Cuando estalló la pandemia, el negocio de Marc Ibós (30 años, Linyola) y Oriol y Roger Aldomà (26, Tàrrega) acababa de arrancar. El concepto estaba claro: las feas también están buenas. Frutas y verduras inservibles para las grandes superficies comerciales por su estética. No hablamos de mal estado o un producto defectuoso, solo de pequeñas imperfecciones que hacen que alimentos que mantienen intacto su sabor y propiedades acaben en el cubo de la basura. Imperfectus nace así, iniciativa empresarial que reduce el desperdicio alimentario en Lleida.
Marc viene de familia de payeses, que se dedica a vender fruta al por mayor. En cambio, Oriol es profesor. Ambos explican a Crónica Global que la reclusión ha supuesto una buena inyección de nuevos consumidores de alimentos imperfectos de la huerta leridana. “Empezamos un mes antes del Covid-19, y el confinamiento hizo que las ventas se disparasen. Ahora tenemos clientes que se han quedado, aunque ha bajado un poco la demanda, bien porque ya pueden salir, y prefieren hacer la compra de forma tradicional, o porque se han ido de vacaciones”, explica el primero.
Éxito por la reclusión
“Mucha gente nos compra porque les gusta nuestra filosofía y recibir cada semana fruta y verdura variada, directamente desde el campo. Otros se han apuntado solo por el confinamiento, y algunos se han enganchado”, apunta el maestro. La venta online se ha disparado. Para entregar los pedidos --siempre sorpresa, con lo que ofrezca la huerta-- cuentan con un sistema de transporte propio para Cataluña, y otro externo para el resto de la península. “Nuestro objetivo es llegar a cuánta más gente mejor”, coinciden.
El género no es un problema, bien por la cuestión de la estética o por un exceso de producción. ¿Los consumidores son conscientes? Marc cree que cada vez más mientras que Oriol admite que cuesta. “Todo el mundo compra por la vista. Si ves algún producto pequeño, prefieres otro más grande, o lo que entra por los ojos”, apunta. Las grandes superficies exhiben frutas y verduras sin defectos, aunque para ello tengan que recurrir a métodos artificiales como encerados.
Desperdicio alimentario
Ambos emprendedores tildan de “barbaridad” la cantidad de productos que se descartan por no cumplir con unos requisitos estéticos que no afectan en absoluto a su calidad. “Al principio íbamos al campo y tan pronto recogerlos, --los payeses-- ya los tiraban, ahora ya nos guardan el género”, cuenta Oriol. Así nace Imperfectus, de las visitas del profesor a la central frutícola de Marc en Bellpuig y de comprobar la cantidad de piezas que se desechaban.
“Esto no te lo puedo vender porque es muy pequeño, o esto es muy irregular y tampoco vale”, eran los argumentos que esgrimían los campesinos cuando los jóvenes les instaban a comercializar los productos feos. La idea de recibir una caja en casa con productos variados de la huerta, sin tener que acudir a distintas superficies comerciales es otro de los atractivos de su oferta. Del campo a la mesa en un solo click. No menos importante es su leitmotiv, evitar el desperdicio y promover el consumo de productos de temporada y a precio justo. El consumidor puede optar a una caja de 10 o 15 kilos una o dos veces a la semana o de forma puntual. Ahora son un equipo de seis personas. “Somos como una familia. Dos son maestros que durante el verano estaban libres y querían ayudarnos”, cuenta Aldomà.
Lo importante es el sabor
Oriol saliva al hablar de los albaricoques, no lo puede disimular. “Ahora tienen muy buen color pero algunas manchas por el viento, y no son muy bonitos, pero están buenísimos. Incluso los trabajadores que nos ayudan a hacer las cajas dudaban cuando los veían, pero ahora ya entienden que es algo normal de la fruta, que está increíble. Lo importante es el sabor”, subraya.
Una de las sorpresas para sus clientes ha sido la col kale. “Muchos no sabían lo que era y ahora les encanta”, comentan sus impulsores. No han parado de trabajar durante la pandemia, y subrayan que ha sido gratificante. No son ajenos a la problemática social que deriva de la recogida de la fruta en Lleida, por eso quieren poner su granito de arena, y también proveen de alimentos a temporeros que malviven en la calles pese a contar con un trabajo. “Somos conscientes de su precariedad e intentamos ayudar”, cuentan.
La perspectiva del negocio pasa por la expansión. “Cumplir nuestra misión de evitar el desperdicio de alimentos y llegar a cuánta más gente mejor”, explica Marc. También durante el verano, con mejoras en el embalaje por el calor, pero siempre biodragadable.