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El pueblo donde conseguir el mejor pollo de Navidad está a 10 minutos de Barcelona: una raza protegida

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La tradición de incluir el pota blava en las celebraciones navideñas habla de un vínculo con la historia y con el legado local, único. Representan un oficio que ha pasado de generación en generación. No es solo un alimento; es una pieza de la cultura catalana que resplandece, especialmente, en Navidad cuando las familias buscan lo mejor para sus mesas. El espíritu de las fiestas se encuentra en estos pollos; un aliado perfecto para crear recuerdos inolvidables.

El pollo pota blava

En El Prat de Llobregat, en Barcelona, sobrevive una raza de pollo excepcional, famosa por su sabor único y protegida bajo la distinción de Indicación Geográfica Protegida (IGP): es el pollo pota blava, llamado así por sus distintivas patas azules. 

Según explica el medio Hule y Mantel, el origen de esta raza se remonta a los gallos y gallinas que habitaban el Delta del Llobregat desde la Edad Media. Según los registros históricos, los condes de Barcelona solían recibir estos pollos como parte del pago de impuestos, mostrando la calidad que siempre ha distinguido a esta ave. Fue a finales del siglo XIX cuando se establecieron los estándares de la raza prat, descendiente de una gallina leonado de la Cochinchina, que se adaptó al sur de Barcelona. Así surgieron los pollos de esta raza, conocidos por su carne roja, baja en grasa y apreciada por su sabor, aunque su preparación pueda ser más laboriosa.

El pota blava se reconoce, fácilmente, por su plumaje leonado, una cresta de seis puntas bien definida, orejas blancas y, sobre todo, por sus patas de color azul pizarra, que le da su nombre. Actualmente, se cría en masías de El Prat de Llobregat, algunas de ellas incluso dentro del núcleo urbano, así como en otras localidades del Baix Llobregat. Entre estas, destaca la Granja Torres, la única que produce exclusivamente para su comercialización.

Pollo pota blava

Pollo pota blava ELPOTABLAVA.COM

Curiosidades sobre las crías de esta especie de pollos

Los huevos para la cría se escogían entre los que producían las gallinas en el segundo año de posta: tenían que pesar unos 65 gramos y no tener alargamientos ni anillos. La incubadora donde se depositaban estaba equipada con calefacción y ventilación, cosa que permitía mantener constante la temperatura de los huevos, que se giraban regularmente durante todo el proceso.

Una vez nacidos los pollitos, se eliminaban los que presentaban imperfecciones y se clasificaban por sexos. Crecían en la pollera, aislada del exterior y con temperatura constante. En cada metro cuadrado se metían diez pollitos. Entre las seis y las ocho semanas, en función del crecimiento, los trasladaban a los gallineros, donde disponían de aire, sol y espacio para desarrollarse. A los cinco meses, las gallinas y los gallos jóvenes que no presentaban una gran precocidad se destinaban al consumo. El resto continuaba su desarrollo en los gallineros de multiplicación, que estaban orientados de forma que el sol del mediodía llegara al fondo del gallinero; y ubicados en terrenos arenosos con una ligera pendiente para hacer circular el agua.

A pleno rendimiento, la granja tenía 27 gallineros de selección con 12 gallinas y un gallo cada uno, con una media de posta de 210 huevos anuales por gallina.

Para hacer extensiva la cría de aviram, la Granja estableció los llamados condicionados, que consistían en suministrar pollitos en unas cuántas masías del Prat para que los criaran. Los mejores ejemplares eran para la Granja y el resto para los campesinos.