El filósofo, dietario de la monomaternidad
Con 16 meses, los niños ya muestran rasgos de su personalidad y cada vez hablan mejor
12 marzo, 2022 00:00La semana pasada mi hijo cumplió —un momento, que lo calculo— 16 meses, es decir, un año y cuatro meses. Nunca logré aclararme contando los meses del embarazo en semanas, y ahora tampoco me aclaro contando la edad de mi hijo en meses, una costumbre que diferencia a las personas que han sido padres del resto de la humanidad.
Pero ¿por qué contamos la edad de los bebés en meses? Esa misma pregunta llamó mi atención al verla como titular de un artículo publicado hace poco en The Atlantic. Su autora, una madre primeriza, como yo, tampoco se aclaraba a la hora de expresar la edad de su hijo en meses cada vez que pedía hora en el pediatra, así que se puso a investigar. “Lo típico —explica— es que los médicos cuenten la edad de un bebé en meses hasta los dos años y medio, en parte porque los niños crecen muy deprisa”. Resulta que durante este tiempo se forman más de un millón de nuevas conexiones neuronales a cada segundo. Y el cerebelo, responsable del desarrollo motor y el equilibrio, más que duplica su tamaño solo durante el primer año de vida. Por lo tanto, las diferencias entre un bebé de 13 meses y uno de 21 meses, aunque ambos tengan un año, pueden ser enormes. Eso permite al pediatra evaluar a tiempo el desarrollo de algunas áreas importantes, como el habla.
Cambios de comportamiento
No sé en qué nivel de desarrollo estará el cerebelo de mi hijo. Lo único que sé seguro es que el tamaño de su cabeza está muy por encima de la media —“Vaya, tenemos aquí a un filósofo”, se ríe mi pediatra cada vez que mide el diámetro de su cabeza— y que le encanta hablar. Ya ha aprendido a decir palabras largas: “mandarina”, “xu-uu-la ta” (chocolate, en catalán), “galletita” , “amión” (camión), “a ta bus” (autobús)... y él solo se ha montado un juego de pregunta-respuesta que consiste en decir: “¿iPad?” para que tú le respondas “no”. “iPad?”, “no”, “iPad?”, “no”,“iPad?”, “no”. Y así nos podemos pasar media hora.
Poco antes de cumplir los 16 meses, mi hijo empezó a dar señales de rebeldía absurda, que algún amigo ha bautizado como “la primera edad del pavo”. Por ejemplo, se niega a ponerse el babero, a comer fruta (antes comía), o no quiere que lo vista. También ha aprendido a boicotear mis conversaciones con otros adultos. “Adiós, adiós”, me interrumpe, como diciendo “me aburro, vámonos ya” o, de pronto, le entra un ataque de timidez y se esconde debajo de mis piernas. Puro cuento.
Cosas de niños
Por otro lado, empieza a ser capaz de ver una canción entera en Youtube y los dibujos animados logran retener su atención más tiempo que antes. Los peluches, de pronto, se han convertido en sus mascotas. Su favorito, Pepe, a veces es obsequiado con un chupete o con una galleta imaginaria (una ficha de Lego). A mí –su mamá, su ídolo, la persona que no pierde de vista en ningún momento— también ha empezado a ofrecerme comida imaginaria de vez en cuando. Pero lo que más le gusta de todo —más allá del iPad, las galletas de chocolate, su primer libro de Teo o chapotear en el agua— son los autobuses, los camiones y las ruedas. Y yo era de las que quería creer que las diferencias entre niño y niña eran un cuento chino.