Veo por la tele a Pedro Sánchez, de visita progresista a Chile, y me pasmo una vez más ante su desfachatez. Le preguntan por la amnistía a los del prusés (contra la que está más del 60% de los españoles, por cierto, aunque a él se la sopla, por supuesto) y me sale de nuevo con lo de la convivencia entre catalanes y entre estos y los demás españoles. Ya puestos, aprovecha para responsabilizar del motín de 2017 al PP, que, según él, fue prácticamente el principal responsable de la charlotada independentista.

Hombre, Pedro, podemos estar de acuerdo en que Rajoy, con su pachorra habitual, reaccionó tarde y mal a la provocación de Puigdemont y sus palmeros (si hubiese aplicado antes el 155 nos habríamos librado de las imágenes de los maderos aporreando ancianitas durante el referéndum fake), pero de ahí a echarle la culpa de un delito del que solo son responsables sus instigadores bordea lo miserable.

Evidentemente, ni una palabra acerca de las aviesas intenciones de Cocomocho, ya avanzadas a la opinión pública, que consisten en volver a dar la chapa con otro referéndum y a reivindicar el derecho (¿qué derecho?) a la unilateralidad, lo cual tampoco es de extrañar porque todo el mundo sabe que, si cedes a un chantaje, tu extorsionador no se contenta con el primer pago, sino que suele dedicarse a sangrarte durante todo el tiempo que pueda.

Pensaba yo que para que una amnistía se pudiera conceder era condición sine qua non el arrepentimiento del delincuente y su promesa de no volver a las andadas, lo que no sucede en el caso que nos ocupa. ¡Pero si ni siquiera cuenta Sánchez con la seguridad de que sus nuevos amiguitos le aprueben los presupuestos! Como ha dicho Turull, a cambio de la amnistía solo le permitirán tomar posesión del cargo de presidente. A partir de ahí, cualquiera de sus iniciativas se verá sometida al escrutinio de Junts, que es de suponer que se dedicará a pedir más cosas ante cada una de ellas.

Hasta Sánchez tiene que haberse dado cuenta de que sus socios no son de fiar, pero el hombre vive al día y piensa, como dicen los anglosajones, que ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. Lo principal es cerrarle el paso al fascismo. O agarrarse al sillón, según se mire. Dudo mucho que Sánchez se crea lo de la convivencia entre españoles de bien (principalmente porque hay unos que no quieren serlo y que no ocultan sus intenciones), así que, por eliminación, me inclino por pensar que solo piensa en mantenerse enganchado al sillón con Super Glue al precio que sea, que en este caso ha sido el de insuflar respiración artificial a un independentismo medio muerto y permitir que un cadáver político como Puigdemont pudiera ejercer de piojo resucitado. Como le decía Holmes a Watson, cuando eliminas lo imposible, lo que queda, por inverosímil que parezca, es la verdad.

La noche anterior vi por la tele al inefable Félix Bolaños y comprobé que la desfachatez del jefe se está contagiando a sus secuaces. Le preguntaban por la amnistía y, tras repetir las consignas del señorito, tuvo el cuajo de decir que se trataba de un acontecimiento histórico por el que se felicitaba. A sí mismo. Un ministro se felicita a sí mismo. ¿A ustedes les parece normal? A mí no. Es evidente que los minions de Sánchez se comportan igual que él por la cuenta que les trae. No sé a qué esperan para proponer a la pareja Sánchez-Puigdemont para el próximo Premio Nobel de la Paz, ex aequo. Y si alguien les dijera que se están pasando tres pueblos, responderían que el galardón sería un acto de pura justicia.

De momento, se han salido con la suya. Pero su oportunista amnistía, que distingue entre delincuentes de primera (aquellos a los que se les puede sacar algo) y delincuentes de segunda (los que se pueden pudrir tranquilamente porque no hay nada que rascar), aún no ha llegado al final previsto.

Ya que la opinión de más de la mitad de los españoles le entra a Sánchez por una oreja y le sale por la otra, que se apañe con los jueces y con la Unión Europea, ámbitos en los que no se detecta, por ninguna parte, esa contribución a la convivencia de la que se vanagloria el señor Sánchez, quien, además, por el mismo precio, da muestras de un optimismo admirable al dar por hecho que le quedan por delante cuatro años de gobierno progresista, pasando olímpicamente de las consecuencias del Koldogate, de la opinión del Tribunal Constitucional y la Unión Europea y de lo que haga falta.

Por mí, puede seguir recurriendo a la convivencia hasta que se quede afónico, pero que no pretenda que nos creamos sus argumentos. Puestos a ampliar la intensidad de su desfachatez, podría tener el detalle de reconocer que Puchi se la suda, pero necesita el voto de sus esbirros para mantenerse en el poder. Podría, incluso, reconocer que eso es lo único que le importa. Aunque nos hayamos dado cuenta, se agradecería una confesión en toda regla.

Si este hombre pensara en alguien que no fuera él mismo, tal vez se daría cuenta de que lo que está haciendo es pan para hoy y hambre para mañana. ¿Cómo dejará el PSOE cuando se libren de él? Con lo de la amnistía ha conseguido cabrear a una parte importante de sus votantes y a un sector nada despreciable del partido, pero eso, ¿a él qué más le da? Después de mí, el diluvio.