“En el Raval siempre ha habido drogas, prostitución y robos, pero la situación a la que hemos llegado es insostenible. Aquí ya no se puede vivir”, sentencia Mayte, portavoz de una asociación de vecinos representativa en la zona y vecina del Centro de Atención y Seguimiento a las Drogodependencias CAS Baluard ubicado en la avenida de las Drassanes.
Esta zona ha sufrido una degradación progresiva desde 2016, cuando el Ayuntamiento de Barcelona decidió trasladar el centro de venopunción CAS Baluard --desde 2005 operativo en la muralla, en el distrito de Ciutat Vella-- a las instalaciones que hasta ese momento ocupaba el CAP de Peracamps, en Drassanes número 13. Desde entonces, este punto se ha convertido en un foco de incivismo e insalubridad.
Objetivo: prevenir las sobredosis
Su apertura, sostiene Mayte, fue “una trampa”. Los vecinos aseguran que el consistorio les prometió que este centro tendría como objetivo rehabilitar a las personas drogodependientes, pero denuncia que la falta de recursos adicionales y “su mala gestión” hacen que el perfil de los usuarios que frecuentan el centro sea “irrecuperable”.
Este tipo de salas tienen como objetivo prevenir las sobredosis de aquellas personas que no pueden o no quieren dejar de consumir en un determinado momento de sus vidas. También, posibilitar un acercamiento de los drogodependientes a los profesionales de psiquiatría, psicología, medicina, enfermería, trabajo social, educación e integración social, para que, poco a poco, puedan plantearse abandonar las drogas o reducir su consumo. Además, ayudan a cubrir sus necesidades básicas --ofreciéndoles alimentos o duchas de agua caliente-- y, sobre todo, evitar que reutilicen y compartan jeringuillas, reduciendo la posibilidad de que contraigan enfermedades como el VIH.
En concreto, el CAS Baluard ofrece a sus usuarios programas de tratamiento para la adicción a diferentes sustancias --como el alcohol, los opiáceos, la cocaína y otros estimulantes-- así como programas de reducción de daños (Redan), explican desde la Agencia de Salud Pública de Barcelona, el ente que gestiona este centro. Dentro de estos programas se incluyen espacios de consumo supervisado, un plan para evitar el intercambio de jeringuillas (PIX, por sus siglas en catalán), atención social y sanitaria básicas y talleres educativos como el de prevención de sobredosis.
Intercambio de agujas y sobredosis
Sin embargo, los vecinos consultados por este medio denuncian que la sala está lastrando al barrio. Aseguran que los drogodependientes abandonan el CAS Baluard con jeringuillas y sueros y que se inyectan en la calle, abandonando en la vía pública estos materiales, con el peligro que esto supone. Asimismo, afirman haber sido testigo de cómo los usuarios siguen intercambiándose las agujas y cómo sufren sobredosis, tanto dentro como fuera del centro, al inyectarse en la sala no sólo metadona, sino también sustancias que adquieren en el exterior a camellos.
Un extremo que admiten desde la Agencia de Salud Pública de Barcelona. “En los espacios de consumo supervisado se da la posibilidad a los usuarios de hacer un consumo de sus propias sustancias por vía inyectada o inhalada con medidas higiénicas y de seguridad adecuadas, y con supervisión por parte de personal sanitario”.
Sin embargo, reiteran que la sala contribuye a que los usuarios utilicen material limpio, no lo compartan, dejen pasar más horas entre consumos, reduzcan la dosis de sustancia inyectada, incorporen conocimientos de seguridad y salud, así como elementos de civismo y buen uso del espacio público, que incluye la prevención del abandono de material de consumo en la calle. Pero los vecinos lo niegan en rotundo y aportan, como prueba, imágenes que demuestran que, pese a los esfuerzos de los servicios de limpieza, las jeringas acaban desperdigadas por el asfalto y la acera.
Reuniones periódicas
“La Agencia de Salud Pública de Barcelona y el Ayuntamiento de Barcelona nos coordinamos con el fin de reducir el impacto del consumo de drogas que se produce en el espacio público”, reiteran desde la entidad pública, que subraya que también trabajan estrechamente con otros agentes comunitarios, como los equipos de limpieza, a los que apoyan en la recogida de jeringuillas.
Asimismo, sostienen que están en contacto con el vecindario y los comercios para detectar preocupaciones relacionados con la presencia del CAS y mejorar la convivencia. “El Raval y el entorno del CAS Baluard es uno de los espacios donde habitualmente se hacen estas intervenciones comunitarias y se hace seguimiento continuado”, sostienen. De hecho, aseguran que las personas del equipo del centro como la propia agencia “tienen reuniones de coordinación y seguimiento prácticamente semanales con el distrito y el resto de los servicios que trabajan en el espacio público como el servicio de limpieza o el de atención a las personas sin hogar”.
Por otro lado, detallan que se han establecido espacios para trabajar con la comunidad y el equipo del CAS Baluard realiza trabajo comunitario de contacto con vecinos y comercios y otros actores sociales. Un extremo que la representante de esta asociación vecinal, la más crítica con la sala, niega. “Se hizo una reunión en octubre porque apretamos al regidor. Desde entonces, no tenemos contacto, aunque lo hemos pedido reiteradas veces, dado que somos los más perjudicados”.
A menos de 300 metros de menores
El CAS Baluard se encuentra a menos de 300 metros de la Escuela Oficial de Idiomas de Drassanes, a la que acuden menores de edad a partir de los 16 años que, autorizados por sus padres, van solos a estudiar.
Justo enfrente, también hay un campo de fútbol en el que los fines de semana se celebran partidos de niños. “Las escenas que ven los chavales son lamentables”, expresan los residentes. A pocos metros de la sala de venopunción hay una guardería de niños de entre 0 y 6 años que diariamente pasan cerca del CAS Baluard, donde pernoctan algunos usuarios, para asistir a la escuela infantil.
Suciedad y delincuencia
Las inmediaciones de la narcosala, como la han apodado los vecinos, se ha convertido en “un cámping de toxicómanos”. Una estampa que este medio ha podido comprobar in situ. “Se cagan y se mean continuamente entre los contenedores y en las calles aledañas”, denuncia la vecina.
El consumo en la vía pública ha llevado al barrio al límite, pues las inmediaciones del CAS Baluard se han convertido en escenario frecuente de peleas, gritos, trapicheos, sobredosis, vómitos, gente desnuda, suciedad, robos y también en un trasiego de camellos.
Imán de las mafias
La presencia de estas personas, adictas a las drogas, ha atraído también a mafias dedicadas al tráfico de heroína, la sustancia más consumida entre los usuarios. “Los narcopisos se han duplicado. Es verdad que la policía está encima, pero cierran uno y abren cuatro”, sostiene la vecina.
Son, añade, los “expendedores de los camellos”, que ofrecen la droga a los transeúntes a cualquier hora del día. “Te preguntan descaradamente que si quieres esto, que si quieres lo otro, con el peligro que esto entraña para los jóvenes que asisten a la Escuela Oficial de Idiomas o a estudiar música”. También a los toxicómanos, que si no tienen dinero suficiente para comprarse una dosis, cometen hurtos o incluso robos con violencia.
Robos a plena luz del día
Precisamente, precisa Mayte, el viernes 22 de marzo dos drogodependientes accedieron a la asociación esnifando cola y arrebataron por la fuerza un móvil a uno de los usuarios. No es la primera vez que sufren un episodio de estas características en el centro en el que se reúnen mayores. Antes ya se habían llevado con sigilo alguna cartera.
“Las personas mayores ya no pueden pasear solas por la calle, o van acompañadas de sus hijos o no salen, porque los asaltan”, subraya. De hecho, este domingo un joven arrancó un reloj de alta gama a un turista corpulento a plena luz del día. “Si se atreven con personas atléticas, imagínate con las mayores”.
Éxodo de vecinos y cierre de negocios
Esta situación ha provocado un éxodo de vecinos del barrio. Las viviendas que van quedando vacías, explican los residentes, acaban siendo pasto de las mafias y reconvertidas en narcopisos, sobre todo en las calles del Om y Sant Bertran. “Aquí ya no viene nadie y quien acaba aquí se va en cuanto puede”, denuncia esta vecina.
La mayor parte de los comercios de la calle Peracamps, paralela al CAS Baluard, también ha bajado la persiana. Así lo confirma uno de los pocos comerciantes que resisten en la degradada zona, que asegura que cada mañana se encuentra con orines en la puerta. “La situación es insostenible. Han llegado a entrar sangrando por los brazos a pedir dinero”, relata. “Ya no viene nadie, la gente del barrio se ha ido y los turistas cuando ven estas escenas huyen”. De hecho, asegura que los toxicómanos han llegado a enfrentarse lanzándose las sillas de una cafetería y que se han tirado encima de mesas ocupadas por clientes. “Si pudiese cerraría el negocio y me iría, pero tengo que amortizar la deuda del Covid-19”.
Decenas de jeringuillas en la calle
Los vecinos denuncian que este sábado a las seis de la tarde se encontraron decenas de jeringuillas (nuevas y usadas) desperdigadas en la calle Peracamps, paralela a la avenida Drassanes, con el riesgo que esto supone, especialmente para niños, mascotas y mayores. Aseguran que aunque hay un servicio especial de limpieza y el CAS Baluard obliga a los usuarios a entregar las inyecciones usadas como condición sine qua non para entregarles nuevas, estos se las ingenian para sacarlas fuera y revenderlas.
Así las cosas, y con el verano a la puerta de la esquina, cuando la situación empeora, los vecinos piden que, aunque lo ideal sería cambiar este recurso de emplazamiento, se gestione de una forma más eficiente para evitar las estampas a las que están acostumbrados.