La banda, liderada por Ricardo Mateo López con mano de hierro, ya fue desarticulada en 2003, por vuelcos --robo de droga-- a narcos, y en 2013, tras el macrojuicio por extorsionar a empresarios del ocio nocturno de Barcelona para hacerse con el control de las salas y que resultó en la extinción de la organización. Pero los Casuals se han reorganizado, y una década después los Mossos d’Esquadra les atribuyen delitos de homicidio, desórdenes públicos, secuestro, tenencia de armas, contra la salud pública, extorsión, pertenencia a organización criminal y otros ilícitos. Investigan si entre otras actividades delictivas, Casuals extorsionó recientemente a trabajadores de la seguridad privada para hacerse con el control de las puertas de las discotecas --tal y como avanzó este medio-- como ya hizo en el pasado.
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La estructura de la banda
De esta cúpula, desarticulada en 2013, pendían dos niveles. El primero y más inmediato eran los propios Casuals, hombres curtidos en delitos de diversa índole y capaces de ejecutar las acciones que les encomendaba Mateo, quien ostentaba un “indiscutible liderazgo” y “decidía por ellos qué encargos criminales se aceptaban y cómo debían llevarse a cabo, proponiendo y dirigiendo la actividad ilícita propia de la banda”.
En un tercer escalafón de la pirámide se ubicaban los minicausals, que acometían las labores menos agradecidas y de más riesgo, una suerte de zapadores que asumían las tareas de más exposición, como la extorsión a clubes de la noche de finales de la década de los 2000 como Razzmatazz, Pachá, Opium, La Madame y Discotèque. Entre ellos estaba Francisco Pérez, alias Paco el Gordo, detenido en el marco de la operación Hydra, efectuada este viernes en Barcelona. No han trascendido las identidades de los otros 16 detenidos en esta última intervención.
Había otra capa. Jóvenes que no pertenecían al grupo criminal, pero que flirteaban con Casuals por “su estatus” o que operaban “subcontratados” como consultores del crimen. “Cuando tenían que hacer vuelcos y montar equipos de asalto, llamaban a los más echaos p'alante, a los más fuertes", confirman las mismas fuentes.
La franquicia Casuals
Sin embargo, otras fuentes consultadas apuntan que la banda liderada por Ricardo Mateo López, alias Lucho y Canas, fue "el primer grupo criminal informal de la historia moderna de Cataluña". Lo describen como un grupúsculo formado por un núcleo duro, los Casuals, liderados por Mateo López, pero con un entorno semivolátil del que entraban y salían individuos que no formaban parte de la estructura como tal. Este modelo organizativo entrañó, de hecho, serias dificultades a la hora de desarticularlos.
Sea como fuere, Casuals llegó a operar como una franquicia, en la que otros grupos criminales llegaron a utilizar su nombre para ejecutar acciones delictivas, porque les ofrecía protección y garantías. Así fue como Casuals pasó de grupo hooligan del FC Barcelona a criminal, y de aquí a convertirse en una etiqueta de calidad, una suerte de certificación ISO para llevar a cabo acciones criminales con seguridad y sin miedo a vuelcos o robos de droga entre traficantes. Lo que llevaba el nombre de Casuals se respetaba, estuvieran ellos o no.
La primera desarticulación de Casuals
Los Casuals mordieron el polvo por primera vez en 2003, después de que un agente de la Guardia Civil fuera testigo de un vuelco a un narcotraficante perpetrado por los hombres de Mateo López en Vic (Barcelona). A raíz de estos hechos, los Mossos d’Esquadra abrieron una investigación y descubrieron la existencia de un grupo criminal organizado autodenominado como Casuals, que marcaría un punto de inflexión para un cuerpo policial que empezaba a andar.
La incipiente investigación de la policía autonómica confluyó con otra iniciada por la Guardia Civil en Salou (Tarragona), donde los Mossos todavía no estaban desplegados. El instituto armado les trasladó que meses antes, en esta localidad costera de la provincia de Tarragona, se había registrado un asalto de las mismas características. La similitud de los dos episodios terminó en la inhibición de este caso al Juzgado de Vic, que se hizo cargo de los dos casos mediante la creación de un grupo de investigación conjunto entre la Guardia Civil y la División de Investigación Criminal (DIC) de los Mossos d’Esquadra, que finalmente la asumió en solitario.
Extorsiones al ocio nocturno
Esta suerte de franquicia enseguida se hizo hueco en la noche barcelonesa y descubrió en ella un nuevo filón. Los Casuals crearon un halo de atracción que sedujo a aspirantes adláteres, jóvenes que anhelaban salir con ellos "porque su nombre les aseguraba un estatus en las discotecas, copas gratis y mujeres" y un control absoluto bajo el imperio del miedo. El grupo criminal actuó con total impunidad durante años. Aterrizó en la noche barcelonesa de finales de los 2000: Opium, Pachá, Discotheque, La Madame, Razzmatazz, Oshum o el parque acuático Isla Fantasía fueron algunas de las plazas donde la armaron para tratar de extorsionar a sus dueños, hacerse con la seguridad de la puerta o, simplemente, arruinar sus fiestas por pagos de la competencia. "Siempre en superioridad numérica y con armas", matiza un policía conocedor del caso.
Las fechorías de los Casuals los llevaron finalmente a sentarse ante el Juzgado de Instrucción número 33 de Barcelona. ¿Cómo? Con el trabajo del Grupo de Secuestros y Extorsiones de Mossos. "Fue una operación muy complicada para ellos, pues algunos Casuals eran "muy buenos", explican fuentes judiciales. "Cambiaban de móvil cada 10 días. Cada semana y media, móviles fuera. A la basura. Para evitar pinchazos. Antoñito salía de casa, cogía la moto y se ponía a circular contra dirección porque sabía que le seguían los Mossos. Conducían con maniobras evasivas", explican altos mandos policiales. Pese a ello, Mossos logró recopilar pruebas con un trabajo meticuloso. La policía catalana se graduó con honores en los dos procesos contra Casuals.
Amenazas a los testigos
Pese a las duras amenazas a las víctimas, que se retractaron de sus declaraciones en sede policial por las duras presiones de Casuals, los Mossos d'Esquadra lograron recopilar horas de grabaciones telefónicas y el testimonio de casi 30 testigos, que al principio fueron protegidos. Los acusados declararon asistidos por los mejores abogados de Barcelona, “los primeros espadas de la abogacía”, describe una fuente cercana a la investigación. Fue la primera vez en la que la fiscal de un caso tuvo que llevar escolta. Lo que se vivió en la sala pasará a los anales de la historia por ser uno de los juicios con "mayor presión ambiental" que se recuerda en la Audiencia Provincial de Barcelona. "Pocos juicios verás en los que haya una batalla campal en la sala de vistas". La hubo, y hubo también una condena por estos desórdenes públicos.
Así cayeron los Casuals. Con una mezcla de testificales arrancadas a testigos renuentes que temían por su vida y pinchazos telefónicos que delataban que la organización estaba "perfectamente organizada" para enriquecerse --según la hipótesis incriminatoria de fiscalía-- y para "lograr impunidad", según la que aceptaron los jueces. El ministerio público defendió siempre que "cada paliza, cada agresión, cada altercado, estaba conectado con el otro en un fin criminal superior". La sección quinta de la segunda instancia judicial de Barcelona lo avaló. "Los fines y objetivos de la asociación son los que hemos declarado probados, es decir, lograr, mediante el empleo de la intimidación o la violencia, influir en la declaración de testigos para evitar la persecución penal, y así lograr la impunidad", dice la sentencia. Por todo ello, Ricardo Mateo López fue condenado en 2013 a 12 años y ocho meses de cárcel por delitos de robos, tráfico de drogas y palizas en discotecas y locales de ocio nocturno.