Rebeca Pardo

Rebeca Pardo José Luis Roig Estudio Foto Barcelona

Vida

Rebeca Pardo: "Estamos retorciendo tanto la realidad que veo una necesidad imperante de alfabetización visual"

Licenciada en Comunicación Audiovisual, doctora en Bellas Artes, profesora universitaria, consejera del Consell de la Informaciò de Catalunya, fotógrafa, artista e investigadora, su trabajo ofrece una extraordinaria aproximación a las narrativas visuales del ser humano

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Las imágenes no son terreno neutral. Son un campo emocional, subjetivo y muy complejo. Sobre todo aquellas que nos perturban e incomodan, que duelen o que interpelan nuestra identidad. Rebeca Pardo lleva años investigando la representación de la enfermedad, el dolor, la muerte y el duelo en la cultura visual.

Ha vivido de cerca y experimentado desde muy pequeña todos estos sentimientos que, paradójicamente, la mayoría intentamos eludir. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida. Anhelamos su ausencia, pero está muy presente. Con ella conversamos sobre estos temas: sobre la obsesión de la sociedad por evadirse de la realidad y sobre feminismo en una sociedad cada vez más reaccionaria.

Su infancia estuvo marcada por la enfermedad de su abuelo y el Alzheimer de su abuela. De ahí viene su interés por explorar la percepción de la enfermedad, la muerte, el duelo.
Mi abuelo murió de cáncer cuando yo tenía 8 años. Aquello me marcó muchísimo. Cuando falleció, mi abuela empezó con síntomas del Alzheimer. Por aquel entonces, yo ya estaba estudiando en Pamplona pero los fines de semana, cuando volvía a casa, mi abuela estaba pero no estaba. Es decir, no reconocía a mi madre ni a nadie. Esas cosas que tiene la enfermedad. Aquello pasó. Mucho tiempo después, cuando me pongo con la tesis doctoral en Bellas Artes, en la que tenía que hacer tesis teórica y obra, intenté que fuera sobre el legado familiar porque siempre me han interesado los temas relacionados con la memoria. Entonces me di cuenta de que no tenía ningún recuerdo de quién era mi abuela, del tipo de persona que era porque el Alzheimer se la fagocitó. Eso me afectó muchísimo. Primero porque hay muchos estudios que inciden en su condición hereditaria, lo que significa que a ti también te puede tocar. Y después también el hecho de cómo una enfermedad se puede comer tu identidad.
Hace poco, en una entrevista en Crónica Global, decía Sandra Balsells que “hay un rechazo a la fotografía dura, a la situación violenta”. Usted investiga estos temas, ¿comparte esta opinión?
Completamente, pero con un matiz. Creo que hay un rechazo frontal a las imágenes duras, violentas, de sufrimiento y de dolor, sobre todo natural. Es decir, cuando tiene que ver con la enfermedad. Esto lo vemos. Yo nunca me haré famosa hablando de los temas que hablo. No hay más que ir a un congreso de imagen y si hay una conferencia, un paper de TikTok de gatitos, está llena, y nosotras vamos a hablar de enfermedad, muerte y duelo y ni el tato. Y todo el mundo va a estar enfermo, morirá en algún momento. Después te buscan en el café y te explican que se le murió el hijo, que quería hacer una foto pero le dijeron que no lo hiciera y cosas así. Con lo cual, interés hay, pero también hay miedo, o una ‘no aceptación’ del dolor que te puede pasar a ti.
La guerra es otra cosa, al menos para mí. Lo estamos viendo con Ucrania, con Gaza, tal y como se emite por televisión y redes sociales parece un videojuego o una película. Además nos hemos acostumbrado a que la ficción visual sea cada vez más violenta.
Sin embargo, hay algo en lo que no se ponen de acuerdo los estudiosos. Por ejemplo, Susan Sontag planteaba que tratamos de forma distinta nuestro dolor que el ajeno. Y eso es verdad. Pero después hay todo un debate sobre si estar expuestos a imágenes violentas nos inmuniza contra la violencia o contra las propias imágenes de la violencia. Es decir, si terminas acostumbrandote hasta que te son indiferentes. Creo que esa “vacunación” sí pasa.
Cierto, cada vez somos más inmunes a la violencia y al sufrimiento.
Cuando empezó la guerra de Ucrania aluciné. Justo estábamos haciendo con una colega una investigación sobre la COVID en la que entrevistamos a muchos fotoperiodistas. Y básicamente había muy pocas imágenes publicadas de víctimas, con los millones de muertos que hubo en todo el mundo. De pronto, aún en pandemia, empieza la guerra en Ucrania y empezamos a ver en medios de comunicación, en redes sociales una verdadera barbaridad de muertos, de cadáveres, sin filtro. Recuerdo perfectamente la imagen de aquella mujer ensangrentada que sacaban en camilla de la maternidad de Mariúpol. Nosotras acabábamos de terminar una investigación sobre la COVID en la que nos habían dicho que no se habían enseñado imágenes duras para proteger a la población. Para mí eso es infantilizar a la población, pero ese es otro debate. “Imágenes duras” ni siquiera metafóricas, porque hubiera bastado con mostrar al personal de salud agotado. Muchos fotoperiodistas nos contaron que había muchos sanitarios interesados en que se mostrara aquella situación. Sin embargo, no interesaba mostrar aquello porque el sistema de salud estaba desbordado, etc.
La muerte y el dolor no están exentos de manipulación.
Una de las conclusiones de la investigación sobre la COVID es que a los fotoperiodistas no se les dejó hacer su trabajo. Un fotoperiodista, un periodista, debe tener acceso a la información que en ese caso era un tema de salud.
En paralelo, hay toda una serie de malentendidos sociales que están construyendo una cultura visual que a mí me da miedo porque creo que va a ser ficticia. Por ejemplo, ahora resulta que no puede haber niños en ninguna parte. Tenemos las redes sociales plagadas de niños, de padres y madres que exponen a sus hijos, incluso niños  pequeños haciendo rutinas de skin care, y después resulta que un fotoperiodista no puede fotografiar un plano general de niños en la cabalgata de Reyes. No un retrato, o un primer plano, una fotografía donde aparece mucha más gente. Cuando me lo contaban, decían: ¿Y cómo se hace una foto de la cabalgata de Reyes sin niños?
Rebeca Pardo es doctora en Bellas Artes, profesora, fotógrafa, artista e investigadora

Rebeca Pardo es doctora en Bellas Artes, profesora, fotógrafa, artista e investigadora ©Jose Luis Roig_Estudio Foto Barcelona

Mucha gente tergiversa el significado del derecho a la imagen y a la intimidad a su antojo. ¿Hace falta cultura de la imagen?
Creo que lo que falta es alfabetización visual porque, al final, estamos viendo a gente que no tiene formación en imagen compartiendo imágenes. Habrá generaciones de chicos y chicas cuyos padres y familia habrán publicado, incluso, la foto de su ecografía. Todo eso estará publicado y no van a tener derecho al olvido. Pero sí que lo tienen, tienen derecho a que todo eso se quite. De hecho ya hay quienes están pidiendo que se eliminen todas esas fotografías de las redes, pero es muy difícil eliminar años y años de imágenes colgadas.
Pero es que, por otro lado, tenemos todo lo que está sucediendo con la IA porque ahí se puede hacer absolutamente de todo y la mayoría de la gente que está en ello tampoco tiene formación en imagen ni en cultura de la imagen. Con lo cual, el problema más importante es que todo esto lo está gestionando gente que jamás ha sido formada en esos temas. Después resulta que estamos convirtiendo en un problema el trabajo de los fotoperiodistas que son, precisamente, los pocos profesionales que sí están formados al respecto. El mundo al revés. Creo además que el fotoperiodismo, junto con el periodismo, es uno de los pilares de la democracia. Estamos retorciendo tanto la realidad que veo una necesidad imperante de alfabetización visual.
Y más en una sociedad cada vez más expuesta y cada vez más pronto.
Los niños, igual que antes estudiábamos lectura y comprensión lectora, que yo creo que ahora ya ni eso por lo que llega a las universidades, deberían estudiar cultura visual, semiótica de la imagen.
Una de las prácticas que hacía en mis clase era pedirles a los estudiantes que se hicieran tres autorretratos: Uno para Instagram, uno para Linkedln y otro artístico. Tenían que poderse ver públicamente porque los veríamos en clase. A la persona que exponía el trabajo le prohibía hablar y pedía al resto que dijeran qué veía en los retratos. Claro, el autor se ve guapo, que ha salido bien, lo guay de la pose… Los compañeros veían los calzoncillos en el suelo, la cama sin hacer… Ahí ves personas que llevan años posteando su vida en redes sociales y, de repente, empiezan a darse cuenta de lo que han subido porque hasta ahora no se lo habían planteado. Es una generación que tiene otra relación con la intimidad. Es lo que los expertos llaman “extimidad”. Hay veces que doy gracias por haber nacido analógica. Ahora todo pasa a una velocidad brutal.
Sin tiempo para asimilar, para reflexionar sobre las consecuencias de esta “extimidad”.
Ni tienen la formación. Kodak hizo muy bien algo que ha sido terrible para los fotógrafos. Un anuncio, creo en los años 40, que decía: “You press the button and we do the rest”. Ese fue el pistoletazo de salida a la fotografía de aficionados, y a partir de ahí hacer fotos es apretar un botón. Pero no es así. Luego, a los medios de comunicación les dió por despedir a todos los fotógrafos porque un periodista con cámara ya podía hacer su trabajo.
Aquí nunca se ha respetado ni valorado la fotografía.
Ni aquí ni fuera. En Estados Unidos se han despedido plantillas enteras de fotoperiodistas. Hay una precarización absoluta de la profesión. Además, redes sociales como Instagram han hecho que gente que tiene un montón de seguidores se considere fotógrafo. Yo he tenido estudiantes con muchos seguidores que no sabían utilizar una cámara analógica, pero lo que me preguntaban era cuántos seguidores tenía yo. Como si el hecho de tener una cifra u otra de seguidores me diera más o menos autoridad a la hora de hablar de fotografía. Abrir un debate con personas que lo que valoran es cuántos seguidores tienes, es muy complicado.
La investigadora considera que hace falta una necesidad imperante de alfabetización visual

La investigadora considera que hace falta una necesidad imperante de alfabetización visual © Jose Luis Roig_Estudio Foto Barcelona

En una entrada de su blog reflexiona sobre un dato que afirma que el 91% de la población mundial siente la necesidad de escapar de la realidad. ¿Cree que vivimos en una sociedad en riesgo de deshumanizarse?
Creo que somos una sociedad en riesgo de deshumanizarse. Eso sí lo creo, porque pienso que se están dando unas corrientes que priman los números. Números que tienen que ver con el FOMO (Fear Of Missing Out), el miedo a perderse algo, de la necesidad constante de publicar en redes lo que estás haciendo.
Hay investigadores que piensan que lo hacemos porque tenemos la sensación de que la vida se nos escapa y que no la disfrutamos porque vamos corriendo a todas partes. Y, de alguna manera, fotografiarla es como cazar esos momentos que nos gustan.
También me preocupa mucho la violencia en redes sociales. El anonimato hace que mucha gente se crea con derecho a decir cualquier barbaridad de cualquier persona. Además no hace falta saber de un tema, aquí opina todo el mundo y a veces sueltan opiniones peligrosas. Creo que todo esto tiene que ver con el individualismo, con una búsqueda desproporcionada de la fama y el reconocimiento (...) Creo que todo esto contribuye a esa deshumanización. Ahora, que la sociedad esté deshumanizada, me niego a creerlo. Sigo viendo gestos de humanidad en la calle.
Recientemente ha participado en la International Conference on Death Dying and Disposal. Me ha llamado especialmente la atención sus reflexiones sobre el “nuevo más allá”, sobre los deadbots, los chabots y las resurrecciones digitales. ¿Es todo esto una forma de negar la muerte en sí misma?¿Estamos manipulando la memoria de los muertos?
El International Conference on Death Dying and Disposal, que significa la muerte, el morir y disposal, aquí no tenemos esa palabra, sería algo así como la que haces para el enterramiento, para el funeral, es uno de los congresos más importantes de este campo. Es una cita a la que van desde directores de funerarias, de crematorios, maquilladores de cadáveres, académicos… Es muy interesante, con muchos paneles en paralelo.
En lo relativo a lo digital ahora mismo el tema es este. Es decir, todo aquel que tenga redes sociales y todo aquel que haya compartido cosas online ha compartido datos. Ha compartido seguramente su imagen, su voz, información sobre su vida. Cuando mueres, ¿qué pasa con eso?, porque eso está en internet a no ser que hayas hecho testamento digital y alguien se encargue cuando mueras de hacer lo que tú quieras con esas redes sociales. Pero si no te has preocupado, ¿qué va a pasar con esa información? Eso es lo primero.
Segundo, ¿quién tiene los derechos de esa información?, porque los derechos son de los vivos. Depende de la legislación de cada país, pero en la mayoría son de los vivos. Una vez que mueres, no está legislado qué pasa contigo porque tú ya no existes. El tema es que ahora te pueden “resucitar”. Estamos hablando de que alguien con IA y un video mío puede hacer conmigo lo que quiera. Nos mostraron un video de un hombre asesinado al que habían hecho una entrevista después de muerto. Claro, como tienen tu voz, tu apariencia, tus conversaciones, tú alimentas una IA con todos esos datos y tienes una réplica perfecta de esa persona (...) es decir pueden hacer un “tú” que esté disponible (...) Hablan de inmortalidad, para mí es otra cosa. Pero con todo lo que hay de muchos de nosotros en las redes sociales, hay material suficiente como para “resucitarnos” y tenernos toda la eternidad dando guerra.
No hemos calibrado bien todas las implicaciones que conlleva la IA.
Creo que la tecnología en sí no es mala, es un avance. Pero nos hemos lanzado a utilizarla de manera global sin saber las repercusiones y sin tener controlado lo que es capaz de hacer la herramienta. 
Nos hemos centrado en la parte tecnológica y no en cuestiones éticas.
Nos hemos dejado enamorar por la IA. Cuando salió le dieron además una forma humana que tampoco tiene. Creo que nos hemos equivocado humanizando la IA porque no es humana, no es siquiera inteligencia, es otra cosa y tiene muchos sesgos que va a transmitir. Sesgos de género, de muchísimas cosas, y, sobre todo, necesita tener detrás a seres humanos que pongan límites.
En los últimos años estamos viendo cómo la sociedad se está volviendo cada vez más reaccionaria en muchos aspectos, también en cuanto al feminismo. ¿Cree que existe un peligro real de volver a ese rol sumiso, pasivo, que tanto ha costado derribar?
Estoy completamente de acuerdo. Estos días veía vídeos de varias influencers que dicen cada cosa… No tenemos memoria, y como cada vez se explica menos historia… Yo siempre digo que a alguien como yo en otra época la hubieran quemado por bruja o metido en un reformatorio para señoritas por pensar más de lo que se tercia. Para esa influencers, que no han leído historia, ni antropología, ni saben lo que ha ocurrido en el pasado, es muy fácil hablar desde el presente. Ahora tenemos muchas libertades, pero han costado sangre, sudor y lágrimas, y muchas vidas.
Después, la gran ironía. Que influencers con millones de seguidores, que son independientes económicamente, me vengan a contar el discurso patriarcal de la mujer en casa con la pata rota dependiendo del marido es que no me lo puedo creer. Habrá gente a la que ese esquema le funcione y me parece estupendo. Pero algunas hemos decidido que ese no es nuestro rol y tenemos derecho a hacerlo. Que ahora vengan con lo de la energía masculina y la energía femenina, ¿perdón?
¿Nos seguimos mirando a través de los ojos de los hombres?
Sí, clarísimamente. No sé si has leído La sala de los espejos, de Liv Stromquist. Es una novela gráfica maravillosa en la que habla de todo esto. Habla, por ejemplo de las Kardashian, de todo este fenómeno de cómo ahora las mujeres nos fotografiamos y nos publicamos nosotras. Y hace las preguntas adecuadas. Esto es, vale, nos autorrepresentamos, pero ¿cómo lo hacemos?, porque nos estamos autorrepresentando con una mirada aprendida, una mirada masculina y sexualizada. No hay más que verlo. Y si ellas son felices representándose así, ningún problema. El problema para mí es que realmente nos estamos creyendo que hemos roto con algo cuando lo que hemos hecho es comérnoslo, interiorizarlo, naturalizarlo y reproducirlo, solo que ahora lo reproducimos diciendo que nosotras queremos hacer eso. Creo que estamos repitiendo estereotipos mucho más peligrosos porque ahora no son ellos los que nos miran, sino que nosotras nos mostramos como ellos nos miran, diciendo que somos nosotras las que nos queremos mostrar así.