Según contó en una entrevista en la prensa española, en su pueblo natal, cuando era niña, Teresa Margolles (Culiacán, estado de Sinaloa, 1963, aunque creo que ahora vive en Madrid) tropezaba constantemente con animales muertos por la calle. En especial recuerda a un caballo, y el proceso de descomposición de su cadáver según pasan los días (cosa dicho sea de paso que también le pasaba a Dalí). Una tarde cogió una piedra y sin pensarlo dos veces la arrojó contra el vientre del animal. Bajo el impacto de la pedrada, la carne putrefacta se abrió, dejando escapar decenas de polillas. Ese fue el más remoto punto de arranque de su trabajo, que es un esfuerzo de creación a partir de lo muerto.

Con los años estudió arte y ciencias de la comunicación y se licenció en medicina forense para poder trabajar en una morgue de México D.F. De ese trabajo procede su obra más emblemática: Lengua (año 2000), que consiste en la lengua, con piercing, de un joven punk que había sido asesinado. La madre del muerto le contó a Margolles que no tenía dinero para pagarle un ataúd. Teresa intercambió uno de los ataúdes que tenía -de anteriores intervenciones- por la lengua del "hermoso joven", como lo describiría la artista.

Joven punk muerto

No la he visto nunca -ni ganas-, pero me acuerdo de la obra de Margolles que más me impresionó en la Bienal de Venecia del año 2009: en la fachada del palacio Rota Ivancich, pabellón de México, al que ella representaba, colgaba, entre la bandera azul de la Unión Europea y la roja, con un león rampante, símbolo de Venecia, un tercer estandarte de color parduzco, que más que una bandera era un pesado pedazo de tela, con pliegues melancólicos, bandera que estaba impregnada, leí en la cartela, "con sangre tomada del lugar donde cayeron los cuerpos de personas asesinadas en la frontera norte de México".

Es una de sus estrategias más constantes: de aquel año también es la "Mesa de cemento fabricado con una mezcla de fluidos recogidos del lugar donde una persona fue asesinada".

En la inauguración de la bienal se repartieron miles de "tarjetas para cortar cocaína": tarjetas idénticas a los DNI o a las tarjetas de crédito, pero con la foto de la cabeza y el busto ensangrentados de una "persona asesinada por vínculos con el crimen organizado".

Me gusta e interpela la sugestiva obra de esta artista, pero aún en el caso de que me la ofrecieran, no tendría jamás en casa ninguna pieza suya, por tétricas y macabras. Margolles trabaja en torno a la muerte y crea iconos que desde luego son inolvidables, como la lengua o la bandera que he mencionado, pero todas sus obras son turbadoras, provocadoras de la imaginación morbosa, poco gratas de ver, y exudan una melancolía atroz, porque todas son testimonios, alusiones, a las víctimas de la violencia.

Margolles se ha propuesto una misión: denunciar mediante sus intervenciones artísticas la tortura, la extorsión, la intimidación, el feminicidio, la violencia, el mal que desangra México a partir del narcotráfico y la corrupción. Su fuerza imaginativa salva su obra del ridículo general y lamentable del arte llamado "comprometido". Que es el ridículo de denunciar injusticias o abusos para un público que ya está previamente convencido de que esas cosas están mal: como intentar vender biblias en Polonia, es inútil, es redundante, cada ciudadano ya tiene dos.

A las galerías, a los museos, acude un público relativamente culto, de talante más bien burgués e izquierdoso, público informado que precisamente no necesita las enseñanzas o lecciones humanistas o metáforas que esos artistas de la denuncia aspiran a comunicarles. El público potencial al que a lo mejor el artista comprometido podría abrirle los ojos no se acerca, ni en un momento de enajenación, al museo, ni a la galería.

Lo de Margolles es superior. Ella desde luego no convencerá a ningún sicario de que se aparte del camino del mal, ni a ningún juerguista de que no consuma cocaína pues al hacerlo colabora con la empresa de muerte de los narcotraficantes.

Pero levanta insólitos homenajes a las víctimas -monumentos efímeros, reliquias a partir de su sangre y otros fluidos, que recoge en telas que luego deshidrata para que puedan viajar, y rehidrata al llegar al lugar de exposición- y nos enseña de muy cerca, casi a palparlo, sin alegorías, la demencia del mal que han sufrido. Igual, pero al revés, que el poeta Juan Bautista Bertrán, que aseguraba que la santidad existe, y no sólo eso, sino que él había llegado a tocarla: "¡Yo he palpado la santidad!", repetía, en el sermón de la última misa que ofició.

Margolles ha palpado el mal. Trastornada por el daño que causa en la gente sencilla, por las vidas que trunca, las familias que destruye, la violencia que asuela su país, no trabaja con pinceles sino con imágenes fotográficas, con materia orgánica, con objetos físicos, con huellas de la materia que dejan los cadáveres.

En el CA2M (Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles, Madrid) vimos una gran exposición en el año 2014. Recuerdo algunas piezas. Una de ellas era PM, todas las portadas del año 2010 del periódico PM de Ciudad Juárez, donde se expone con grandes titulares rojos y en mayúscula algún hecho criminal, ilustrado con una fotografía del lugar de los hechos -la víctima, el coche acribillado, la esquina de los hechos- y junto a la foto de la clásica "chica de calendario", una maciza en bikini.

PM

Titulares que apunté:

"Otra jornada de sangre".

"Acribillan a 3 en el ‘YANKEES’".

"Ejecutan a pareja en ‘El Trigal’".

"Lo mutilan y entierran".

"‘En un mes matan a 16 en Colonia".

"Decapitan a Federal".

"Lo matan frente a policías".

"De nada le sirvió correr".

"Matan a nueve en dos ataques", etcétera. 

Luego había un apartado con fotografías en color de casas de Ciudad Juárez, epicentro del crimen organizado: casas abandonadas, unas todavía enteras, otras en estado de ruina más o menos avanzada, otras quemadas, otras demolidas, con sus carteles: "Se vende", "Se vende esta casa": son 30 de las más de cien mil abandonadas que nadie quiere comprar y 10.000 negocios cerrados para escapar de los secuestros, asesinatos, extorsiones.

Casa con el cartel de "Se vende"

Recuerdo un vídeo en el que se recogía el testimonio oral de  algunos supervivientes de diversas acciones violentas de las que fueron víctimas, y en las que en muchos casos perdieron a sus seres queridos. Todo el conjunto, y cada una de sus partes, emanaba una desolación sórdida y llamaba a la compasión y la indignación del espectador.

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