Carme Rovira Virgili, doctora en Química por la Universidad de Barcelona (UB) e investigadora de ICREA

Carme Rovira Virgili, doctora en Química por la Universidad de Barcelona (UB) e investigadora de ICREA

Vida

Carme Rovira: “Mi obligación es seguir buscando preguntas a las que la química computacional pueda dar respuestas”

La investigadora del ICREA ha sido la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Investigación Enrique Moles en la modalidad de ciencia y tecnología químicas

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El pasado 26 de septiembre, el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades anunció los ganadores de los Premios Nacionales de Investigación Enrique Moles. Entre ellos se encontraba Carme Rovira Virgili, doctora en Química por la Universidad de Barcelona (UB) e investigadora de ICREA, convirtiéndose en la primera mujer en recibir el prestigioso galardón en la modalidad de ciencia y tecnología químicas.

“Nunca planeé convertirme en investigadora, en la vida soy más de vivir el presente y no imaginar demasiado”, explica con humildad esta científica de 57 años, premiada por sus contribuciones revolucionarias en química computacional aplicada al estudio de enzimas de interés biomédico y biotecnológico, que han desvelado mecanismos moleculares clave en la glicobiología.

Rovira Virgili nació en La Nou de Gaià, un pequeño pueblo de Tarragona con una pequeña escuela de dos aulas, en cada una de las cuales se impartían cuatro cursos con un solo profesor o profesora.  Después de cuarto tocaba ir al aula de los mayores, que reunía a los alumnos hasta octavo de EGB.  El azar hizo que ella se quedara como única alumna en el quinto curso, así que el profesor decidió que se uniera a los alumnos de sexto y cursara todas las asignaturas con ellos. “Nunca he estudiado todos los ríos de España y reconozco que tengo lagunas…” bromea. “En sexto éramos cinco en total”, recuerda la reconocida científica, que solía quedarse en su “rinconcito”, escuchando al profesor explicar a los mayores la historia de la Segunda Guerra Mundial y otros temas que le despertaban curiosidad, aunque a ella lo que mejor se le daba eran las ciencias -física, química, matemáticas-. Animada por su maestra y gracias al apoyo de sus padres, Rovira se matriculó en un instituto público de Tarragona para cursar el BUP y el COU y luego se marchó a Barcelona para estudiar la carrera de Química en la UB.

De la Universidad a la supercomputadora de Barcelona 

“Lo único que sabía era que me interesaban las reglas de la química, lo veía como un juego, y no tanto las prácticas de laboratorio, no soy muy manitas”, se ríe. Fue así como acabó descubriendo la química computacional, una rama de la química que utiliza las matemáticas y la física para ayudar a estudiar y resolver problemas químicos mediante simulaciones por ordenador complementando los estudios experimentales o de laboratorio. “Por un momento pensé en cambiarme a Farmacia, me encantaba leer los prospectos de los medicamentos y entender las composiciones”, recuerda. Fascinada por el lado abstracto de la química- la química teórica por ordenador o química computacional, que incorpora aspectos de física clásica, cuántica y mecánica estadística -, decidió que se quedaría en la universidad haciendo el Doctorado.

“En aquella época, si te especializabas en Química Computacional, acababas trabajando de informático o te dedicabas a la investigación”, explica. El doctorado la llevó primero a Estados Unidos y luego al instituto Max Planck, en Stuttgart, Alemania, donde se incorporó al equipo del profesor Michele Parrinello, cuyo trabajo le fascinaba. “El profesor Parrinello había desarrollado un método de cálculo revolucionario con potenciales aplicaciones en campo de la biología molecular. Allí empezó a trabajar en descifrar el funcionamiento de proteínas “Contribuimos a entender cómo la mioglobina y la hemoglobina —proteínas que transportan y almacenan oxígeno en el organismo— consiguen distinguir entre el oxígeno, esencial para la vida, y el monóxido de carbono, que es tóxico, modificando su entorno para que el oxígeno se una de forma preferente”.

Después de tres años en Stuttgart, Rovira regresó a la Universidad de Barcelona empujada por motivos personales, consciente de que los recursos de investigación a su disposición no serían los mismos que en Alemania. “Pasé de tener un despacho particular a uno compartido con varias personas, sin aire acondicionado ni teléfono. De hecho al llegar no tenía ni mesa…”, bromea. Sin embargo, tuvo la suerte que poco después de su regreso, en 2005, se inauguró el Centro de Supercomputación de Barcelona (BSC), dotado con el supercomputador más potente de España y uno de los mejores de Europa. “Durante un tiempo fui la principal usuaria”, se ríe. También en ese momento logró ser aceptada en el prestigioso programa Ramón y Cajal, que le permitiría dedicarse a la investigación durante cinco años sin obligación de dar clases en la Universidad.

Química computacional

Durante esos cinco años, Rovira retomó una línea de investigación similar a la iniciada en Alemania, y para ello tuvo que formar su propio equipo de colaboradores, biólogos o químicos interesados en aplicar modelos de química computacional a entender procesos biológicos. En lugar de proteínas -aunque muy relacionadas-, Rovira decidió centrarse en el estudio de los enzimas, como la catalasa, un enzima con una estructura parecida a la hemoglobina, pero que no capta oxígeno, sino peróxido de hidrogeno (agua oxigenada), y las glicosidasas, enzimas que rompen los carbohidratos (entre ellas, las celulasas, que degradan la celulosa y se usan para la fabricación de bioetanol).

“Básicamente, nosotros descubrimos los mecanismos de la enzima y buscamos biólogos que puedan aplicar este conocimiento al diseño de fármacos u otras aplicaciones biomédicas o biotecnológicas”, añade Rovira, que actualmente dirige un equipo de investigación internacional en ICREA (Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados). Sus investigaciones han impulsado avances en biocombustibles, microbiota intestinal y degradación de polisacáridos marinos, consolidando así su liderazgo internacional, aunque uno de los aspectos que la hacen sentir más orgullosa es que algunos de sus descubrimientos sobre mecanismos enzimáticos se están aplicando al desarrollo de pruebas moleculares para el estudio de enfermedades raras, en especial las relacionadas con el procesamiento de carbohidratos, como el síndrome de Fabry. “Mi obligación es seguir buscando preguntas a las que la química computacional pueda dar respuestas”, dice.

Reconocimientos

Aunque es cierto que la química computacional era, y sigue siendo, una disciplina mayoritariamente masculina, Rovira no ha sido consciente de su condición de mujer como un impedimento. “Supongo que había normalizado que fueran todo hombres a mi alrededor”, explica.

No hay duda de que haber sido galardonada con un premio nacional la ha convertido en un referente y fuente de inspiración para decenas de futuras investigadoras de nuestro país, aunque para atraer el interés de los jóvenes hacia la Química Computacional hay que hablarles sobre todo del potencial de la informática y la inteligencia artificial en este campo. “Piensa que ya hay softwares de IA que predicen cómo será la forma tridimensional de una proteína, nueva o existente”, concluye.