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La extraña resurrección de Henry Orlik

18 agosto, 2024 00:00

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En esta serie de artículos sobre obras maestras del arte contemporáneo hablamos sólo de las que hemos visto personalmente y nos han impactado en un sentido u otro, provocando radiaciones de ideas, de sentimientos o emociones y asociaciones de ideas inesperadas. Esta vez haremos una excepción para dar noticia de la aparición de un nuevo y viejo artista del que habla la prensa británica con excitación, saludándole como un surrealista “resucitado” –después de cincuenta años desaparecido, ahora vuelve a exponer--, y cuya obra sólo hemos visto fotografiada en la prensa: Henry Orlik (1947). Parece interesante, pero lo más interesante es la historia del autor.

Surrealista, Orlik, desde luego lo es, y anacrónico. André Breton definió en 1924 en el “Primer manifiesto surrealista”, ese movimiento onirista, que celebra los mecanismos mentales irracionales y encuentra en ellos una base de visiones estimulantes y libérrimas, como el cumplimiento de la frase del conde de Lautreamont sobre “el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”. Se aplica perfectamente a las imágenes de Orlik, en las que se advierte la influencia directa de los paisajes extraños de Yves Tanguy –cuya idea del espacio, por cierto, tan decisivamente influyó en Salvador Dalí--, reúnen edificios o estructuras arquitectónicas rígidas y rigurosas, pero sin utilidad obvia, con formas blandas, corpúsculos en flotación alusivos a la estructura de una vida preorgánica, o a la estructura de un universo cuántico, en paisajes fantásticos, con espacios fantasmales, sin presencia humana, pero sin las resonancias ominosas o melancólicas de Tanguy, Dalí o De Chirico, porque están pintados en acrílicos de tonalidades más bien amables, sedantes. Claro que éstos fueron los creadores del surrealismo, y Orlik sólo su alumno aventajado. Por lo que hemos visto las visiones de Orlik no turbarían el trabajo del hombre de negocios que decorase su despacho con una de sus pinturas…

'Cannon Balloons', de Henry Orlik

'Cannon Balloons', de Henry Orlik

Henry Orlik nació en 1947 en Ankum, Alemania, donde su madre bielorrusa había sido deportada. Su padre polaco había estado en la guerra con los aliados. La familia se mudó a Inglaterra en 1948 y se estableció en Swindon en 1959. Orlik se matriculó en Swindon Art College en 1963 y luego en Gloucestershire College of Art, Cheltenham, en 1969. Mientras estuvo allí, Orlik participó en una exposición de la Royal Academy y presentó su primera exposición individual en el Acoris Surrealist Art Center de Londres. Todas sus obras se vendieron rápidamente.

Henry Orlik, agosto de 1982

Henry Orlik, agosto de 1982

Al joven Orlik se le abrían todas las puertas. Pero después de pasar una temporada en Nueva York y en Los Ángeles, algo se torció: según la leyenda que ahora circula, le sublevaron las altas comisiones que se llevaban los galeristas por la venta de sus obras, de las que sólo obtenía unos beneficios tan magros que tomó la drástica decisión de retirarse del circuito, y nunca más volvió a exponer. Durante estos cincuenta años ha vivido modestamente, a cuenta de la mensualidad que le pasaba su madre, en una casa de protección oficial, pintando sólo para sí mismo. Se advierten aquí indicios de alguna clase de trastorno mental o de orgullo tan desmedido que es disparatado.

'Rest', de Henry Orlik

'Rest', de Henry Orlik

Hace dos años Orlik sufrió un ictus, y mientras se recuperaba en el hospital fue desahuciado. Su casa fue vaciada y se perdió toda la obra que había estado pintando durante estas décadas, unas doscientas pinturas.

Ahora a los 75 años, medio impedido, ha accedido a exponer lo que queda de su obra en la Maas Gallery de Londres, una retrospectiva bajo el título “Cosmos of Dreams” (Un cosmos de sueños). Se ha recibido como un gran descubrimiento, como una novedad fantástica, como la recuperación de un talento perdido.

'Beverly Hills', de Henry Orlik

'Beverly Hills', de Henry Orlik

Nos gusta imaginar al señor Orlik asistiendo a su inauguración en la Maas, apoyado en una muleta, abordado por periodistas y coleccionistas, pensando en sus obras perdidas, el fruto de su trabajo que quizá este tirado en algún estercolero, y tratando de decidir, mientras se lleva con cuidado la copa a los labios, si, cincuenta años atrás, hizo bien o mal en retirarse del mundo, y en qué clase y nivel de alegría o de satisfacción le proporciona el éxito de su cosmos de sueños, éxito casi póstumo. Dada la naturaleza de sus visiones astrales, de sus paisajes de otros mundos, inhabitados o abandonados, no cabe descartar que le importe poco.