La historia empresarial está repleta de decisiones, pero sólo algunas quedan para la posteridad. La que tuvo que tomar el consejo de administración de Banco Sabadell, liderado por su presidente, Josep Oliu, a finales de noviembre de 2020 es una de ellas. Queda algo lejos pero sin ella resulta imposible explicar que sólo dos años después la cotización de la entidad se haya multiplicado por 3,6 y el resultado haya pasado de esquivar in extremis los números rojos a los mayores beneficios en década y media.
Sería un tanto atrevido emplear aquella expresión de que, por aquel entonces, nadie “daba un duro” por el banco. Pero no es falso decir que el mercado apenas daba diez por cada título del Sabadell. Como todo el sector, arrastraba la pesada carga de varios trimestres con tipos negativos y la pandemia desatada ocho meses antes apenas permitía divisar un horizonte, por lo demás incierto.
En el caso del banco se sumaba la pesada digestión de adquisiciones como la de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) y, especialmente, la de la entidad hipotecaria británica TSB, cuyas fallas en los sistemas informáticos trajo al consejo por la calle de la amargura durante largos años, como admitía el propio Oliu, tanto en privado como en público.
Por eso la opción de una operación corporativa era la mejor valorada entre los inversores para sacar al Sabadell de aquel callejón sin aparente salida. Dos meses antes, Caixabank y Bankia se habían dado la mano para dar lugar al primer banco de España y de paso, en palabras del que después fue nombrado presidente, José Ignacio Goirigolzarri, poder afrontar el futuro con garantías.
Negociación fallida
La prueba de que los inversores veían en una maniobra similar la única salvación para Banco Sabadell fue la histórica revalorización del 24,6% que experimentaron las acciones aquel 16 de noviembre, cuando tanto la entidad como el BBVA comunicaron al mercado que negociaban una eventual fusión.
Pero una cosa es que Caixabank y Bankia dieran la apariencia de que aquello era sencillo y otra, muy diferente, que lo fuera en realidad. Aquel sueño de otoño tardío se desvaneció en poco más de diez días, lo que tardaron los equipos de Oliu y Carlos Torres en despertar, a golpe de discrepancias en lo económico y en lo del gobierno corporativo.
Vuelta a los orígenes y solo
A primera hora del 27 de noviembre, el título del Sabadell volvió a los diez duros y la capitalización, a bajar de los 2.000 millones de euros. La acción se desplomó más de un 23% en tres sesiones porque al mercado no le gustó nada la decisión tomada por el consejo: el banco continuaría en solitario y con su apuesta por el mercado español y por el negocio de las empresas, tanto pymes como grandes corporaciones, en el que siempre ha sido un referente.
La idea por entonces es que hay banco y que lo que hace falta es gestionarlo. Y un nuevo equipo para hacerlo porque Jaume Guardiola ya estaba en periodo de prórroga que él mismo había concedido al banco para seguir como consejero delegado.
El tiempo también ha demostrado que Oliu acertó con César González-Bueno, cuya llegada se interpretó como una manera de tender puentes hacia esa fusión transfronteriza de la que tanto se hablaba en el Banco Central Europeo, dada la experiencia del ejecutivo en la matriz de ING. También se hizo lo propio cuando aterrizó como director financiero Leopoldo Alvear, experto en fusiones y una de las perlas del sector que la operación entre Caixabank y Bankia se había dejado por el camino.
Mucho se habló también de nuevos intentos con BBVA. Nunca hubo nada de eso. González-Bueno se puso a trabajar exclusivamente en un plan estratégico que tuvo listo en cinco meses y en el que la estrella era el ahorro de costes. Junto a ello, la idea comentada de la vuelta a los orígenes como banca de empresas y un componente más digital para el área de particulares, en la que había mucho por hacer.
Paso en lateral
Poco antes, en una de sus primeras comparecencias, lo había admitido sin tapujos: “en banca minorista, tenemos mucho margen para mejorar la eficiencia”. De nuevo, una decisión delicada: otro ajuste de plantilla y de oficinas cuando aún no se había cerrado el que se había puesto en marcha antes de la frustrada fusión. Pero el objetivo era ambicioso: 130 millones de euros anuales de ahorro. Sin tiempo que perder.
Además, el ejecutivo estableció tres grandes áreas en el banco, particulares, empresas y corporativa, con el objetivo de que funcionaran de la forma más autónoma posible. Contó desde el primer momento con las manos libres que le dejaba la decisión de Oliu de abandonar la mayoría de sus funciones ejecutivas, aunque nunca ha dejado de estar muy presente.
El renacer de TSB
“El mandato del consejo es claro: seguir en solitario y con el perímetro que tenemos”. González-Bueno repetía hasta la sociedad este leit-motiv cuando era preguntado por la prensa con insistencia por una operación corporativa. El nombre al que apuntaban todos los focos era TSB pero en el banco tenían claro que, después de haber pasado lo peor (el problema de la migración fallida y el necesario ajuste de personal y sucursales), no era el momento más apropiado para vender.
Y menos aún en la recta final de 2021, cuando la inflación comenzaba a dar preocupantes síntomas de descontrol y algunos bancos centrales empezaban a preparar las primeras subidas de tipos. Uno de ellos fue el Banco de Inglaterra. ¿Y qué entidad tenía una filial en Reino Unido? Llegaba el momento de recoger los frutos y no tardó en reflejarse en las cuentas del banco.
En 2020, el Sabadell dio un resultado positivo de dos millones de euros, condicionado por las provisiones relacionadas con el Covid-19 pero también por las pérdidas de 220 millones aportadas por TSB. Dos años después, el impacto positivo ha sido de 87 millones, con un resultado antes de impuestos de 184 millones de libras, récord desde que la entidad británica forma parte del Sabadell, en 2015. El cuarto de 2022 fue su octavo trimestre consecutivo con aportación positiva a las cuentas del grupo.
El mismo mercado que no apostaba por lo que parecía un desafío insostenible a finales de 2020 se ha encargado de refrendar la estrategia algo más de dos años después.
Refrendo de la bolsa
La notable revalorización de las dos últimas sesiones, al calor de los resultados del pasado año, no ha sido un hecho aislado. Desde la ruptura de las negociaciones con BBVA hasta el cierre de 2022, la acción del banco se disparó un 257%, con los dividendos incluidos, a lo que habría que sumar el avance del 31,5% que acumula en las escasas cuatro semanas de negociación en 2023. En ese mismo periodo, la trayectoria que más se aproxima dentro del sector es la de Bankinter, con un 191%.
La evolución se ha trasladado también a las recomendaciones de los analistas y el precio objetivo que otorgan al valor. En el último trimestre de 2020, la entidad apenas sumaba un 11% de recomendaciones de compra, mientras que cerca de dos tercios de las mismas eran neutrales. Dos años después, las primeras acaparan el 58% del total y sólo el 4% son de signo vendedor.
El precio objetivo a finales de diciembre es de 1,08 euros (ampliamente superado ya por el valor), justo el triple que cuando negociaba la fusión con BBVA. Con cerca de 6.500 millones de euros de capitalización, ha sobrepasado con holgura a Bankinter para situarse como cuarto banco del Ibex por capitalización y ya pugna por formar parte de las 20 mayores empresas por valor bursátil.