Los vecinos del Centro de Atención Sociosanitaria (CAS) Baluard, la sala de venopunción ubicada en la avenida Drassanes del Raval, en Ciutat Vella, denuncian que el barrio ha tomado unos derroteros que lo sitúan en un estado paupérrimo, peor incluso al que presentaba en los años 80. Aseguran que a raíz de la pandemia, con la reducción de los servicios de otros CAS de la ciudad, a Drassanes empezaron a llegar drogodependientes de diversos puntos de la Ciudad Condal, un hecho que ha atraído también a las mafias de la heroína, que hacen en este punto negro de Barcelona su particular agosto.
Las angostas callejuelas del barrio del Raval, antes conocido como barrio chino, históricamente han dado cobijo a la prostitución, a los bares de alterne y, en mayor o menor medida, al trapicheo. No obstante, los pocos vecinos que continúan viviendo en la zona sur, apostillan que la estampa era otra. “Había prostitutas, sí, las del barrio de toda la vida que no daban demasiados problemas y que incluso se preocupaban de nosotros cuando éramos niños y jugábamos en la calle”. Aunque reconocen que siempre ha habido droga, insisten en que “no se veía así, nada comparable a lo que hay ahora”. Un hecho que Xavier Ferrer, Doctor en psicología y director del Máster en Drogodependencias de la Universitat de Barcelona (UB) pone en duda. "Siempre ha sido una zona conflictiva de venta. Sin la sala, los problemas serían superiores", recuerda. "Los vecinos no lo recuerdan pero, antes del CAS, los drogodependientes ya estaban ahí", asevera.
Del barrio chino al Raval
Después de los años en los que la heroína se llevó consigo a una generación entera, los Juegos Olímpicos del 92 limpiaron las calles del Raval para mostrar una Barcelona moderna y cosmopolita al mundo. “Maragall dejó un barrio limpio, estructurado, que se mantuvo durante varios años, incluso habiendo prostitución y droga”, asegura Mayte, presidenta de la Associació d'Amics de l'Arc del Teatre i Rodalies.
No obstante, la droga nunca abandonó el Raval. Por eso en 2005 el Ayuntamiento de Barcelona decidió abrir un centro de venopunción en la muralla, en el distrito de Museo Marítim. Los problemas se desataron en 2016, cuando el consistorio anunció el traslado de este centro, el CAS Baluard –en aquel momento el único centro de venopunción de la ciudad—a las instalaciones que ocupaba el CAP de Peracamps, en la avenida de les Drassanes número 13. Desde entonces, "la narcosala" --como la han bautizado los vecinos de la zona-- se encuentra emplazada delante de la Escuela Oficial de Idiomas y de un antiguo colegio, al que los menores siguen asistiendo para estudiar música, idiomas y donde todavía hay un centro deportivo. “Nos mintieron. Dijeron que sería un centro de rehabilitación para los drogodependientes del barrio, pero no fue así” , aclara la presidenta de la asociación. “Se ha convertido en un punto de expedición de jeringas y metadona al que acuden cientos de personas, con la permisividad de que la gente se pinche en la calle”.
"Nadie quiere un CAS"
No obstante, Ferrer insiste en que, antes del polémico traslado del CAS Baluard, en el barrio ya había un centro que ofrecía los mismos servicios: el SAPS, gestionado por Cruz Roja. “El centro ya estaba en Drassanes, y aunque hizo una excelente labor, no se hizo público. Los vecinos nunca se quejaron porque no sabían que estaba ahí. Todos queremos al lado de nuestra casa un jardín con flores, no un aeropuerto ruidoso ni un CAS, pero tendremos que buscarle algún sitio…”, reflexiona.
El experto en drogodependencia recuerda que estas salas tienen como objetivo prevenir las sobredosis de aquellas personas que no pueden o no quieren dejar de consumir en un determinado momento de sus vidas. También, posibilitar un acercamiento de los drogodependientes a los sanitarios, psicólogos y educadores, para que, poco a poco, puedan plantearse abandonar las drogas o reducir su consumo. Además de cubrir sus necesidades básicas --ofreciéndoles alimentos o duchas de agua caliente-- evita también “que reutilicen y compartan jeringuillas, reduciendo la posibilidad de que se infecten con algún virus, no solo ellos, sino también sus parejas sexuales”.
Denuncian una "mala gestión"
Pero Mayte difiere de la teoría de que la sala evita que los usuarios se contagien de virus como el del Sida la Hepatitis C. Asegura haber sido testigo de cómo “se parten las dosis y se pasan la jeringa de brazo en brazo”. Además, alerta de que cuando un usuario protagoniza altercados en la sala, lo castigan prohibiéndole el acceso durante unos días. “Pero le dan el kit de venopunción”, asevera molesta. Una práctica que, según el experto, es habitual en los centros. “Cuando se les echa de la sala se les suelen dar las jeringuillas, porque se pincharán igual”, aclara.
A preguntas de este medio, el Ayuntamiento de Barcelona recuerda que todo lo que se entrega en el CAS está pensado para ser utilizado dentro del centro, donde se les hace un seguimiento. “Si salen con las jeringuillas, se nos escapa a nuestro control”, reconocen. “El objetivo de la sala no es encerrarlos sino llevar un control sanitario”, responden desde el consistorio. Pero los vecinos están hartos de que los usuarios “se pinchen en la vía pública y en los portales --a la vista de menores-- con todo lo que eso supone: peleas, gritos, trapicheos, sobredosis, vómitos y defecaciones en la calle, gente desnuda, suciedad, atracos y también camellos y okupas”.
"Los CAS salvan miles de vidas"
A pesar del revuelo que la Sala Baluard ha generado en este vecindario, Ferrer rompe una lanza a favor de los responsables. Asegura que los trabajadores de la asociación que gestiona el centro se esfuerzan por minimizar el impacto de la sala en el barrio. “Los profesionales están hartos de que solo se vea la parte negativa, y no la gran labor que hacen aunque los medios de los que disponen sean limitados, porque estas salas han salvado miles de vidas en todo el mundo”, recuerda.
Llegado a este punto de confrontación, los vecinos piden ser incluidos en el proyecto, una opción que el experto considera positiva para conseguir reducir el malestar en el barrio. También piden que el consistorio reconsidere trasladar la Baluard a las afueras del barrio, un extremo que Ferrer no comparte. “Ya hay otras salas en otros barrios. Los centros tienen que estar donde están los drogodependientes, esto no es como en el cuento de el flautista de Hamelin”. Mientras tanto, los vecinos continúan su éxodo mientras las okupaciones y los narkopisos ganan terreno en el Raval.