Óscar Proc, estudiante de Enfermería de 19 años, recorre tres veces por semana las calles del barrio de Sagrada Família de Barcelona para repartir paquetes con alimentos a las personas en situación de sinhogarismo. El joven ha conseguido que varias tiendas locales le cedan los excedentes al final del día para entregárselos a los más necesitados.
Ya desde niño Proc supo que su vocación era ayudar a los demás. Por eso, cuando cursaba 4º de la ESO decidió unirse a un voluntariado en el Hospital Maternoinfantil Sant Joan de Déu de Barcelona. El joven estudiante, que durante unos meses dio apoyo a las familias de los pacientes oncológicos, descubrió en la rama sanitaria su vocación. En la misma época se topó de bruces con la realidad de muchos vecinos, que vivían en la calle. Pero en aquel entonces, explica en una conversación con Crónica Global, no contaba con los recursos suficientes como para ayudarlos más allá de pequeños gestos.
De la plaza Catalunya a un barrio entero
Ahora, cursa segundo de carrera y capitanea un pódcast de salud mental. “Me gustaría ir fuera, a África, con Enfermeros Sin Fronteras”, reconoce. Todo esto lo compagina, además, con clases particulares a niños y, desde hace unos meses, con una iniciativa solidaria que ha bautizado como Todos con comida.
El estudiante de Enfermería entró en contacto con las personas sintecho por primera vez el año pasado, cuando colaboraba en un comedor social. Estas pasadas navidades decidió entregar bocadillos a las personas en situación de calle con la parroquia en los aledaños de la plaza Catalunya, pero no le pareció suficiente. “Pese a que es una muy buena iniciativa, pensé que podría hacerlo rutinariamente en mi barrio”, recuerda.
Comerciantes solidarios
Así fue como comenzó a contactar con cafeterías y tiendas del barrio de la Sagrada Família para pedirles que le cedieran los excedentes al final del día. “Veía que tiraban bolsas enteras de panes y pastas, así que decidí pedírselas”, explica. Tras solicitárselo a una veintena de negocios, cinco locales se mostraron dispuestos a ayudarle. Aunque las grandes cadenas son “más reacias” a colaborar --por protocolos internos o porque ya donan los productos a ONG--, algunos pequeños comerciantes y franquicias le entregan religiosamente la comida.
Óscar hace una ronda entre estos locales tres veces por semana. “Salgo de casa sobre las nueve de la noche para recoger las cajas”, narra el joven. Después traslada los alimentos a su casa, donde los reparte, con ayuda de su madre, en varias bolsas. En cada una de ellas introduce bocadillos, pastas y, cuando le da tiempo, una nota. Después, sale con su patinete y reparte, durante una hora y media, los bultos a 15 personas. “Me gustaría que se uniera más gente para poder ampliar esta iniciativa a otras zonas”, expresa.
Historias personales
Proc explica que, aunque es una persona muy abierta, a la que no le cuesta lanzarse a hablar con desconocidos, al principio no sabía cómo acercarse para no violentarles. Sin embargo, ha descubierto que, tras la sorpresa inicial, faltos de costumbre a que jóvenes se aproximen a hablar con ellos, agradecen su compañía. “La mayoría son personas que se han quedado sin trabajo, que ya no pueden pagar la casa. Te explican su vida, de qué trabajaban antes, que han perdido a sus hijos y ya no los pueden ver por su situación…”.
En estos meses Óscar ha entablado amistad con algunos de ellos, que le cuentan cómo acabaron en la calle. “Siempre es culpa del dinero, que va ligado a perder la casa y, en algunos casos, a entrar en contacto con el mundo de la bebida o de las drogas”, expresa. El joven reconoce que una vez que terminan en la calle es difícil salir de ahí. “No tienen teléfono, las relaciones sociales se degradan… Además, los que acaban de quedarse en la calle la necesidad que más manifiestan es la higiene”, imprescindible para lograr un nuevo trabajo. Por eso, incluso les ha ofrecido que puedan ducharse en su casa. “A veces les da vergüenza, dicen que es algo temporal, pero la realidad es que echan en falta que haya más recursos”, relata. En este tiempo, no ha conocido a nadie que haya salido de esta situación, aunque dice tener esperanza de que, al menos lo jóvenes, algunos de 30 años, salgan adelante. Cabe recordar que según los informes de la fundación Arrels, las personas sintecho en Barcelona viven una media de cuatro años y cuatro meses en la calle, aunque las cifras son inciertas, pues es muy difícil hacer un seguimiento real.
Unos vienen y otros van...
Aunque el estudiante asegura que la labor que realiza de forma desinteresada es muy gratificante, también está ligada a las pérdidas de los que se van a otras zonas o de los que fallecen. Es el caso de Marc, que dormía al raso en la calle Cartagena, y que falleció el 2 de febrero. “Conocí a Marc dos semanas antes de que falleciera. Sabía que estaba enfermo, pero me impactó mucho su pérdida. El día que murió tenía preparado su paquete”.
En otros casos, cuando cambian de ubicación Óscar les pierde la pista, aunque asegura que de camino a la universidad o cuando se desplaza a otros lugares está atento por si se los cruza. “Me duele bastante, claro, es un sentimiento parecido a un duelo, porque además sin teléfono es imposible contactar con ellos". Sin embargo, dice sentir la esperanza de que hayan encontrado un camino y no pensar en que les ha podido pasar algo. Aunque se anota las ubicaciones en las que los encuentra, para volver, no siempre siguen ahí cuando hace la ronda con su patinete. “Vienen y se van, desaparecen y aparecen nuevas personas”.
Rechazan los albergues
Aunque manifiesta que las personas sin hogar pueden recurrir a comedores sociales y albergues, muchas de ellas prefieren no hacerlo. El joven lo achaca a que se sienten tuteladas, “quieren ser independientes”. También a que en la calle pueden estar tranquilos, sin que otros les molesten y ajenos a conflictos, pero asegura que “necesitan ayuda”.
En esta misma línea, la fundación Arrels denunció esta semana que algunas de las férreas normas que se imponen en los refugios municipales disuaden a las personas de hacer uso de estas instalaciones, incluso en épocas de frío. “Estos condicionamientos, de no aceptar animales, separar a las parejas o la posibilidad de ser víctima de un robo y tener que empezar de cero a recoger cartones para protegerse y otras pertenencias, agravan una situación ya muy grave", argumenta Ferran Busquets, director de la fundación. Unas condiciones que hacen que muchas personas que hace tiempo que viven en la calle desprecien los servicios contra el frío.
Trabajos precarios o en situación irregular
“La calle no es una condición de vida”, denuncia Óscar, que reflexiona sobre la respuesta de la sociedad ante este problema. Proc subraya que falta empatía. "La mayoría ni siquiera los ve. A veces, cuando me acerco, se me quedan mirando", apostilla. Recuerda que la mayoría de personas que acaba en esta situación de extrema vulnerabilidad “tenían trabajos precarios o están en situación irregular”: “Cuando ya no eres útil para el sistema, te quedas fuera. No hay nadie que te ofrezca una oportunidad, que te tienda la mano”.
“Es erróneo pensar que no quieren buscar más allá. Quieren, como todos, trabajar”. El problema es “el egoísmo y la desconfianza” de la sociedad, que no se fía de estas personas únicamente por su situación. “Pensemos: ¿qué puedo ofrecer yo? A la sociedad le pido empatía. Ponerse en la piel del otro. ¿Qué te gustaría que hicieran por ti? Igual que en el hospital intentamos dar una buena atención, porque es lo que querríamos para nosotros y nuestra familia, en la calle igual”.