Es uno de los titulares del año: la ONU nos pone a dieta. Asegura que la reducción de la producción y el consumo de carne es esencial para luchar contra el cambio climático, más allá de suprimir las emisiones de la industria y el transporte. Solo así, recortando el despilfarro alimentario y el espacio dedicado a la ganadería para aumentar la masa forestal, el futuro del planeta estará asegurado –dice–. En paralelo, aumenta el vegetarianismo, aunque, a decir verdad, esta elección poco tiene que ver con la preocupación por la tierra, ni siquiera con la salud, sino con el cariño hacia los animales.
Esta tendencia de consumo es global: se extiende desde los llamados países desarrollados a los que se dice que están en vías de desarrollo. Incluso se da en regiones donde la ingesta de carne se considera un signo de prosperidad económica (caso de Asia Central) o es parte de la tradición culinaria (Sudamérica), y, sobre todo, entre la población joven, adolescente, urbana y con ingresos medios y altos. Especialmente llamativo es el auge registrado en Nigeria y Pakistán en los últimos años –más de un millón de personas en cada uno–, como recoge el informe reciente Euromonitor Global Consumer Trends, que no da las razones concretas de esta situación, aunque hay quien sugiere que en las zonas donde la muerte está más presente hay un mayor rechazo a la carne.
Todos los caminos apuntan al amor hacia los animales
Bajo el epígrafe Conscious consumer (Consumidor consciente), el análisis argumenta que el animal-friendly, el cariño hacia los animales, sube como la espuma en las economías desarrolladas –pero no solo en ellas–. El informe asegura que el vegetarianismo (y el veganismo) está en auge por cuestiones de salud, de preocupación por el cambio climático y, sobre todo, por el bienestar animal. Las fuentes consultadas sostienen que es esta última la razón principal por la que muchos evitan o reducen el consumo de carne. Y, atentos, porque ello no se centra solo en la comida. También en la moda y la belleza hay una corriente para esquivar cualquier prenda de origen animal o productos probados en conejos u otros seres.
Raquel Ramírez, dietista-nutricionista, explica basándose en su experiencia, y en la misma línea que el citado estudio, que el vegetarianismo “crece” sobre todo “en la adolescencia”. Y que deriva en especial de una “mayor conciencia por el maltrato animal”. Asume que las personas que eligen esta opción por este motivo “tienen su parte de razón”, pero se sorprende de que antepongan esta sensibilidad a los beneficios que una dieta sin carne pueda aportar a la propia salud. En todo caso, “se puede vivir sin comer carne, pero hay que saber comer”, si bien recela del veganismo –dieta sin ningún derivado animal–.
La salud, lo que menos interesa a los nuevos vegetarianos
Opinión parecida tiene Carmen Vidal, catedrática de Nutrición y Bromatología de la Universidad de Barcelona (UB): esta “tendencia” responde a “movimientos éticos animalistas, sentimientos de protección de los animales”. Añade: “Razones de salud creo que son las menos”. Menciona también que una parte de los vegetarianos promueve la “sostenibilidad del planeta”.
Una tercera voz no deja lugar a dudas. Ana Amengual, dietista-nutricionista del Centro de Nutrición Júlia Farré, en Barcelona, asegura que la razón principal para convertirse al vegetarianismo, según su experiencia, es el “sufrimiento animal”. Algunas personas lo hacen por el cambio climático, pero “nadie” acude a sus consultas aludiendo cuestiones de salud. Curioso. Como también lo es que haya gente que, tras 20 años sin probar la carne, se preocupe por saber si su dieta es correcta o tiene carencias.
Un kilo de carne: 15.000 litros de agua
Pero volvamos al inicio. Preguntada por el aviso de la ONU, Ramírez se limita a constatar que “tenemos un grave problema en el planeta”, sin entrar a valorar si la ganadería es una de las causas de la emergencia climática. Asimismo, argumenta que tenemos que comer “lo que sale de la tierra –muchas legumbres, semillas– y del mar –pescado azul una o dos veces por semana–, sin cosas extrañas”, en clara crítica a los alimentos vegetarianos prefabricados y adulterados que hay en cualquier supermercado.
Amengual sí aporta más datos: para producir un kilo de carne son necesarios 15.000 litros de agua; con esa cantidad de líquido, se cultivan 16 kilos de arroz. Además, los gases de efecto invernadero derivados de esta industria rondan el 20% del total, por no mencionar los excrementos de los animales, que contaminan tierras y aguas. En el otro plato de la balanza, pone que la carne (así como el pescado y el marisco) aporta vitamina B12 –cuatro raciones semanales son suficientes para alcanzar los niveles necesarios–. Si no se consume, hay que tomar suplementos.
Comer frutas y verduras reduce enfermedades
“Si seguimos con los niveles de producción de carne actuales, el planeta no da para más”, concluye Vidal, y desliza algo que ya sostiene Yuval Harari en sus libros: las granjas, la producción a gran escala, han democratizado el consumo de carne, huevos y otros productos animales. Por lo tanto, yendo a los extremos, hay dos salidas. Una, reducir su ingesta por decisión propia. Y dos, reducirla porque no la podremos pagar.
¿Tiene inconvenientes el vegetarianismo? No, si se hace bien. Ramírez argumenta que una dieta de este tipo es más alcalina, lo que reduce el riesgo de cáncer, diabetes o hipertensión –las carnes rojas están asociadas a una mayor probabilidad de cáncer de colon, por lo que Amengual recomienda ingerirlas dos veces por semana como máximo–. Si sumamos la acidez que provocan el chocolate o el alcohol con los efectos que tiene el exceso de carne, “nos contaminamos por dentro” y hay más riesgo de enfermar. Vidal defiende que “no hay razón científica para no comer carne, pero sí la hay para comer menos carne”. La catedrática hace un llamamiento a “reivindicar la legumbre” y a comer más frutas y verduras.
Insectos y carne de laboratorio
Preguntada por los nuevos alimentos veganos, Vidal también recuerda que en varios casos son ultraprocesados. Y, curiosamente, sugiere que “la carne de laboratorio puede tener futuro cuando se abarate”. Pide una dieta “equilibrada” en cualquier caso, y el vegetarianismo no tiene por qué adelgazar. Nada es malo con moderación.
Para terminar, y tras mencionar que los insectos llegan para quedarse en la dieta –no en la suya–, aunque sea para hacer harinas, denuncia la “incoherencia” de la defensa de la dieta mediterránea y el incremento del vegetarianismo. La cultura mediterránea es la de consumir “algo” de carne. Lo que ocurre es que “hemos convertido el potaje en un entrecot con acompañamiento de patatas o ensalada”, algo muy alejado de nuestra historia.