Natalia Loskutova (Omsk, Siberia, 1975) llegó a Barcelona en el 2000, cuando tenía 25 años. Dejó Rusia porque “la situación económica era complicada, no era fácil encontrar trabajo y llevar una vida digna después de la Perestroika --la reforma que pretendió desarrollar una nueva estructura de la economía interna de la Unión Soviética, que implementó Mijaíl Gorbachov--”, explica. Por aquel entonces estaba embarazada. "Vine con mi marido, fue un poco a la aventura. Los jóvenes a veces no pensamos mucho". Al llegar aquí, su pareja "consiguió trabajo y nació el niño". “Con el tiempo, nos reunimos con otros amigos, compatriotas nuestros, familias con niños, para celebrar las fiestas tradicionales, como Fin de Año”. La idea era que sus hijos, igual que los de otros padres rusos, pero nacidos en Cataluña, conociesen la tradición y cultura del país. Y es así como ocho años después fundó la asociación Raduga --arco iris en ruso--.

Loskutova se graduó por la Universidad Pedagógica de Omsk como profesora de inglés y chino. “Llegué aquí pensando 'yo, con mi inglés, me muevo sin problemas', pero qué va, me costó mucho”. Esta docente rusa aprendió catalán y castellano, aunque admite que le cuesta hablar el primero, pero lo entiende a la perfección. “Hice un curso un par de meses, es muy fácil. Pero como hablo español y todo el mundo me entiende, no me atrevo con el catalán”, admite.

“Conocer la tradición”

De organizar reuniones en su casa, pasó a crear una asociación por aclamación popular. “Los padres que venían nos decían que, ya que organizábamos estos eventos, por qué no hacíamos talleres o clases de ruso”. Por aquel entonces, explica Loskutova, solo lo podía aprender un adulto en una Escuela Oficial de Idiomas (EOI), “para los niños no había nada”. Así fue como surgió la idea de organizar reuniones los sábados, y en 2008 nace Raduga, donde organizan cursos de esta lengua.

No solo se trata de enseñar el idioma, sino de preservar las tradiciones y que los niños las conozcan. Fue, además, la primera asociación rusa en Barcelona, que ahora integran unas 70 familias. Un centro de encuentro para aquellos que quieren que sus hijos conozcan y mantengan el vínculo con el país de sus progenitores. Además, la mayoría de integrantes son “parejas mixtas”, formadas por un español/a y un ruso/a o ucraniano/a.

Intercambio cultural

“Idioma, cultura, historia”. No solo eso: “Nuestro objetivo es que exista un intercambio cultural. Organizamos actividades más grandes, abiertas al público. Intentamos traducir el programa en castellano o catalán, para que los demás lo puedan entender”. ¿Por qué? “También nos interesa que nos conozcan. En muchos casos la gente tiene una idea equivocada de Rusia”, ríe Natalia, quien reivindica que en su país tienen una cultura muy rica y destaca sus “pintores, el ballet, los escritores, y la tradición”.

Esta profesora, que lleva casi dos décadas afincada en España, es consciente de que muchas personas no conocen nada de su país más allá de la "matrioska". "En general creo que con Rusia pasa lo mismo que con España, cuando se habla de tradición rusa, se piensa en una matrioska, igual que aquí se piensa en flamenco y sevillanas”, cuenta.

Dar dos besos

¿Qué es lo que más le llamó la atención cuando llegó a Barcelona? Aunque "han pasado muchos años", aún recuerda que le "chocó que la gente es muy expresiva y habla muy alto. Aquí te puedes parar en la calle y hablar de todo. Nosotros no expresamos nuestras emociones de manera tan abierta". ¿Alguna situación incómoda? “Dar dos besos sí que me costó”, recuerda, “sobre todo a los chicos que no conocía. Pero ahora, que lo veo natural, no tengo problema”, admite.

Cuando vuelve a su país, se da cuenta de que ha adquirido algunas costumbres que allí chocan. ¿Algún ejemplo? "Decir hola al entrar en un ascensor, si lo hago en Rusia me miran como si estuviera loca", relata. Aunque le entusiasma que "aquí se crea un vínculo muy cercano con las personas", admite que echa de menos su "patria". ¿Algo en particular? “Los paisajes”, contesta sin dudar. “El mar, las palmeras, las flores, son muy bonitas, pero yo quiero mi bosque y mi montaña. He crecido en un entorno muy bonito, sin el mar", recuerda.

Volver

Sus hijos viajan cada año a Rusia, la intención es que no pierdan el vínculo con la patria de sus padres. "Ellos no saben decir si son catalanes o rusos, tienen la mente muy abierta", dice su madre. Eso sí "hablan mejor catalán que ruso", admite. El idioma es el nexo de unión, y los jóvenes son los futuros "embajadores" de su cultura. No se plantea volver a vivir en su país de origen. "A corto plazo, pienso en mis niños, y aquí tendrán mas oportunidades". 

Natalia admite que dejó su país "por algo", aunque rechaza entrar en cuestiones políticas. "Algunos nos fuimos por obligación, otros porque quisieron". Lo que rechaza es la división: "Queremos estar unidos. A la asociación vienen familias ucranianas para que sus hijos aprendan ruso. Por mucho que nos quieran separar los políticos, nosotros no tenemos ningún problema", explica. Lo importante, subraya, es mantener viva la tradición y la cultura rusa en Cataluña.