Vuelven la polémica entorno a la sala de venopunción Baluard. Si es que alguna vez ha desaparecido. Un colectivo de unas 700 personas ha remitido este jueves una carta a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, para denunciar la situación límite provocada por la llamada narcosala del Raval. Otras voces, con todo, llaman a implementar medidas de seguimiento para rebajar la tensión en un tipo de instalaciones que prestan un servicio público indispensable.
En la misiva, los afectados enumeran los rifirrafes entre los residentes y el colectivo de drogodependientes que acude al equipamiento en el corazón de la capital catalana. "Tras unos meses de encubierta calma por el frío, está repuntando nuevamente lo que nunca desapareció ni se resolvió, solo se enmascaró provisionalmente por la presión vecinal", relata el texto. Con esta actuación, los peticionarios instan a la munícipe a implicarse directamente en los problemas de convivencia del vecindario.
"Cada día hay menos barrio"
"A diario volvemos a encontrar jeringuillas, defecaciones y tiendas de campañas por los aledaños de la narcosala, a merced de los vendedores que rondan por la zona", continúa la carta. Los firmantes también apuntan a un repunte de okupas en las inmediaciones del centro, sobre todo en el número 9 de la calle Om y en un edificio en ruinas situado en la calle Perecamps.
"Necesitamos un mínimo de seguridad al salir a la calle", cuentan los vecinos, que denuncian intentos de atraco en la vía pública. "Cada día hay menos vida en el barrio. Las dinámicas instaladas por la falta de medidas reales y efectivas por parte del ayuntamiento para revertir el consumo de droga (...) hace que los comercios y establecimientos sufran las consecuencias", se relata. "Nuestra calidad de vida se degrada a diario", resumen.
Falta presencia policial
Crónica Global ha entrevistado a varios barceloneses que viven en el distrito para conocer de primera mano sus experiencias. Todos ellos prefieren mantenerse en el anonimato. "Llamamos a la policía muchas veces por la noche y nos dicen que no deberían tener tanto material. Se les suministra demasiadas jeringuillas. Está mal gestionado", sentencia Natalie, que vive cerca de otra sala de venopunción ubicada en Ciutat Vella. De hecho, a raíz de esta noticia este medio ha recibido quejas de otros vecinos que viven junto a otros centros de venopunción en la metrópolis.
La escasa presencia de Mossos d'Esquadra y Guardia Urbana es una de las protestas recurrentes de todos los ciudadanos. Pese a que el año pasado se realizó una labor de control por parte de una patrulla estática, actualmente ningún uniformado patrulla los alrededores. Eso pese a que, según revela el consistorio, en 2018 se pasó de 10 a 21 los trabajadores destinados a los centros de atención a la drogodependencia ante el aumento de la demanda.
Los efectos del Covid
Actualmente, los programas de reducción de daños del CAS Baluard atienden una media de 800 personas al mes, de las cuales una media de 500 hace uso de las salas de consumo supervisado. Salas, además, que en Cataluña funcionan bajo un modelo de cooperación con oenegés especializadas en este ámbito. Estas cifras, sin embargo, se ha reducido cerca del 20% durante los últimos meses como consecuencia de la pandemia, algo que ha sido reconocido por los propios residentes.
La corporación defiende la idoneidad de estas instalaciones, así como el refuerzo de equipos comunitarios para limar los efectos secundarios de la institución. "El objetivo de estas actuaciones es claro: no permitir la venta ni el consumo de drogas en el entorno del CAS Baluard y reforzar los circuitos para que este consumo se haga de manera supervisada en el interior", ha declarado una portavoz de la Agencia de Salud Pública.
Acondicionar el entorno
Quizá el punto que concita más unión entre los vecinos es el necesario despliegue de sanitarios públicos y la multiplicación de las dotaciones de limpieza, que al menos lograría despejar el pavimento de los deshechos que suelen alfombrar el entorno del equipamiento. Pero, como asegura otro entrevistado, "falta voluntad política".
Hasta que se asegure el espacio que circunda el complejo, se repetirán escenas tensas: "Llegando a casa, delante de la Seguridad Social pasó un hombre de unos 40 años que, sin venir a cuento, se vino hacia mí diciéndome que me iba a pegar una paliza. Después se fue hacia la narcosala y a los cinco minutos volvía a increparme".
La ubicación, acertada
Por otro lado, no todos los afectados proponen la desaparición de la narcosala o se ponen de acuerdo sobre la ampliación del recinto --pese a que la carta remitida a la alcaldía exige este punto--. Mientras algunos de los vecinos consultados sí demandan su supresión, otros aventuran incluso la creación de otros puntos cercanos para esponjar el uso de la sala de Drassanes. En este punto, Xavier Ferrer, director del máster en drogodependencias de la Universitat de Barcelona, arroja sobre algunos de los elementos más discutidos.
En primer lugar, la localización exacta del centro. "Las salas de venopunción se colocan donde hay compraventa de drogas. Esto en ocasiones ocurre dentro de las ciudades, otras veces fuera como en el caso de Madrid, donde su sistema de venta de drogas siempre se ha situado en los llamados poblados como Las Barranquillas. En cualquier caso, se ubican donde hay consumo", argumenta el experto. Y el hecho es que en el casco histórico de la capital catalana siempre ha habido un mercado de droga.
¿Efecto llamada?
Por otro lado, Ferrer limita, contra la opinión de los vecinos, el efecto llamada de este tipo de complejos. "No es que la droga haya ido hasta allí, no ha habido un efecto llamada. Solo se atrae a las personas que ya circulaban por la zona. Estas salas no actúan como un factor de concentración", expone.
Lo que sí se produce con este tipo de instalaciones es una mayor visibilización de una problemática que seguramente se vivía de forma menos impactante en ausencia de estas alternativas de salud pública. "Se podrían realizar mejoras, como montar guardia en los alrededores, dotar de más limpieza y seguridad las inmediaciones", apunta Ferrer como posibles soluciones a los episodios relatados por los vecinos. "Los problemas están allí, pero no son imposibles de resolver", sentencia.