Le despertó el estruendo del ariete partiendo la puerta de entrada de su casa. Eran las seis de la mañana del pasado miércoles 13 de noviembre. En pocos segundos, D. G. V. se encontró a los efectivos de la Brigada Móvil en su habitación.
Como si todo eso formara parte de una terrible pesadilla, se giró, todavía tumbado en la cama, y dejó que sus compañeros del cuerpo policial catalán le pusieran los grilletes.
"Pensé que era un error"
Recuerda que lo llevaron al comedor de su pequeño hogar. Allí, sentado, en pijama, delante de una decena de agentes de los Mossos d'Esquadra --la que ha sido su casa durante 20 años-- se desmayó.
"No entendía lo que estaba pasando, ni por qué estaba detenido; hasta que no dijeron mi nombre pensé que era un error", recuerda D. G. V., hasta hace una semana agente de la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones.
Acusado de vender información
A medida que fue avanzando la mañana, pudo averiguar que lo relacionaban con una organización criminal dedicada al narcotráfico internacional. En concreto, de venderle información a un matrimonio gracias a su acceso privilegiado a todas las investigaciones. Sigue sin dar crédito.
D. G. V. conoció a la pareja a través de un amigo en común, también detenido. Él consumía cocaína de forma muy esporádica, pero asegura que ignoraba el oficio de sus conocidos.
Su amistad se estrechó después de la compraventa de un BMW. "De hecho, yo estaba convencido de que el matrimonio se dedicaba a la compraventa de coches de alta gama", explica a Crónica Global. Por ello, en algunas ocasiones, les había consultado matrículas y registros de la propiedad. Información, a propósito, de acceso público.
"Yo asumo mi parte de culpa y sé que hice consultas que pueden suponer un expediente disciplinario. Pero nunca pasé información sensible porque tampoco me la pidieron. Si hubiese sabido a qué se dedicaban en realidad, me hubiese apartado de ellos", manifiesta.
72 horas de agonía
Pasó tres días y dos largas noches en el calabozo de la comisaría de Les Corts intentando atar cabos. En su casa no encontraron nada: ni droga, ni herramientas, ni armas, ni dinero. Solo su teléfono móvil, otro dispositivo anterior y una papelina de cocaína que un amigo consumió la noche anterior. Aun así, su detención se alargó 72 horas antes de pasar a disposición judicial.
En el sótano de Les Corts perdió la noción del tiempo. El jueves, después de que un agente de la División de Asuntos Internos (DAI) le comunicara que quedaba suspendido de empleo y sueldo por tiempo indeterminado, se derrumbó: "Tuve pensamientos suicidas, pensaba en el sufrimiento que estaba causando a mi familia y solo quería quitarme de en medio".
El viernes por la mañana, finalmente, pasó a disposición del Juzgado de Instrucción 4 de Sabadell, cuyo titular, tras escuchar su versión de los hechos, ordenó su libertad provisional sin fianza, con la obligación para el policía de comparecer periódicamente ante la justicia, la retirada del pasaporte y la prohibición de salir de España.
Sin indicios fehacientes
Ahí, en los calabozos del juzgado, conoció a quien iba a ser su abogado, el letrado Álvaro Machado, del despacho de Daniel Vosseler. "Él y el juez me devolvieron la esperanza y me borraron de la cabeza el deseo de quitarme la vida", asegura.
Machado, tras revisar los atestados de la DAI, constató que no existen indicios contra su cliente: "Defendemos su inocencia ante la falta de indicios y la descontextualización de todas las circunstancias que rodean su relación con el resto de investigados", ha sentenciado.
Desde que salió en libertad, D. G. V. ha leído y releído la causa cientos de veces. No se explica cómo lo han podido relacionar con esta presunta trama de narcotraficantes: "Éramos conocidos, salíamos de fiesta juntos, les hice algunas consultas, pero jamás participé de sus actividades porque no las conocía".
Transcripciones que no encajan
Solo en estos días ya ha detectado que hay varias transcripciones que no le encajan. "Se ponen en mi boca palabras que nunca he dicho o se cambian conceptos para agravar mi participación en los hechos". Pone un ejemplo: "En un momento dado, le dije a un amigo que nos veíamos para fumar unos porritos y han transcrito polvitos".
Asimismo, explica que en una de las conversaciones que interceptaron a los otros investigados se les escucha decir que ya tienen controlados a los policías. En plural. "Yo asumo que les hice consultas, sobre todo, de matrículas y conductores, pensando que se dedicaban a la compraventa de vehículos, pero hay otras peticiones que no sé de dónde salen", explica.
Indignado, D. G. V. lamenta las artimañas de la DAI para involucrarle: "Encontraron una hoja manuscrita donde se leía '1.000 al mosso' y ya dedujeron que eran euros y que el 'mosso' era yo".
Una vida en pausa
El próximo paso es revisar todas las escuchas y preparar una buena defensa. Queda un largo camino judicial, pero no va a rendirse. Toda su familia, amigos y la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones están de su lado. "Saben cómo soy, me conocen, no dudan de mi inocencia", celebra visiblemente emocionado.
Sin embargo, esta situación también le está pasando factura: "No tengo trabajo, tengo las cuentas bloqueadas, no tengo dinero y tengo que sobrevivir de lo que me presta mi familia. Tendré que dejar mi piso y buscar cobijo en casa de algún familiar porque ni siquiera puedo pagarme el alquiler...", lamenta.
D. G. V. asegura que nunca pensó vivir algo así. Acostumbrado a combatir el crimen, ahora se enfrenta a un proceso judicial que ha puesto su vida patas arriba. "Me han arrebatado todo. Mi carrera, mi reputación, mi estabilidad. Solo me queda luchar por limpiar mi buen nombre", afirma con determinación.
Sin embargo, el futuro sigue siendo incierto. "Aunque logre demostrar mi inocencia, nunca volveré a ser el mismo", concluye, mientras enfrenta una larga batalla para reconstruir su vida.