auxilio del calamitoso procés. Se enamoró del motor; vivió Le Mans e Indianápolis y abrió las caballerizas del Club de Polo, en la alta Diagonal, hoy desdibujada.

Hasta siempre.