Jiménez Losantos: "En Cataluña hay una resistencia al nacionalismo que no existía en mis años"
El periodista ha reeditado su libro 'Barcelona. La ciudad que fue' en el que habla de una urbe que ya no existe, devorada por la misma razón que le obligó a irse
16 junio, 2019 00:00Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremendal, 1951), periodista y escritor, ejerce una gran influencia sobre los partidos de la derecha, pero la izquierda no es ajena a sus afilados análisis que desde la emisora esRadio expone cada mañana. Ahora ha reeditado su libro Barcelona. La ciudad que fue (Ed. Esfera de los Libros) sobre esa ciudad en la que vivió sus mejores años de juventud hasta que se convirtió en un personaje incómodo para el nacionalismo. Pagó un alto precio por su crítica: fue víctima de un atentado por parte del grupo terrorista Terra Lliure. Cuando ocurrió, solo Miquel Roca fue a visitarlo.
--Su libro refleja una derrota política, pero una victoria moral. Se tuvo que ir de Cataluña, pero lo que advirtió en el manifiesto sobre la imposición del catalán en la esfera pública se ha cumplido. ¿Se siente vencedor moralmente? También recuerda que otros, como Fernando Savater, han acabado asumiendo sus tesis.
--Las victorias morales suelen ser un premio de consolación. Para el orgullo personal o la vanidad intelectual significan algo, pero no mucho. Dije que España se iba a ir al traste por el sumidero del nacionalismo catalán y la complicidad de la izquierda con él. Y se está yendo. Es verdad que hoy mucha gente dice lo que hace 40 años apunté en Lo que queda de España, pero, en el mejor de los casos, llega dos generaciones tarde. Y aún no lo veo llegar.
--Con el tiempo creo que ha ido valorando más la figura de Tarradellas que en el momento de su regreso (al que no asistió). También se cumplió lo que Tarradellas dijo sobre Pujol...
--Claro, yo no conocía a Tarradellas. Nadie sabía cómo había cambiado, ni que su pensamiento sobre la inmigración y los castellanohablantes era el opuesto a Pujol. La pena es que no tuviera diez años menos. Hubiera sido un gran presidente del Gobierno de España. En su viaje de gira de despedida por toda España estuvo en Teruel y tuvo una acogida extraordinaria. Creo que la gente empezó a barruntar lo que con su adiós a la política estaba perdiendo. Y vaya si perdió.
--En el libro afirma que no os tomasteis la molestia de luchar contra el nacionalismo porque lo veíais incompatible con la razón de ser de la izquierda. ¿Fue un error o había otras prioridades?
--No. Fue un error. No conocíamos bien la historia del PSUC, porque todo era ilegal y secreto. Y no entendíamos el poder del nacionalismo y del pujolismo-leninismo de Vázquez Montalbán. Nos parecía tan estúpido y de tan bajo nivel intelectual que nos contentamos despreciándolo. Pero pocos quieren verlo incluso hoy. La dictadura nacionalista la creó la izquierda catalana. Y el resto de la izquierda ha comulgado y comulga con esa rueda de molino. Véanse Valencia y Baleares. Y Navarra y Galicia. Y el País Vasco, desde la primacía de Eguiguren y Zapatero.
--Dice que solo Miquel Roca le visitó tras el atentado. Esto, a día de hoy, sería impensable. Seguramente abriría periódicos... ¿Nos hemos democratizado como sociedad?
--Hay una resistencia que no existía entonces. Y otra generación, incluso de catalanohablantes, que se rebela contra el tribalismo impuesto. Pero los terroristas de entonces mandan más hoy y el racismo nacionalista es más descarado que nunca. Entonces era avieso. Hoy, aplastante.
--Habla del comunismo de su generación como una sustitución de la religión. ¿Cree que el hecho de que la juventud de ahora sea, en algún sentido, más materialista implica que sea también más conservadora? En el sentido de que se está menos dispuesto a morir o matar por una ideología.
--Eso no lo eliges. Mi generación tuvo una formación muy católica y sus valores, que son los tradicionales del catolicismo español --igualdad, dignidad de la persona, patriotismo, esfuerzo personal, generosidad y caridad-- son inalterables. La pérdida de la religión, en toda Europa, no sólo aquí, no ha supuesto un triunfo de una ilustración más o menos laica, sino una banalización epidérmica, visualista, de los valores que deben vertebrar una sociedad. Una sociedad de selfies es una sociedad de zombies. Por eso gusta tanto el género, supongo.
--Confiesa que le hubiera gustado estar en la manifestación del 8-O y ver cómo tantos barceloneses ven ahora lo que usted ya vio a finales de los 70. ¿Eso significa que, pese al desafío secesionista del Govern, estamos mejor? ¿Que se han generado los anticuerpos al nacionalismo que antes no había?
--Me hubiera encantado ir con una bandera española por Vía Laietana y aplaudir a la policía; luego, pasearme por la Universidad Central y sentarme en el banco del maravilloso patio de letras, que glosan Gimferrer y Laforet y donde vi por primera vez a María. Estoy en ese banco en la foto inédita de Isabel González que aparece en el libro. Hubiera dejado la bandera en el balcón de algunas de las casas donde viví. Pero ¿quién iba a pensar que pasaría lo que pasó?
--Le pido honestidad. ¿Cree que si usted no hubiera luchado de joven contra la dictadura franquista contaría a día de hoy con la autoridad o legitimidad que tiene como líder de opinión? ¿La da un plus su pasado antifranquista?
--Pues sí. Aunque haya gente que diga con retintín “pues usted fue comunista”, la verdad es que como había tan pocos y conserva tanto prestigio esa ideología criminal, te da legitimidad. Fue más fácil romper con la izquierda y escribir La dictadura silenciosa y Memoria del comunismo por la conciencia de no hablar de oídas, sino de sabértelo y haberlo vivido cuando era peligroso.
--¿Eligió Barcelona sobre Madrid por la revista Fotogramas?
--Yo leía Triunfo, Cuadernos para El Diálogo, Índice, en fin las revistas políticas progres. Pero en los dos años de Zaragoza, algo sombríos, me interesaba Kerouac, la poesía beat, la llamada contracultura americana y todo lo relacionado con el psicoanálisis y el pensamiento oriental, que venía vía Barcelona. Yo me había decidido por la literatura porque Labordeta y Sanchís me habían prestado libros de Rulfo, Vargas Llosa, García Márquez, Donoso en el bachillerato. Y casi todos vivían en Barcelona, capital del mundo editorial en español. Los libros más raros e interesantes venían de Seix Barral, Planeta y otras de bolsillo más pequeñas. Y la cátedra de Literatura con Blecua, Vilanova, Mainer o Joaquín Marco era la mejor de España. Al menos, no peor que la de Induráin en Madrid. En ambos casos eran casi todos aragoneses. Pero lo que la diferenciaba más Barcelona de Madrid era Fotogramas. El brillo, el cine, esas cosas que los jóvenes asociábamos al sexo. Y como íbamos a eso, lo encontrábamos, claro.
--Me interesa también su relación con J. Labordeta. ¿Fueron siempre amigos pese a la distancia ideológica?
--Me ha emocionado la historia que explica en el libro de esa alumna “proletaria, fina y morena” que tuvo. Dice que era una “obrera consciente... de que no le gustaba serlo”. Y que no se tomaba la vida de forma frívola como la chicas de su entorno, comunistas. ¿Cree que esta brecha entre mujeres españolas sigue existiendo?
--Existe una brecha en cada mujer con respeto a cualquier otra mujer, hombre o lo que sea, en la que la educación y el nivel social juegan un papel importante, no decisivo. La brecha, cuando hay igualdad legal, depende de las costumbres y del valor individual. Para las mujeres, la victimización feminazi, que parte de considerarlas siempre inferiores, es un pésimo negocio.
--La sensación que tengo en términos generales de su generación es que el romanticismo en el amor, con la pareja, no estaba permitido. Lo digo también por la descripción tan prosaica que hace sobre cómo fue la decisión de ir a vivir con su esposa, María.
--El otro día decía en una entrevista que yo creía de joven que el amor nos defendía del sexo o nos lo ocultaba. De mayor he aprendido que es al revés: el sexo nos defiende del amor, que es lo verdaderamente trágico, lo decisivo. La diferencia es que, en tiempos de la píldora, que ya fueron los nuestros, el sexo era fácil y siempre es agradable, por lo menos antes del sida que lo cambió todo de golpe en nuestro entorno, con mucho gay y mucha promiscuidad. Pero al final lo decisivo, lo temible y verdaderamente quebradizo es el amor. Creo que en el libro digo que nosotros actuábamos como hacen el amor los erizos: con muchísimo cuidado.
--Siendo joven rechazó una invitación de Gabriel García Márquez para ir a su casa. No debe ser fácil hacerlo. ¿Le caía mal? ¿Ya entonces creía lo que dice en su libro de que estaba sobrevalorado como escritor?
--No, es que yo era a veces bastante imbécil. Estuve una tarde con él y me pareció muy servil, sólo porque yo era joven y rojo y a él le preocupaba mucho saber qué pensaban los jóvenes de izquierdas, dogmáticos, telquelianos, vanguardistas y tal. Me parece un gran escritor desigual, como todos los grandes. Y como intelectual, un perfecto miserable. Escribir El coronel no tiene quien le escriba y ser el escriba del Comandante Fidel Castro demuestra su abyección.
--Quim Monzó no quiso firmar el manifiesto contra todas las censuras, dice usted que por su “antiespañolismo viceral”, pero que un par de años antes había publicado en la revista de literatura que usted dirigía. ¿Fue hipocresía o cobardía?
--El típico oportunismo separatista catalán. Al plato y a las tajadas. Pero ya escribía muy mal.
-- Define a Tàpies como uno de los primeros teóricos del "matrix catalán". Ha sido un pintor orgánico. Institucional. Aunque no todo el mundo aprecia su arte... ¿Qué le parecía a usted su arte entonces? ¿Ha cambiado de opinión?
--Hay cosas que me gustan mucho de Tàpies y otras las veo execrables. Lo que hizo al servicio del nacionalismo es birrioso. Y sus ideas, igual: una especie de racismo condescendiente. Pero a mis amigos pintores les ayudó.
--Dice que muchos “pastan en el presupuesto público” gracias a la “hazaña” del atentado contra usted. ¿A quién se refiere?
--A los que heredaron los puestos de funcionarios que dejamos al irnos o que nos echaran: 14.000 en todos los niveles educativos sólo en los primeros meses tras el atentado. Nunca han hecho el censo de los que han echado de Cataluña, cosa que sí se ha hecho en el País Vasco.
--Volviendo al manifiesto sobre La igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña. No ha perdido ningún valor a nivel político, pero desde el punto de vista científico, sin embargo, cada vez se cuestiona más la noción de que “una lengua comporta toda una visión del mundo”, como afirmaban ustedes, sus autores.
--Bueno, yo soy escritor, periodista y filólogo de carrera, así que para mí el idioma tiene más importancia que para los que no tengan esa dependencia de la lengua materna y la literatura. No, una lengua no supone una visión del mundo, pero sí es un derecho fundamental que, si te lo quitan, te impone una visión del mundo desde la esclavitud. Y a los que lo imponen, desde la tiranía. La inmersión lingüística, extendida desde Cataluña a casi media España, es el arma más peligrosa contra la nación española y nuestras libertades. Donde hay inmersión, hay opresión.