Así es el pueblo abandonado en la frontera con Cataluña: tiene una iglesia del siglo XII en ruinas
Este peculiar municipio mantiene alguna de las decenas de casas de piedra
Hubo un día en que Cataluña fue rica en pueblos. Lo sigue siendo, pero muchos de ellos han visto como su población desaparecía con el tiempo, convirtiendo sus calles en un desierto. Es lo que se conoce como la Cataluña vaciada. Pero hay otra que, además, ha caído en el olvido.
La historia pasa, la gente quiere otras condiciones de vida, la economía impera y encuentra nuevos ejes de producción y hace que la población migre. Así que algunos de estos municipios que en su día fueron todo, ahora han quedado directamente despoblados. Son auténticos pueblos fantasma.
Qué pueblo es
Uno de ellos, de los que apenas quedan las paredes de algunas casas y los muros de la iglesia, es Escarlà. Se trata de un pequeño municipio fronterizo, al lado de Aragón que, desde 1965, se encuentra completamente abandonado.
Si bien es cierto que el municipio guarda entre sus ruinas la historia de una comunidad que enfrentó las adversidades del aislamiento y el duro entorno montañoso de los Pirineos, son pocos los que le prestan atención.
Dónde está
Situado en el término municipal de Tremp, en la comarca del Pallars Jussà, Escarlà se alza a 797 metros de altitud en el margen izquierdo de la Noguera Ribagorçana, frontera natural con Aragón.
Aunque la vida cotidiana desapareció hace décadas, las piedras de sus casas y la iglesia de Sant Joan cuentan la historia de un lugar que fue hogar y refugio para varias generaciones.
Un nombre germánico
Para conocer mejor la historia de este pueblo nada mejor que ir a su nombre. El origen etimológico de Escarlà se remonta al germánico antiguo (Skarilan) y su historia está documentada desde el siglo XIV.
Durante la Edad Media, el municipio formó parte del feudo de Espills, bajo el dominio de los señores feudales que controlaban esta región. El núcleo urbano estaba formado por una decena de casas de piedra, muchas de ellas con aljibes para recoger agua de lluvia, distribuidas en torno a un trazado ovalado que conformaba dos calles paralelas. En la parte alta del pueblo, se ubicaban la iglesia de Sant Joan y los restos de una pequeña torre o castillo, símbolo de su pasado feudal y estratégico en la región.
Casas de familia
Cada casa tenía su propio nombre: Espías, Pauetó, Mateu, Subirada, entre otros. La plaza central albergaba un horno comunal, lugar de encuentro y actividad comunitaria. A pesar de los siglos de abandono, aún se pueden distinguir los muros de estas viviendas y sus patios traseros. El problema es que la vegetación ha invadido las calles y su acceso es cada vez más difícil.
La economía de Escarlà estaba basada en la agricultura, la ganadería y la caza. Adaptándose a las características del terreno, los habitantes cultivaban avena, cebada y viñedos que producían vino para el autoconsumo.
Un pueblo sostenible a nivel económico
La leña de roble servía para calentar las casas en invierno, mientras que las ovejas proporcionaban productos lácteos, carne y lana. Además, se cazaban conejos y perdices, y en el río se pescaban truchas.
A pesar de su autosuficiencia, la falta de infraestructuras como caminos asfaltados, servicios médicos y educativos obligó a sus habitantes a buscar mejores condiciones de vida en otros núcleos urbanos, principalmente en Lleida. De allí viene parte de su decadencia.
La iglesia de Sant Joan
De aquellos tiempos gloriosos, además de los muros de las casas de los vecinos queda algo más. Su ermita. La iglesia de Sant Joan d’Escarlà, de estilo románico con añadidos barrocos, fue construida originalmente en el siglo XII.
Aunque en ruinas, su arquitectura permite reconstruir la importancia religiosa y social que tuvo para el pueblo. La iglesia consta de una nave única, con dos pequeñas capillas laterales, una de las cuales conserva un confesionario. La estructura incluye también una sacristía, un coro con barandilla de madera y un campanario, que sigue siendo accesible.
Cómo es
El ábsis semicircular, construido con sillarejo de tamaño uniforme dispuesto en hiladas horizontales, es uno de los pocos elementos que conserva el estilo románico original, aunque ha perdido buena parte de su estructura exterior. Interiormente, está tapiado por un retablo de piedra, lo que impide confirmar si se cubría con la habitual bóveda de cuarto de esfera. Una inscripción sobre la puerta principal de la iglesia indica que el edificio fue renovado en 1778, momento en el que se introdujeron elementos barrocos.
Entre los detalles mejor conservados destaca la pila bautismal, tallada en piedra y de grandes dimensiones, que aún permanece en una esquina de la nave. A pesar del deterioro, en las paredes laterales y capillas se pueden observar restos de pinturas de tonos azulados. El campanario, gracias a su robusta construcción, sigue siendo accesible y permite disfrutar de vistas espectaculares del valle de la Noguera Ribagorçana y del trazado ovalado del pueblo.
De las partes que aún se conservan de la iglesia de Sant Joan, su tejado sobre la nave central, aunque este amenaza con derrumbarse en cualquier momento, resiste en las alturas. El ábside ha perdido su cubierta, que colapsó sobre el altar, destruyéndolo casi por completo. Sin embargo, el campanario sigue siendo un punto destacable por su buen estado de conservación y permite imaginar el esplendor pasado de este lugar de culto.
Más allá de la devoción, Escarlà también tenía una vida social activa marcada por sus fiestas y tradiciones. La fiesta mayor, celebrada el cuarto domingo de octubre, reunía a los habitantes y a la juventud de pueblos vecinos como Espills, Tercui y Orrit. Las celebraciones incluían bailes en la Casa Subirada. Además, el 6 de mayo se organizaba una romería a la cercana ermita de la Virgen de la Mir, una devoción compartida con otros pueblos cercanos.
El inicio del fin
Todo eso pasó. El declive de Escarlà comenzó en el siglo XX, cuando la población disminuyó progresivamente. A mediados de los años 50, algunos trabajadores de la central hidroeléctrica de ENHER revitalizaron temporalmente el pueblo, pero la tendencia al éxodo continuó.
En 1965, los últimos habitantes se marcharon y Escarlà quedó deshabitado, aunque algunos nombres permanecieron censados hasta 1970. Desde entonces, las ruinas del pueblo y su iglesia han sido testigos silenciosos del paso del tiempo. Hoy, no es más que un pueblo fantasma, con mucho interés, pero que supone un reto para quien sienta interés por su historia. La vegetación que dificulta el acceso y el peligro de derrumbe de algunos muros que siguen en pie son un auténtico riesgo.