Hace apenas unos días, unas familias disfrutaban del día en el Pantano de San Juan (Madrid). Nada hacía pensar que algo trágico iba a suceder. Sin embargo, Clara, de 10 años, cayó de la plataforma en la que navegaba junto a sus primos, anclada a una embarcación conducida por su tía. Su cuerpo sin vida fue encontrado varios días después tras una intensa búsqueda. Comprender lo que ha sucedido y enfocar bien el duelo será esencial para que este hecho tan traumático no deje una huella demasiado profunda que condicione toda la vida de los niños que ese día la acompañaban.
“Hasta principios del siglo XX se creía que un niño era un adulto en miniatura, es decir que las diferencias eran únicamente de tamaño. Hoy en día sabemos que las diferencias a nivel cerebral entre un niño y un adulto son abismales. No sólo a nivel neurobiológico, que también, sino en la forma en que percibimos la realidad. Los niños tienen ciertas características en su forma de percibir el mundo que los hace mucho más vulnerables a cualquier experiencia intensa o dolorosa”, explica Manuel Hernández, licenciado en Biología y Psicología y presidente de la Asociación Española del Trauma Psicológico (AETPS).
Su percepción de la realidad: más por lo que les cuentan que por lo que viven
Lo primero que se debe tener en cuenta es que los niños “no tienen una capacidad de pensamiento abstracto o reflexivo. Por tanto, perciben la realidad de una forma cruda, sin capacidad de poder dar un significado a las cosas. Además, esta realidad es vivida más por lo que les cuentan que por lo que ellos perciben. En caso de discrepancia le darán más valor a lo que se les explique o diga que a lo que ellos sientan”, afirma el presidente de la AETPS, autor también de los libros Apego y psicopatología, ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? y Apego, disociación y trauma.
Hernández advierte también de que los más pequeños “viven en un eterno presente. No tienen una concepción del tiempo como la tienen los adultos”. Y, además, especialmente en edades tempranas, “tienen un pensamiento mágico en el que sienten que son causantes directos de lo que ocurre a su alrededor, sobre todo si es algo negativo”, añade este reputado psicólogo. Otra cosa para tener en cuenta es que los niños, en caso de traumas, “sufren lo que se llama disociación. Es decir, excluyen la información muy dolorosa y queda almacenada de forma disfuncional pudiendo afectarles durante todo el resto de su vida”, sostiene Hernández.
Experiencia familiar compartida
Para ayudar a que los más pequeños de la casa enfoquen de forma correcta el duelo, y lo toleren bien, el presidente de la Asociación Española del Trauma Psicológico considera necesario “hacer del duelo una experiencia familiar compartida”. Excluir a los niños para que no se enteren de nada no es, por tanto, una solución válida. “Debemos incluir a los niños en planes para recordar a la persona que se ha ido y pasar el mayor tiempo posible con ellos resolviendo las dudas que vayan surgiendo, explicándoles qué es la muerte y qué es lo que ha pasado”, señala Manuel Hernández.
Sin embargo, es imprescindible “no usar eufemismos, del tipo el abuelo se ha ido al cielo o la prima está dormida. Los niños no tienen capacidad para entender estas metáforas y pueden creer que esto es lo que ha ocurrido de verdad. Es importante, de un modo adecuado y adaptado a su edad, explicarles a los niños lo que es la muerte y lo que significa”, insiste el psicólogo y biólogo Hernández.
Evitar que se sientan culpables
La culpa es uno de los elementos que pueden condicionar la visión presente y futura que tengan sobre este acontecimiento tan traumático. “Debemos hacer comprender a los niños que no son responsables de la muerte de los seres queridos y dejar de lado la culpa”, indica este profesional de la salud mental. Si la pérdida es otro niño, es básico “nunca compararlo con el que se ha ido. Es vital que no sienta que ha venido a sustituir al fallecido”, apunta Manuel Hernández.
Una situación difícil, como lo es la muerte de un ser querido, provocará lógicas reacciones en toda la familia. También, claro, en los más pequeños. Por ello, el presidente de AETPS cree que hay que “establecer límites razonables sobre la conducta, dándole permiso para expresar su enfado y frustración, pero sin ser sobreprotector o estar ausente”.
¿Deben los padres ocultar su dolor?
Nuestras emociones, como padres o familiares directos del niño, también son importantes, por lo que no tenemos que “ocultarlas o negarlas como forma de proteger al niño del sufrimiento. Sólo haremos que sufra más a medio y largo plazo, puesto que el niño dará un significado a lo que sienta acorde a su edad mental, y estas emociones de malestar quedarán disociadas y no integradas en el proceso mental del niño”, argumenta el psicólogo Hernández.
Si no ocultar las emociones es fundamental, también lo es que esta pérdida no cambie de forma radical la vida del niño. “Es necesario mantener la rutina en la medida de lo posible”, manifiestan desde la Asociación Española del Trauma Psicológico.
Buscar ayuda especializada
Ocultar la pérdida como forma de esperar que olvide a la persona que se ha ido o aliviarle el sufrimiento “no es una solución". "Nunca hay un buen momento para perder a alguien querido, pero retrasar la noticia más de lo necesario solo ayudará a crear más confusión en el niño”, opina Manuel Hernández.
Si nuestro propio dolor nos impide enfocar el duelo con niños de forma adecuada a su edad, el presidente de la AETPS recomienda “buscar ayuda profesional especializada, puede ayudar mucho a los niños a poder darle un significado adecuado a la pérdida. No olvidemos que los niños, si ven sufrir a sus padres, pueden querer ahorrarles el sufrimiento y guardarse cosas que pueden hacerle mucho daño a nivel psicológico. Con un profesional los niños podrán expresarse y sentir con mucha más libertad”, concluye.