El movimiento antivacunas está formado por padres que no quieren inmunizar a sus hijos. Algunos toman esta decisión para protestar contra el sistema establecido, aunque representan una minoría, mientras que la mayor parte rechaza el tratamiento por miedo. Roi Piñeiro, Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba, y autor del libro ¿Eres vacunofóbico? Dime, te escucho, cuenta a Crónica Global que combate a los contrarios a esta práctica con información.
“El miedo es irracional. Es como ser consciente de que a veces los aviones se caen, y tomar la decisión de no volar nunca. Al igual que un accidente no hace que dejemos de viajar, ¿cómo se puede poner en riesgo la vida de un hijo por la posibilidad de que pueda adquirir una enfermedad a través de una vacuna?”, se pregunta Piñeiro. “Hoy en día esta posibilidad es muy baja, y además es una decisión egoísta”, señala, ya que este tratamiento vela por “la protección de la comunidad, no de un individuo”. “Es importante que yo esté vacunado, pero todavía es más importante que los que me rodean también lo estén, porque así es como se consigue erradicar una dolencia, tal y como ha sucedido con la viruela, y probablemente se acabe consiguiendo con la polio o con difteria”.
Un mundo sin fronteras
Este pediatra, que atiende en su consulta a padres reacios a la vacunación, recalca que “no se dan cuenta de que las afecciones siguen con nosotros. La incidencia puede haber disminuido en aquellas regiones en las que estamos vacunados, pero allí donde no llegan, los individuos no están protegidos”, señala. “Vivimos en un mundo sin fronteras y no sabemos quién se sienta a nuestro lado, y con ello las posibles enfermedades que nos puede transmitir”.
“Si alguien va a hacer un viaje fuera de Europa, a África por ejemplo, si no está protegido frente a la polio o a la difteria, puede que en España no te pase nada, pero como pongas un pie en el Congo, o en Afganistán, serán vulnerables”, argumenta este médico, quien constata que los progenitores obligan a sus hijos, con esa negativa a protegerlos, “a que no muevan un pie de casa”, algo que “no tiene mucho sentido en el mundo en que vivimos”.
Roi Piñeiro, autor del libro '¿Eres vacunofóbico? Dime, te escucho'
¿Vacunación obligatoria?
En países como Francia e Italia la vacunación infantil es obligatoria. Un procedimiento forzoso porque las tasas han caído por debajo del 90% --rondan un 85%-- y se considera que existe un riesgo elevado de epidemia para la comunidad. Una enfermedad como el sarampión, por ejemplo, tiene una de las incidencias de contagio más altas. “Es algo que en España no ocurre, y evitamos llegar a eso”. ¿Cómo? “Es fundamental asesorar bien a las familias, y para ello se debe implicar todo el personal sanitario, el problema es que la primera reacción cuando unos padres no han protegido a su hijo es enfadarse, pero así no se consigue nada. No se trata de criticar de forma no constructiva a una familia, sino de conseguir que el niño esté vacunado”, explica Piñeiro.
El pediatra defiende que para luchar contra los vacunofóbicos, término que él ha acuñado, es necesaria más información. “Probablemente es un mar de dudas lo que tienen, miedos, y eso se puede resolver con empatía, dedicación, tiempo”. No es partidario de la obligatoriedad, ni tampoco de imponer sanciones. “La obligación no va a aumentar la confianza en las vacunas, yo te puedo obligar y lo vas a hacer y punto, pero no va a conseguir que tu confíes en tu médico, ni en las vacunas. Puede ser una solución a corto plazo, pero no es lo ideal”.
También rechaza que el procedimiento sanitario se convierta en una imposición porque habría que imponer una sanción en caso de incumplimiento. ¿Cuál sería? "Retirar la custodia sería excesivo, y si fuese de tipo económico --es lo que se hacía antes en Australia, explica--, permitiría que los que tienen mayor poder adquisitivo fuesen los únicos que actúen con libertad, y eso no sería justo”.
Mantener las tasas de vacunación
“Lo importante es mantener las tasas de vacunación que tenemos –-cerca del 96-97% actual-- y concienciar a la población de que, si pasados los Pirineos esto ya supone un problema real, no podemos olvidar que también puede ocurrir en España”. “Igual que las enfermedades, la vacunofobia también se contagia. Los sanitarios tenemos que estar muy atentos para que esto no suceda en nuestro país”, subraya.
¿Con qué se encuentra un pediatra en la consulta? “Los miedos de los padres son múltiples, algunos argumentan que las vacunas contienen mercurio, que es un metal tóxico para el organismo. La respuesta que les damos es que ninguna en España lleva esa sustancia”, narra Piñeiro. Lo fundamental es “analizar los temores, debatir desde la empatía y el cariño e intentar convencer a los padres de que tomen la decisión correcta”.
No hay frases mágicas, el único truco es escuchar
El médico explica que los escépticos ante este tratamiento no responden a ningún estereotipo; lo único que tienen en común es el miedo y el desconocimiento. “Los padres tienen su parte de culpa por no informarse --o informarse mal-- y los médicos tenemos la culpa de no saber tratar a estas familias”.
“Si a un antivacunas le enseño unas tablas que muestran cómo el tratamiento combate una determinada enfermedad, me va a decir que esa información está pagada por una compañía farmacéutica y que me han comido la cabeza. Lo que tengo que hacer es empatizar con ellos, e intentar entender por qué no han vacunado a su hijo. Luego puedo entrar en la fase de dar buena información, y entrar en el terreno personal al afirmar ‘¿ustedes creen que si las vacunas fueran malas yo vacunaría a mis propios hijos?’. Así, de alguna manera, bajas sus defensas”, cuenta este especialista.
Una niña a punto de ser vacunada por una pediatra / PX
Combatir el miedo con tiempo
¿De dónde provienen estos miedos? ¿Internet tiene la culpa? “Una de las características de los vacunofóbicos es que tienen una formación por encima de la media, son gente muy formada, pero mal informada sobre las vacunas, y yo siempre defiendo que el niño tiene derecho a que sus padres estén bien informados”. Además, la escasez de tiempo por parte de los facultativos no ayuda, y Piñeiro cree que este es uno de los motivos que genera desconfianza. “El problema de las pseudoterapias es que dedican mucho tiempo a los pacientes. Aunque los tratamientos no sean efectivos, si yo a ti te dedico mucho tiempo, y estoy contigo durante una hora, tú te vas a ir mucho más a gusto, que si te despacho rápido por mucho que te recete un antibiótico”, señala el médico.
“Despachar a un paciente en 5 minutos que está asustado y preocupado, para mí no es medicina”, sostiene este pediatra, y recuerda que los profesionales de Atención Primaria (AT) llevan una década reclamando que el tiempo de consulta a los pacientes sea de 10 minutos mínimo. “Yo también he trabajado en AT y te puedo asegurar que atender 80 niños en 7 horas no es medicina, eso es un paripé”.
Humanizar la medicina
Piñeiro recalca que es fundamental “recuperar la confianza perdida” con los usuarios de la sanidad y que para ello los profesionales no deben perder “el punto de vista más humano”. “Por muy mal que vaya la gestión, la empatía y la ilusión son necesarias”, señala. También apunta hacia otro déficit del sector médico: “En España se enseña cómo diagnosticar y cómo tratar, pero se nos han dado muy pocas herramientas de comunicación”, confiesa.
“En esta profesión no se nos paga por ser rápidos, sino por hacer bien las cosas, y eso se nos olvida muchas veces. Importa más calidad que la cantidad”, concluye.