Nunca me interesó la pintura pop que practicaba el Equipo Crónica, pero hará cinco años entré en la sala de exposiciones de la Fundación March en Palma de Mallorca e inesperadamente me encontré ante La salita, que desde entonces ha pasado a incorporarse a la lista de mis obras de arte contemporáneo-destructivo preferidas.

En los años sesenta el Equipo Crónica (Rafael Solbes, 1940-1981, Manuel Valdés, 1942, y otros que pronto se desgajaron del proyecto) se constituyó precisamente como una propuesta de adaptar la pintura pop internacional, que era básicamente acrítica, al contexto español.

En nuestro país regía una dictadura (la del general Franco) y la trivialidad gozosa de Warhol parecía, o le parecía a los del Equipo Crónica, demasiado escapista. El arte debía servir como herramienta de denuncia, de ahí el mismo nombre del grupo: Equipo, dejando claro que no se trataba de exponer el talento de un individuo, sino del trabajo de una colectividad, y Crónica, término periodístico que aludía a los hechos de la realidad social.

Tenían un componente político de denuncia muy acentuado, sus pinturas comentaban los acontecimientos que reflejaban los periódicos y con frecuencia se “apropiaban” o desvirtuaban sin escrúpulos obras maestras del gran legado de la pintura española. Por ejemplo, tomaban El caballero de la mano en el pecho, de El Greco, lo situaban detrás de un mostrador y lo convertían en un funcionario. 

Serigrafía del Equipo Crónica en El Telegrama Wikipedia

En La Salita ironizaban directamente sobre uno de los óleos de Velázquez que está considerado uno de los lienzos más importantes de la historia, Las Meninas, sobre el que se han vertido ríos de tinta, y al mismo tiempo sobre las ambiciones filisteas y conformistas de las clases medias –que a mí, me permito decirlo de paso, no me parecen irrisorias sino la mar de respetables; pero es que yo no soy un progre, como lo eran ellos–.

Como sabe el lector, Las Meninas está en el núcleo del Museo del Prado, es el corazón palpitante de la villa de Madrid. Cada vez que viene un amigo de visita a la capital le llevo a ver ese lienzo en la sala que preside, rodeado de otros retratos de Velázquez de personajes de la realeza de su tiempo, y pronuncio sólo para sus oídos un entusiasta discurso explicativo sobre su grandeza, su naturalidad, sus colores, sus luces y sus sombras, la distribución de los personajes en el alto espacio y quién era cada uno de ellos, su misterio, su orgullo y melancolía. Después ya nos vamos a comer.

Detalle de 'Las Meninas' de Velázquez GetArchive / Bajo licencia CC

Las Meninas es la obra maestra del arte español como el Quijote es la obra maestra de su literatura: el non plus ultra. Por eso en 1957, cuando Picasso entró en una crisis creativa –entre otros motivos demasiado numerosos y complejos para entretenernos ahora explicándolos, el principal era que por primera vez en su vida no era él quien marcaba la dirección en que debía ir la pintura de su tiempo– , se encerró en un estudio en su mansión de Cannes y pasó unos meses bregando con la obra maestra de Velázquez, enfrentándose con el genio sevillano como Tobías con el ángel, y de ahí salió la serie de variaciones que hoy constituyen el meollo y la sustancia básica del museo Picasso de Barcelona.

Picasso desafiaba, pero respetaba profundamente a Velázquez y a Las Meninas, su lucha con el maestro era de carácter heroico. Diez años después, en 1968, lo que hizo el Equipo Crónica con pintura acrílica era muy diferente, una parodia, un pastiche, una ironía y un sacrilegio, y encima cometido con pintura acrílica. Trasladaron a los personajes de la familia de Carlos IV desde el salón del Alcázar de Madrid donde los pintó Velázquez a un comedor pequeño burgués convencional, con una pelota, un flotador de goma en forma de pato, un mueble con su aparato de televisor, y en las paredes pinturas de la Torre Eiffel y de un payaso triste.

Primera obra de la serie 'Las meninas' (1957) de Pablo Picasso

En esta parodia de lo más sacro del arte, de la obra genial, cuaja el espíritu de la época y la mentalidad de una generación contestataria, que era la de Valdés y Solbes: desenfadada, iconoclasta, respondona, crítica. Todo esto, lo que sé y he pensado de Velázquez y de Las Meninas, y lo que sé y he pensado de Picasso y su suite de las meninas, todas las (numerosas) veces que he estado contemplándolas en silencio en el Prado y en el museo de la calle Montcada, ahora, es decir, hace cinco años, en la sala de la March de Palma, se destilaba y ponía patas arriba con la interpelación que me lanzaba esta versión paródica del Equipo Crónica. Aquí ya no había heroísmo, sino irrisión. El lienzo de dos metros por dos metros era una tabula rasa.

Rafael Solbes murió en 1981. Desde entonces Manuel Valdés ha seguido su carrera en solitario. Creo que vive en Nueva York. Me gustaría algún día hablar con él. Sobre Las Meninas y sobre La salita. Le felicitaría por su atrevimiento, por haberse arriesgado al ridículo y a la insignificancia.

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