Dicen que tener un hijo es como tener algo siempre al fuego. Esta frase viene como anillo al dedo cuando hablamos de dos etapas de la vida, probablemente las más importantes y trascendentales en la vida de un hijo: la primera infancia y la adolescencia. Y es que esta última es además una de las más temidas por padres y madres, que ven cómo sus pequeños empiezan a cambiar física, psicológica y socialmente, y que se adentran en un período de inestabilidad emocional y desapego familiar. Que los hijos afronten el paso a la edad adulta con serenidad y estabilidad dependerá, en gran parte, de la actitud con la que los padres se enfrenten a ello.
“La adolescencia es una etapa de maduración en la que se producen cambios a muchos niveles, biológicos, hormonales, cerebrales, físicos, psicológicos, sociales”, explica Ana de Paz Menéndez, psicóloga sanitaria en Psicopartner. La profesional añade que el adolescente se encuentra inmerso en una tremenda transformación que implica “dejar atrás su niñez”. Necesita explorar su propia identidad para proyectarse en el futuro como adulto, reformular la imagen que tiene acerca de sí mismo alejándose de su imagen infantil y para ello busca la independencia de su grupo familiar, lo que en muchas ocasiones le lleva a “desafiar y tener confrontaciones frecuentes con los padres”.
Confusión y sensación de incomprensión
La Organización Mundial de la Salud establece el rango de edad de la adolescencia entre los 10 y 19 años. Divide esta etapa en tres períodos: la adolescencia temprana (entre los 10 y 13 años), media (de los 14 a los 16 años) y tardía (a partir de los 17 años). “Cabe señalar, más allá de estas categorías, que este proceso de maduración no se produce en todos de la misma manera, y pueden existir diferencias individuales”, sostiene De Paz.
Si para los padres ciertamente se convierte en una etapa turbulenta, para el adolescente que la vive tampoco es mejor. Según De Paz, “el adolescente siente cómo va dejando de ser niño mientras experimenta innumerables cambios que pueden resultarle difíciles de gestionar”. La confusión, el estrés, la variabilidad emocional suelen estar muy presentes. En su búsqueda de autonomía “se alejará de su entorno familiar y se aproximará al grupo de iguales donde encontrará sus referentes”, confirma esta psicóloga sanitaria.
Pérdida de idealización de las figuras parentales
La complejidad de cambios a nivel cerebral hace que “el cerebro adolescente se encuentre en proceso de maduración para adaptarse al entorno y prepararse para funcionar en su vida adulta”, señala. De hecho, en sus palabras, los adolescentes experimentan emociones contradictorias, tienen una necesidad de privacidad y de autonomía, de conexión con su identidad, sentimientos de incomprensión, de invulnerabilidad, que los hace alejarse de lo que eran hasta ese momento. “Tratan de explorar nuevos caminos, incorporan nuevos valores, transgreden las normas establecidas, para encontrarse a sí mismos en esa revolución cerebral, hormonal, cognitiva, emocional que están experimentando”, prosigue De Paz.
Todo ello afectará de lleno a la unidad familiar: “Los padres vivirán en esta etapa una serie de pérdidas, como son la pérdida de autoridad, de dejar de ser el primer rol afectivo o la pérdida de la idealización de esas figuras parentales. Se hará necesario que los cambios sean aceptados por los padres para que puedan ayudar en el proceso de maduración de sus hijos”. “Entender también que las demandas que realicen los adolescentes requerirán de dosis de negociación, así como de la colaboración en la búsqueda de soluciones positivas para ambas partes, pues el autoritarismo y la coerción no funcionan”, advierte la psicóloga.
Los conflictos, una oportunidad de aprendizaje
En cuanto a los conflictos que se pueden generar en la familia debido a esta nueva etapa, la psicóloga sanitaria los considera como “algo inherente en todas las relaciones interpersonales que no debe verse siempre desde una perspectiva negativa, pues pueden ser una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, que facilite a padres e hijos adolescentes entrar en un nuevo espacio de relación. La empatía, la comunicación fluida y la negociación son formas de afrontar las dificultades”.
También serán necesarias grandes dosis de paciencia. Así lo creen Laura González y Susana Conejo, fundadoras de Nanas & Co, la empresa de selección de personal doméstico referente en su sector. “Como todo en la vida, esta fase también pasará. Tu hijo superará la adolescencia, incluso negará haberla pasado con el paso de los años, o minimizará las consecuencias de sus constantes cambios de humor y su revolución hormonal”. También, de empatía. “Es importante recordar cómo éramos nosotros hace algunos años, cuando también nos encontrábamos en plena fase de crecimiento. Hay que tratar de controlar las emociones e intentar comprender a nuestros hijos, poniéndonos en su lugar. Los miedos, las dudas, intrigas e inquietudes que les van a asaltar en esta etapa evolutiva van a requerir un apoyo incondicional por nuestra parte y cómo lo hagamos va a ser la clave para ganarnos su confianza”, completan estas dos emprendedoras.
La empatía: clave para ganar la confianza de los hijos
Asimismo, será necesario reconocerles y valorarles. “Es necesario que los miremos con atención, que validemos las cosas que les funcionan y sobre todo que no insistamos constantemente en lo que hacen mal, ni compararles con nadie. Esto aumentará su resentimiento y confirmará su constante idea de que no los entendemos”, confirman desde Nanas & Co.
Contar con ellos y pedirles opinión, “por ejemplo cuando surgen temas familiares, o sobre cultura, política, sociedad… es fundamental para que los adolescentes sepan que para sus padres ya no son niños”, añade Nanas & Co. En definitiva, “en la adolescencia, como etapa de enormes cambios personales y relacionales se pondrá en juego lo aprendido en las etapas anteriores. Es deseable que la comunicación abierta padres-hijos, la confianza, el establecimiento de normas y límites adecuados, hayan sido abordadas desde la infancia para que la adolescencia se encare tanto por los padres como por los hijos de una forma natural”, concluye la psicóloga Ana de Paz.