Esto qué es, por Ignacio Vidal-Folch

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Gibbons, el artista ladrón de bancos

15 septiembre, 2024 00:00

Habiendo hablado de Chris Burden, que se hizo pegar un disparo de fusil en el brazo, ¿cómo hablar ya de ningún otro performer, de ningún artista de la acción? Ninguna ha llegado tan lejos en la locura.

Salvo, quizá, de Joe Gibbons (1953), el artista ladrón de bancos.

En 1977 “liberó” un cuadro de Richard Diebenkorn (¡no se puede negar que tiene buen gusto!) del museo de Oakland, metiéndoselo, sencillamente, bajo la camisa. Entonces Gibbons tenía 24 años. Devolvió el cuadro, pero se quedó el marco a modo de “rescate”…

Gibbons es, o más bien fue, una figura de culto en el mundo de las artes escénicas: su obra, sobre todo instalaciones cinematográficas, se ha mostrado cuatro veces en la Bienal del Whitney y forma parte de las colecciones del MOMA y el Centro Pompidou de París. Y del Reina Sofía. Su perfil del M.I.T. (el prestigiosísimo Instituto de tecnología de Massachusetts, donde fue profesor de arte) cita su predilección por explorar "los límites entre realidad y ficción". En Barcelona pudimos ver sus películas en 2015-2016, en el marco de Xcèntric.

Su trabajo tenía una base autobiográfica, sus obras son psicodramas confesionales, pero con cierta subversión del género. Su táctica borra los límites entre realidad y ficción, entre el yo –siempre es él mismo el protagonista-- y el personaje. Por ejemplo, en su película de 1995, Examen a Barbie, Gibbons interroga a una de las icónicas muñecas, y le pregunta: "¿Con quién saliste anoche? ¿Con quién saliste?".

Hay un momento en esa película en que la cámara le enfoca (es decir: él se enfoca a sí mismo) y vemos su rostro mientras declara con tono agresivo: “Soy Joe Gibbons. No necesito un empleo. Sencillamente, tomo lo que necesito.” Luego, en un tono más ligero, añade: “Bueno, lo digo en broma”.

Parece que es, o era, un poco paranoico y narcisista. En su película de 2002 Confesiones de un sociópata podemos verle robando en tiendas, inyectándose heroína, hablando con su agente de la libertad condicional y siendo analizado por un psiquiatra.

A su voluntad de expresarse, de confesarse, sumaba el impulso contradictorio de fabular y fingir. Bueno, en realidad esto es típico de cualquier escritor autobiográfico...

El caso es que esa deriva le llevó, el día de fin de año de 2014, a atracar un banco de Nueva York, considerando la acción una performance artística

Llevando una pequeña cámara de cine, de colores rosa y dorado, para filmar él mismo el atraco, Gibbons se presentó en el Capital One Bank del barrio chino de Manhattan (Chinatown) y entregó a un cajero una nota que decía "ESTO ES UN ATRACO. BILLETES GRANDES. NO DYE PACKS / NO GPS".

Un Dye Pack (paquete de tinta) es un dispositivo de pintura de color, generalmente rojo o azul, que los cajeros que son atracados introducen en la bolsa del dinero antes de entregarlo al bandido de turno. Al salir del banco, el paquete estalla, tiñendo el dinero y la bolsa, y sirve como señal visible de que se ha producido un robo. Así el dinero queda inutilizado y el ladrón puede ser fácilmente identificado, por más que se quiera mimetizar con una multitud.

El cajero del Capital One Bank, según explicó luego Gibbons, le entregó 1.002 dólares en billetes pequeños, pero que llevaban un dye pack que estalló mientras huía.

También fue captado por las cámaras de seguridad. La policía lo encontró en una habitación de hotel junto con su pequeña cámara de vídeo, la cámara de colores rosa y dorado, que reconocieron por las imágenes de seguridad. Así que su cámara ayudó a atraparlo.

Parece que pretendía incluir el atraco, la filmación del atraco, como material para una de sus películas experimentales. Pero hasta en eso tuvo mala suerte y demostró ser un mero aficionado. Porque antes de entrar en el banco estuvo merodeando por los alrededores, filmándose, hablando consigo mismo, y así fue gastando la batería de la cámara, de manera que su hazaña ni siquiera quedó registrada…

Fue encarcelado, luego juzgado y condenado a un año de prisión, a pesar de que él alegaba que si decidió atracar el banco fue porque consideraba tal acción como “una obra de arte escénico”, o sea arte teatral… aunque estimulado también por su penuria económica.

Le leí una entrevista que le hicieron hace algunos años en la que reconocía que “lo que me hizo superar el último obstáculo fue la desesperación de no tener dinero, ni un lugar donde dormir, ni nada que comer, eso fue lo que me dio la desesperación final para hacerlo”, dijo.

Cuando lo juzgaron, en 2015, ya llevaba seis meses de prisión preventiva, y cumplió los otros seis en la cárcel.

Por cierto, que a mucha gente le apenó que Gibbons acabase entre rejas. Artistas, curadores, personas del mundillo intelectual neoyorquino reunieron dinero para ayudarle a pasar el mal trago.

La verdad es que he estado buscando qué ha sido de Joe Gibbons desde entonces. Lo único que he podido averiguar es que, nada más salir de la cárcel, hizo en una galería de Nueva York una exposición de los dibujos que hizo entre rejas. Son dibujos tenues, trémulos, de cosas que veía desde la ventana de su celda o de anuncios que veía en las revistas que se le permitía consultar en la biblioteca de la penitenciaría. Luego nada, su rastro se ha borrado. No sé ni siquiera si sigue vivo. En este caso tendrá 70 y pocos años.

Entiendo que a algunos les parecerá un caso patético, y considerarán a Gibbons un pobre hombre y un imbécil. A mí me parece un artista auténtico y conmovedor, uno que, siguiendo el ejemplo, el mal ejemplo de Arthur Rimbaud, forzó los límites de su vida, que le parecía estrecha y frustrante, y le salió mal.

Para mí es un antihéroe entrañable, un artista con mala suerte. Cuando veo esos torpes y un poco temblorosos pequeños dibujos que hizo en la cárcel –dibujos del reloj de pulsera de un anuncio publicitario, o de la foto de un personaje de La guerra de las galaxias-, me parece que me está diciendo algo muy triste.