El coronavirus está golpeando de forma dura a la tercera edad. Las residencias, con mayor concentración de personas de riesgo están desbordadas y los fallecidos en estos centros suman el 67,3% de las muertes por coronavirus en toda España. Enferman, los aíslan, y muchos fallecen sin posibilidad de despedirse siquiera de sus familiares.
Pero otra parte de este sector de población, que vive en sus casas, también está muriendo por Covid-19, de forma silenciosa, solos. A muchos los encuentran los bomberos en sus camas días después de fallecer. Sólo los han echado en falta sus farmacéuticos, cuando descubren que no han recogido su medicación para enfermos crónicos. ¿Cuántos mayores habrán fallecido ya en sus casas sin que nadie, aún, se haya dado cuenta? ¿Cómo afectará el aislamiento prolongado a los dos millones de personas mayores de 65 años que viven el encierro en la más absoluta soledad y a aquellos enfermos aislados en residencias a la espera de que les realicen una prueba con un test que no llega?
El impacto emocional del virus
“El impacto emocional que puede estar teniendo el confinamiento en la gente mayor, especialmente en aquella que vive sola, es tremendo. El aislamiento requiere, para todos, un esfuerzo, porque el ser humano es social. La soledad que impone el aislamiento es un condicionamiento negativo para la persona. La forma de encajarlo dependerá, especialmente, de la edad". Quien habla conoce bien lo que supone estar solo. Es la doctora en neurología Mª Àngels Treserra, exdirectora general del Instituto Catalán de Asistencia y Servicios Sociales (ICASS).
Treserra explica que "la persona mayor es muy vulnerable y los cambios acostumbran a ser traumáticos, sobre todo cuando son impuestos. A mayor edad se hace más evidente la necesidad de contar con entornos conocidos y acogedores que le den seguridad y que le aporten comunicación. Eso, en condiciones normales, lo proporciona la familia, amigos, el entorno habitual, el barrio, los vecinos, también la residencia en la que algunas personas habitan durante la última etapa de su vida. El aislamiento impide que se puedan resolver las necesidades de la persona y, entonces, se crea la sensación de soledad”.
Falta de comunicación con otras personas
La alteración de la normalidad, la falta de rutinas y las pocas nociones tecnológicas de una gran parte de nuestros mayores los lleva a informarse, de forma mayoritaria, por radio o televisión. Y, sin embargo, no pueden compartir con nadie la preocupación que les invade. “No tener a nadie para compartir la información ni contrastarla con sus pensamientos puede suponer mucha preocupación e insomnio. Es muy posible que las noticias que les lleguen supongan un impacto negativo en su salud, tanto física como mental”, explica Treserra.
“Es cierto que las personas mayores han vivido situaciones complicadas, algunas incluso han vivido la postguerra, una época difícil y, por tanto, están más entrenadas. Pero hay que tener en cuenta que lo que vivimos ahora es una situación sin precedentes, completamente desconocida, con un alto nivel de incertidumbre y con muchas noticias negativas. Aunque son personas especialmente duras, ya no gozan de la misma energía. Es posible que aquellos que estén viviendo solos sientan mucha angustia, y eso les puede acarrear una tristeza interior que desemboque en una depresión”, sostiene esta reputada neuróloga.
Soledad y riesgo de muerte
Según la última investigación llevada a cabo por John Cacioppo, profesor de psicología en la Universidad de Chicago, la soledad, cuando es impuesta, puede aumentar hasta en un 14% el riesgo de muerte prematura. Además, la disminución de las relaciones sociales aumenta el riesgo de un rápido deterioro cognitivo y demencia. La Academia Americana de Psicología afirmó en el año 2017 que la soledad puede llegar a ser tan perjudicial como fumar 15 cigarrillos diarios.
A nivel físico, dejar de salir a la calle se traducirá, muy probablemente, en un fuerte empeoramiento de las enfermedades de tipo óseo y puede conllevar una dejadez en la higiene, que no hace sino aumentar el riesgo de contraer infecciones. Con una sanidad desbordada, sube el riesgo de padecer un accidente doméstico y no ser atendido de forma rápida ni adecuada.
Sus nietos, su mayor fuente de alegría
Pese a las consecuencias, sin vacuna en el corto plazo y con un posible repunte del virus, todo apunta a que habrá que extremar precauciones con la tercera edad hasta que pase el próximo invierno. “Las personas mayores van a ser las últimas en poder abandonar el confinamiento. Y cuando puedan salir, la vida, tal y como la conocían hasta ahora, habrá cambiado por completo", opina la exdirectora del ICASS.
"Antes cuidaban de sus nietos, podían visitarlos, mostrarles afecto físico. Si le preguntas a cualquiera de ellos, te dirán lo que significan sus hijos y nietos para ellos: son su anclaje a la vida, les aportan mucha ternura. Privar a los abuelos de sus nietos, aunque sea necesario para preservar su salud, es hacer aumentar de forma clara su vulnerabilidad. Les quitan toda su alegría. Merman su energía y es posible que muchos, ante la posibilidad de que este distanciamiento social se alargue, tengan la tentación de abandonarse, de tirar la toalla. La experta lo tiene claro: "La vinculación con alguien es fundamental para mantener la salud mental a flote”.
Miedo a morir sin despedirse de los suyos
Mari Carmen Medrano, psicóloga en tres residencias catalanas de las Hermanas Hospitalarias de la Santa Cruz, palpa en sus pacientes --aislados por completo de sus familiares-- “el miedo a morir sin despedirse de los suyos. Ellos son conscientes de su fragilidad y saben que muchos de ellos van a fallecer y, de hecho, prefieren morir ellos a que lo hagan sus hijos y nietos, pero temen irse sufriendo. Por miedo a morir sin su entorno inmediato, algunos pacientes rechazan que los trasladen a hospitales. Saben que allí no van a ver ninguna cara conocida antes de partir”, lamenta.
“Si el coronavirus hubiera atacado a los niños o a otra franja de edad, todo el mundo se hubiera volcado. En este caso, para nuestra sociedad, las personas mayores no están valoradas, por lo que se les ha puesto en el último escalón de prioridades. Pero lo que los políticos olvidan es que hay nueve millones de personas en nuestro país mayores de 65 años y tienen poder de voto. Detrás de cada fallecimiento en residencias hay un abuelo, una abuela, una familia, unos hijos, unos nietos. Se habla de abstracto de la gente mayor pero detrás hay personas”, señala esta psicóloga catalana.
La neuróloga Treserra comparte con Medrano la certeza de que los mayores “nunca han estado en la lista de prioridades, ha habido cosas mucho más importantes” Por eso, cree que “es el momento de hacernos planteamientos de gran calado, de reflexión, de ética, a ver qué tipo de sociedad queremos. Si queremos generar personas deshumanizadas o realmente el humanismo y la solidaridad vuelven a salir, si se le respeta la dignidad a la persona, todo con una dinámica distinta. Las personas mayores se dan cuenta de todo. Saben que, en caso de enfermar, optarían por salvar a personas más jóvenes antes que a ellos. Hemos olvidado el agradecimiento, que estamos en la vida por ellos. Los políticos piensan que las personas mayores son tontas y se equivocan, se darán cuenta en las urnas”.