Giorgio, exsintecho: "La soledad es la primera enfermedad de quien vive en la calle"
Ossola trabaja para la Fundación Arrels y tiene una vivienda que le permite "descansar" con su mascota 'Coffe', aunque no se acostumbra a ella tras cuatro años en la calle
4 julio, 2022 00:00Giorgio Ossola cogió las maletas y se marchó de la que era su casa, en el norte de Italia, a los 46 años. A pesar de haber estudiado economía y negocios en Milán, un día decidió huir de la ambición y del afán de dinero y cambiar de vida. La primera vez que se sintió libre fue cuando lanzó el móvil por la ventanilla del coche. Su primer destino fue la Costa Azul y, al acabársele el dinero, eligió Barcelona para empezar una aventura.
Lo que no se imaginaba es que acabaría viviendo cuatro años en la calle y conviviendo 24 horas al día con Coffe, una perra que encontró abandonada en una caja. Vivir en la calle es una experiencia que abre las emociones, pero que también quita la dignidad, asegura. Ahora, con 52 años, explica su historia a Crónica Global como trabajador en el servicio de orientadores del centro abierto de la Fundación Arrels.
--Pregunta: ¿Quién es Giorgio?
--Respuesta: Nací en un ambiente donde se trabaja seis días a la semana, 10 horas al día. Si tú no trabajas así, la gente se cree que no haces nada. Siempre he vivido por trabajo y por dinero, pero nunca he estado bien. Ha sido un camino muy largo, pero al final decidí dejarlo todo. Un día me desperté, cogí la mochila y me fui.
--¿Se puede decir que se fue por no ser esclavo del dinero?
--Yo prefiero decir que me fui por empezar a vivir dentro de las emociones.
--¿Tras lo vivido, se arrepiente?
--No, para nada. Evidentemente ahora intentaría no pasar cuatro años en la calle, porque cuando empecé tampoco pensaba que llegaría a vivir así. Es una experiencia que me ha abierto las emociones, aunque con todas las dificultades que conlleva dormir en el suelo. Vivir en la calle te quita la dignidad. Es algo que no deseo a nadie.
--¿Por qué Barcelona y no otra ciudad?
--Cuando me fui de Italia viví por ocho meses en Saint-Raphaël, en la Costa Azul, como turista. El dinero se acabó, la cuenta de la empresa me la bloquearon y decidí venir a Barcelona porque la gente decía que era la mejor ciudad. Yo la conocía como turista.
--¿Ha cambiado su perspectiva de la Barcelona que conocía como turista y la que ha conocido viviendo en la calle?
--Cambia muchísimo. Un turista ve la Rambla, el mar y la Sagrada Familia. Una persona que vive por la calle ve el lado de la violencia y de la soledad. Son cosas que sí o sí encuentras en la calle, no se puede evitar.
--Se fue de su país pensando vivir una aventura y ha acabado viviendo en la calle, donde se dimensionan las emociones, pero también se sufre la parte más dura...
--Para muchas personas el hecho de vivir en la calle es un refugio del sufrimiento que te ha traído a ella. Se sufre mucho, no solo físicamente, también mentalmente. Eso te permite no sentir el dolor que te ha traído a la calle.
--¿Cómo era su día a día?
--Quien no vive en la calle se piensa que el peor problema es la noche porque está asociada a violencia y duermes poco, pero el problema es el día, porque es mucho más largo. Empieza a las seis o siete de la mañana, cuando la gran mayoría se despierta, pero hasta las nueve no abren los servicios. Las horas más duras son esas, porque como cada ser humano tienes necesidades básicas cuando te despiertas. No se encuentran lavabos públicos abiertos y en los bares no te dejan entrar. Una vez has cubierto tus necesidades básicas, el día se hace muy largo. Son muchas horas y la cabeza no para de dar vueltas. Tampoco tienes con quien hablar.
--¿Es la soledad una de las peores cosas?
--La soledad es la primera enfermedad de quien vive en la calle. Aunque pases tiempo con otra persona hablando, la confianza es algo que necesita mucho tiempo y la calle no es el sitio indicado para ello.
--Como comentaba, la noche muchas veces va acompañada de agresiones. En su caso, ¿sufrió alguna situación violenta?
--Siempre he ido bastante por libre por la calle y, cuando veía un lío, me apartaba porque no necesitaba más problemas. Pero he tenido dos experiencias. La primera vez fue en Arc de Triomf, en un sitio donde cada tarde daban comida, cerca de la estación del Norte. Estaba en la cola y alguien decidió dar patadas a mi perra, Coffe. Esa vez respondí. La segunda ocurrió en el Aquarium, cuando intentaron echarme. Yo dormía en una tienda de campaña porque tenía miedo de que se escapara mi perrita y una noche me desperté, la escuché ladrar y ya estaba alguien dentro de la tienda. Pero no sabía que estaba el perro y le mordió en la cara. Esa persona se puso como una loca y yo le dije de llamar a la Guardia Urbana. No pasó de ahí.
--Le cambia la cara cuando nombra a 'Coffe'…
--La presencia de un perro te ayuda mucho. No es una persona, pero puedes sentir que el perro te quiere. Coffee me ha abierto las emociones. Me ha cambiado el vivir en la calle, aunque a veces se me han complicado mucho las cosas porque no puede acceder a los servicios. Si tú tienes un perro en Barcelona solo puedes acceder a Arrels y a Assís.
--Teniendo en cuenta que Barcelona es una ciudad 'pet friendly', ¿debería cambiarse la mentalidad y dejar acceder a mascotas a más sitios?
--Nosotros trabajamos junto a la FAADA, que lleva años llamando a la puerta de todas las entidades, pero se lo ponen muy complicado.
--¿Cómo conoció a 'Coffe'?
--La encontré con dos meses cerca de la estación del Norte abandonada en una caja de cartón. Ahora tiene cinco años y cinco meses. Hemos vivido cinco años juntos, las 24 horas del día y los 365 días del año.
--Después de años viviendo en la calle, ha logrado acceder a una vivienda. ¿Cómo lo ha hecho?
--Es un piso de una señora que lo donó a la fundación por tres años. Me lo ofrecieron porque es un piso que está en Terrassa, muy lejos para que cualquier persona vaya a vivir de forma independiente. Desde ahí es difícil hacerle un seguimiento. Para mí, la casa es un sitio donde puedo descansar, pero nada más. He cambiado mucho mi modo de ver las cosas y no me apego a las cosas. Ahora tengo una vida llena.
--¿Le costó adaptarse a en un piso?
--El primer día que entré en el piso me acompañó una trabajadora de Arrels, pero cuando se fue sentí mucho agobio. Quería salir, así que le puse la correa a Coffee y salimos. Eso explica que mucha gente no quiera salir de la calle, a veces por miedo, por costumbre o porque en el sitio donde están consiguen dinero para sus necesidades. Pero en la calle existe sentimiento de libertad, efímera, pero de verdad. La primera vez que me he sentido libre en mi vida fue en la frontera de Italia, cuando tiré el móvil. Durante cinco años he vivido sin teléfono y me encanta. Es un sentimiento de libertad muy fuerte, haces lo que te da la gana por la mañana o por la tarde y nadie te manda. Es complicado de entender, pero a nosotros nos gusta llamarla libertad efímera.
--¿Es menos libre ahora que antes?
--Sí. Tener vínculos te hace menos libre.
--¿Cómo se sostenía económicamente en la calle?
--Yo no tenía nada. No pedía porque me daba mucha vergüenza y, la verdad, no sé cómo lo he hecho durante cuatro años. En verano era más fácil porque se encontraba de todo. En la Barceloneta se encuentran carteras, dinero, oro… De todo. Cuando vives en la calle conoces muchos secretos. Por ejemplo, yo no me he colado muchas veces en el metro por vergüenza, pero iba a la Sagrada Familia porque algunos turistas compraban tarjetas para transporte y, cuando usaban un viaje, lo tiraban.
--Desde Arrels hacen mucho hincapié en la importancia de la salud mental. Una de las cosas que más afecta a las personas sin hogar…
--Existe un antes y un después con la pandemia. Antes del Covid ya existían ese tipo de problemas, pero después se han disparado. En Arrels estamos desbordados. Durante el confinamiento se sintió mucha más soledad, mucha menos atención… Además, quien tiene adicciones durante el confinamiento lo ha pasado peor.
--¿Hay alguna anécdota de la calle que no vaya a olvidar nunca?
--Un día, sentado en la plaza de la Mercè con Coffee, una mujer se acercó y me tiró dos euros. Y me dijo: “Por el perro”. No me gustó.
--¿Cómo valora el trabajo de la Administración para hacer frente al sinhogarismo?
--El problema no son los trabajadores sociales, es una cuestión de presupuesto. Hasta que los servicios sociales no dejen de ser privados, no se solucionará.
--¿Ha notado diferencias en la vida en la calle respecto a cuando estaba usted?
--Hay mucha más violencia gratuita. Yo, como persona que he vivido en la calle, sé quién crea los episodios de violencia, pero decirlo es complicado. Son siempre los mismos grupos. Y como los conocemos nosotros, también los conoce la policía. Son los grupos llamados menas, jóvenes extutelados de la Generalitat, que cumplidos los 18 años van a la calle. Se juntan en grupos de cuatro a siete, se sienten omnipotentes y pasan la noche pegando a gente. Pero nadie quiere hablar de eso porque si tú dices que sabes que son ese grupo, te dicen que eres racista. Yo trabajo en Arrels, así que de racista no tengo nada. Puedo aceptar que lo hacen bajo sustancias estupefacientes, pero no se puede justificar.
--Comenta que existe más violencia. ¿La pandemia no nos ha hecho mejores? ¿No hemos aprendido nada?
--No. Existe mucha más soledad que antes, incluso en personas que no viven en la calle.
--¿Los ciudadanos todavía tienen prejuicios respecto a las personas que viven en la calle?
--Lo que más duele es la mirada de desprecio, pero después de una ducha y con una camiseta limpia, somos todos lo mismo.
--¿Qué opina sobre la okupación?
--La gran mayoría de personas que okupan no quieren estar en el sistema. Yo puedo entender la okupación de una persona que ha perdido el piso por la estafa de un banco, pero no de quien lo haga por otro motivo. Conozco a mucha gente que trabaja con contrato y que están de okupas porque no quieren pagar. Creen que tienen derecho a una habitación, pero muchas veces es para consumir. Cuando tienes a 10 u 11 personas en un piso, es imposible dormir, y los vecinos quieren hacerlo. En eso la sociedad tiene que hacer una evaluación muy seria.
--¿Entonces, se tendría que acabar con la okupación?
--Sí, porque no es una okupación social.
--¿Ello implica cambiar la ley?
--Claro. Es propiedad privada, es un robo. Esto de las 24 o 48 horas, si lo explicas en otro país, se ríen en nuestra cara. Yo soy dueño de mi casa.
--Hay menos mujeres que hombres viviendo en la calle. ¿A qué se debe esta diferencia?
--Afortunadamente, sí. Quizás porque para ellas es más fácil conseguir una habitación. Además, vivir en la calle para una mujer es una doble enfermedad: la violencia puede ser de género, más que una violencia física. El hecho de que la sociedad permita que las mujeres duerman por la calle, quiere decir que esta sociedad tiene un cáncer.
--¿Tiene alguna experiencia que le haya marcado?
--Muchas, cada una de ellas tiene su historia. Quien no ve en una mujer un ser humano que nos da la vida es un tonto. La mayoría de mujeres no denuncian por miedo o por desconfianza hacia las instituciones. Esperamos que el número sea el que tenemos y que no existan más, pero no lo podemos saber.
--¿Qué le recomienda a un ciudadano que va por calle y ve a un sintecho?
--Lo primero, que piense que es muy afortunado de no haber tenido problemas y de entrar en su piso y tener luz y agua.
--¿Cambiaría algo de tu vida?
--El problema no es cambiar, el problema es cómo hacerlo. Yo no quiero ser otra persona o tener cosas. Ya he tenido mucho y es eso lo que provoca dejar de ser feliz. Yo vivo por y para la gente. En mi vida he tenido de todo, no me faltaba nada, pero a la vez me faltaba todo. Cuando vives por el dinero siempre te faltarán cosas, porque siempre quieres más.