El transcurso del tiempo demuestra que se aplica una suerte de teoría del péndulo, pues tras una etapa en un sentido, ésta se quema y el péndulo va hacia el sentido opuesto.

Con la globalización nos hemos empachado (y contagiado a nivel mundial con la Covid-19) y ello ha llevado a no pocos políticos a abonar el extremo opuesto, el aislacionismo, a base de abonar un nacionalismo exacerbado con actitudes populistas sumamente lesivas para la mayor parte de la población que gobiernan. En algunos lugares del mundo dichos populismos son aparentemente crónicos --o al menos ya se daban antes de la globalización (v.gr. Venezuela, Corea del Norte y varias repúblicas africanas)-- pero en otros han salido hace unos pocos años y muestra de ello son políticos como Donald Trump en EEUU, Jair Bolsonaro en Brasil, Boris Johnson en Reino Unido, el tándem Pedro Sánchez-Pablo Iglesias en España y Carles Puigdemont en Cataluña.

Un denominador común que caracteriza a los citados políticos populistas es que todos carecen de humildad y, en consecuencia, actúan con una increíble arrogancia y soberbia que denota una importante ausencia de masa gris, lo que acaba llevándolos a creerse por encima del bien y del mal, y, más concretamente, de la ley.

Donald Trump decía haber ganado las recientes elecciones de EEUU, que es de todos ya conocido que ha perdido, y afirmaba que se había dado un fraude electoral que no se ha demostrado que existiese. Jair Bolsonaro mantuvo una actitud negacionista con el Covid-19 que ha provocado tal número de muertes en Brasil que ha llevado a problemas de ubicación de tanto cadáver. Boris Johnson ha mantenido su errático Brexit hasta el punto de aplicar el “donde dije digo, digo Diego”, incumpliendo lo pactado con la Unión Europea en cuanto a la salida del Reino Unido. Del aterrador tándem Pedro Sánchez-Pablo Iglesias me faltan páginas para poner ejemplos de haber dicho una cosa y hacer la opuesta, desde no pactar con los separatistas catalanes a ponerles una alfombra roja para tener su apoyo en los presupuestos, pasando por politizar la justicia o Iglesias ser investigado (otrora imputado) y no dimitir. Y de Carles Puigdemont ni hablemos, pues desde cargar repetidamente contra la Unión Europea --pese a ser eurodiputado y por tanto percibir una remuneración por ello que le da de comer (curiosa praxis la suya que denota su nivel de masa gris y sentido común)-- hasta creerse legitimado para escapar de la justicia y vivir sine die financiado por los innumerables corruptos de la clase política y empresarial catalana y a costa de los catalanes.

Aunque sorprendentemente todos los políticos citados tienen sus seguidores, pues siempre hay gente cuya pasión eclipsa su uso de la razón, yo de los comentados políticos aún con responsabilidades iría poniendo las barbas a remojar tras ver las de Trump cortar, pues la sociedad racional está verdaderamente harta de pagar a políticos que nos exigen cumplir unas leyes que ellos se saltan y ya toca que el péndulo expulse a todos los populistas prepotentes y los ponga en su sitio, que en algunos casos es en la oposición y en no pocos en la cárcel.

Toda vez que EEUU suele ir adelantado al resto de países del mundo, esperemos que la elección de Joe Biden como presidente de dicho país sea preámbulo del principio del fin de los políticos populistas, pues son insufribles y nocivos para los ciudadanos.

 

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