La ansiedad es la epidemia silenciosa del siglo XXI, un porcentaje elevado de la población mundial sufre o ha sufrido esta enfermedad mental, y una parte significativa de los afectados son menores. El mutismo selectivo (MS) es un tipo de trastorno de ansiedad adquirido que, según explica la psicóloga y pedagoga Anna Rigat, “suele desarrollarse en la primera infancia y afecta al habla de los menores”, quienes no pueden articular palabra en situaciones específicas o ante ciertas personas.
La detección del MS “suele tener lugar en la etapa preescolar, entre los 3 y los 5 años, cuando el niño o la niña se encuentran en pleno desarrollo del lenguaje”, explica la pedagoga. “Lo que sucede muchas veces es que hasta que no empiezan la escuela no se pone de manifiesto esta dificultad”, añade Mireia González, psicóloga clínica del Hospital Sant Joan de Déu. El porcentaje de menores que lo sufren es bajo, pues afecta solo a un 1%. El pronóstico es favorable, pero la intervención de padres, docentes y especialistas, a edades tempranas, es imprescindible para prevenir dificultades en el desarrollo social, afectivo y académico del niño o niña e, incluso, para descartar otros posibles trastornos o enfermedades.
Silencio ante situaciones estresantes
Este trastorno se caracteriza por la incapacidad del menor a hablar en determinados contextos. Con todo, el niño manifiesta unas habilidades lingüísticas y comunicativas adecuadas, pero no muestra esta capacidad en aquellos espacios que le generan ansiedad.
“A pesar de tener la capacidad conservada de habla y, aunque en casa, que es su entorno más seguro, estos se comunican con fluidez, reducen selectivamente la respuesta verbal en determinadas situaciones, normalmente sociales, como en el colegio o con extraños”, explica la doctora Rigat, quien añade: “Puede ser que, a veces, niños que presentan dificultades para comunicarse con los maestros, en una situación lúdica, como el patio, sí se comuniquen con los compañeros”.
A mayor edad, mayor es el impacto
Es habitual que los adultos que rodean al niño confundan el mutismo selectivo con la timidez e, incluso, que se le reste importancia. Sin embargo, esta imposibilidad para hablar debe ser tratada, ya que, de lo contrario, podría influir en el desarrollo normal del niño o la niña.
Además, según doctora González, “el impacto negativo aumenta a medida que pasa el tiempo y el niño se va haciendo mayor” debido a que “el entorno es más exigente a nivel académico, a nivel social y en los diferentes ámbitos”, concluye la psicóloga clínica.
Realizar un diagnostico diferencial
El mutismo selectivo también puede confundirse con otros trastornos o enfermedades. Por ello, ambas expertas coinciden en la necesidad de realizar un “diagnostico diferencial”, “para descartar que el menor tenga autismo, depresión, o cierta deficiencia”, determina la doctora Rigat.
Además, como hemos comentado, el MS está considerado un tipo de trastorno de ansiedad, una enfermedad mental con un elevado grado de “comorbilidad”, es decir, con cierta facilidad en la aparición de más de un trastorno a la vez: “un diagnostico frecuente es la ansiedad social, pero a veces también existen alteraciones en el desarrollo neuronal”, advierte Mireia González.
Causas del MS
“Anteriormente, se pensaba que el mutismo era una decisión del niño y se consideraba una conducta oposicionista. Según han avanzado los estudios, se ha demostrado que es un síntoma de ansiedad, que se acaba expresando de esta manera”, comenta la psicóloga clínica.
“Existen componentes biológicos, psicológicos y sociales”, añade la experta, quien además explica que “la ansiedad tiene una parte hereditaria; luego está lo que llamamos constructos cognitivos, que, en este caso, sería la timidez, el retraimiento y el miedo a lo desconocido; y, por último, un componente social”, este último podría entenderse como el desencadenante.
El componente ambiental
Las situaciones de cambio o de estrés influyen en la aparición de esta dificultad del habla: “una mudanza, la llegada de un hermano o un cambio de escuela”, son algunos de los ejemplos que propone la psicóloga Anna Rigat.
Se observan, además, algunas variables comunes en algunos casos. Las más frecuentes son haber recibido una educación sobreprotectora o autoritaria, haber crecido en núcleos familiares muy cerrados, en los que se haya recibido poca estimulación para desarrollar el habla o con padres que evitan las relaciones sociales.
Problemas familiares
Los problemas familiares en el hogar o los acontecimientos traumáticos -como la pérdida de un ser querido, la hospitalización del niño o una situación de maltrato-, también pueden precipitar la presencia de este trastorno.
En definitiva, a pesar de la posible presencia de factores temperamentales o psicológicos, como niños más tímidos y retraídos o, incluso, una predisposición a ser más ansioso, a nivel biológico; lo cierto es que los factores ambientales tienen un gran peso y “pueden ser compensador en positivos o reforzadores en negativos”, según opina la doctora Rigat.
Qué hacer si tu hijo no habla
“Hay niños a los que la adaptación a los cambios les resulta más difícil y, por ello, es importante que haya un tiempo de margen para ver como evolucionan” explica la doctora Mireia González y amplia que “hasta que no ha pasado un mes en el que se presenta de forma sistemática estas dificultades, no se puede hablar de mutismo selectivo”. Por eso, es necesario, según la experta, un margen de observación.
Otras cuestiones a tener en cuenta tras la detección, y en las que coinciden ambas psicólogas, son ofrecer al niño oportunidades para motivar que hable y consultar a especialistas: “El tratamiento es de tipo psicológico, lo idóneo seria consultas con psicología clínica. El primer paso sería visitar al médico de cabecera para que valore y derive al recurso de salud mental que considere oportuno”, indica la psicóloga clínica.
La atención en las aulas
Por otro lado, las necesidades educativas especiales de los niños con MS engloban principalmente tres áreas: la estimulación del habla, potenciar sus competencias sociales y crear un entorno afectivo y seguro, que facilite la distensión en la clase.
En favor de estos puntos, y según sostiene la psicóloga Anna Rigat, el educador debería “programar actividades en las que el niño pueda participar e incrementar sus intervenciones de forma progresiva, para que así empiece a tolerar este tipo de situaciones”.
Cualquier progreso debe ser gradual
La doctora González propone “crear una exposición gradual y programada a situaciones que generan ansiedad”. Según la psicóloga Rigat, también es importante “incorporando actividades lúdicas que requieran del lenguaje o en las que el niño pueda mostrar conductas adecuadas de interacción social, pero sin prisa, ya que el menor tiene que sentirse cómodo”.
Ambas terapeutas coinciden en crear oportunidades comunicativas para el niño, por ejemplo, propiciando encuentros en casa. Y, advierten de la importancia del trabajo coordinado entre los padres, el centro escolar y los especialistas. Así como de ofrecerle un ambiente de serenidad a los menores.
Errores que se deben evitar
“El mayor error es reñir al niño o forzarlo a hablar; esta presión suele aumentar la ansiedad”, admite la psicóloga González, quien también recomienda “no hablar por el niño y trabajar con reforzadores, es decir, con recompensas y no con castigos”.
Para la psicóloga y pedagoga Rigat, es importante encontrar un “equilibrio entre ser respetuosos y acompañar, pero no caer en la condescendencia absoluta; no reñirle o forzarlo, pero, por otro lado, establecer unas normas básicas de funcionamiento tanto en casa como en la escuela”.