Que si bebe, que si fuma, que si come en Arzak y cena en Casa Lucio. La última es el escrutinio exhaustivo de su viaje con Marta Gayá a Clonmellon, Irlanda. Don Juan Carlos y su acompañante se alojaron en el castillo de Killua, magnífico complejo residencial que dispone del espectro de un antiguo administrador de la finca, un tal Jacky Dalton de funesta memoria por su tendencia a propasarse con las campesinas y los impuestos.

En el plano terrenal el castillo es propiedad de Allen de Jesús Sanginés-Krause, un potentado mexicano de burbujeante patronímico y despampanantes apellidos. Total, que estaba el emérito tarareando la canción de Alaska o de Tamara "A quién le importa lo que yo haga..." cuando recibió recado de que la óptima excursión con su entrañable amiga Marta estaba siendo pasto de las habladurías, como si su esparcimiento aún fuera una cuestión de Estado.

El rey emérito tiene muy mala prensa. La foto con un elefante abatido en Botsuana y su propensión a solazarse con las corridas de toros le han convertido en el enemigo público número uno de esa potente corriente social de fondo que es el animalismo, leninismo del marxismo ecologismo. Práctica y teoría. Los animalistas más animalistas sostienen que don Juan Carlos asesinó a la madre de Dumbo y, cada vez que un torero muere en la plaza, excretan su bilis en las redes sociales. Se empieza salvando a las ballenas en el salón de casa y se puede acabar odiando al género humano.

Don Juan Carlos se pregunta qué es lo que no se entiende de emérito, que dícese del jubilado con honores y algunas funciones representativas. Pero todo en la monarquía es vidrioso. La prensa británica apunta ahora a una abdicación que no es abdicación de la Reina Isabel II del Reino Unido. Considera la monarca que si llega a los 95 años --ahora tiene 92-- tal vez le pese la corona. Su madre, Elizabeth Angela Marguerite Bowes-Lyon, la reina madre, falleció a los 101 años gracias, según el folclore local, a la ingesta diaria de ginebra y solo ginebra, sin una ensalada en la copa.

El caso es que Isabel II estaría dispuesta a aplicar la Ley de Regencia mediante la cual el príncipe Carlos asumiría la funciones de rey, pero sin ser el Rey. Los tabloides especulan sobre el papel en el embrollo de Camila Parker-Bowles, de los Parker-Bowles de su primer marido, esposa del príncipe y duquesa de Cornualles, porque a su suegra no le da la gana de que se le trate de princesa de Gales porque ahora se acuerda de Diana.

Si la prensa de Juan Carlos es mala, la de Carlos es mucho peor, a pesar de que también es socio de la World Wildlife Fund, de cuya sección española era presidente de honor nuestro emérito hasta que se suprimió el cargo por lo del antedicho elefante.

El animalismo ha extendido sus tentáculos de tal manera que la historia de la burra de Mechraa Belksiri se ha viralizado como en los mejores tiempos del monstruo del Lago Ness, leyenda abandonada al olvido como la de la autoestopista de la curva. El relato de la burra no se inspira precisamente en Platero y yo. Quince adolescentes enfermos de rabia por introducir su miembro en el conducto genital de lo que no se sabe si era pollina, mula o simple rucia. Pueden encontrar información al respecto tecleando en Google burdel de burras en los Andes y el llano venezolano. Que se haya titulado que la burra fue violada muestra el éxito del animalismo, que no diferencia a una mujer de un animal de carga ni la zoofilia del bestialismo.