Pere Aragonès ha tomado un camino totalmente distinto al de Carles Puigdemont ante la misma encrucijada. Ambos comparten el más que dudoso honor de ser los únicos presidents de la Generalitat a los que el Parlament de Cataluña ha tumbado unos presupuestos. El republicano, los de 2024, y el neoconvergente, en 2016. El resto de años, o bien se han aprobado o se han prorrogado los del curso anterior sin someter ningún proyecto al examen de la Cámara.
Ocho años más tarde y con el referéndum del 1-O, los indultos y la amnistía de por medio, la política catalana sigue estancada. Junts, comunes, Vox, PP, Ciutadans y CUP han votado en contra de las cuentas presentadas por la consellera de Economía Natàlia Mas y pactadas con el PSC. Los grupos, con el de Jéssica Albiach a la cabeza, han dado la puntilla al Govern, empujándolo a convocar elecciones anticipadas, mientras que Puigdemont, que se sometió a una cuestión de confianza, salió reforzado para organizar el 1-O.
Por un solo escaño
El giro de guión protagonizado por la exdiputada neoconvergente Cristina Casol a modo de venganza contra el grupo de Albert Batet situaba a Aragonès en una cuenta atrás agónica para salvar los Presupuestos, ya que le faltaba el voto a favor de un solo escaño.
No obstante, la mayoría de los diputados de la Cámara catalana han ratificado su rechazo a las cuentas la tarde de este miércoles. El gran punto de discordancia, el Hard Rock, cuya construcción los comunes han elevado a línea roja, a pesar de que el texto no inlcuye una sola partida presupuestaria para tal fin. Pero han exigido a los republicanos que se comprometan a frenar el proyecto, sin éxito.
En 2016, Puigdemont, Junqueras y la CUP
Las caras largas de la actual bancada del Govern ya las vimos en Puigdemont y el resto de su equipo hace ocho años. En marzo de 2016, el papel que este miércoles han asumido los ocho diputados de los comunes lo hicieron suyo los 10 miembros de la CUP, que tumbaron los Presupuestos del entonces líder de Junts pel Sí (la coalición de ERC y Convergència, el actual Junts) y su conseller de Economía, Oriol Junqueras.
Fue la primera vez desde la restauración de la democracia que las cuentas no superaban las enmiendas a la totalidad. En aquella ocasión, el pacto de estabilidad parlamentario sellado entre los independentistas no fue suficiente para evitar el fiasco.
La cuestión de confianza, al alcance de Puigdemont pero no de Aragonès
Y si bien hoy Aragonès se ha visto acorralado y con la convocatoria de elecciones anticipadas como única salida, Puigdemont encontró en la moción de confianza la fórmula para salir reforzado, alargar la legislatura e impulsar el 1-O.
Tras prosperar las enmiendas, el entonces futuro impulsor del referéndum (que se celebraría en 2017, un año más tarde) se sometió a una votación a cara o cruz que le sirvió para ser revalidado al frente del Govern, gracias precisamente a los mismos votos de los anticapitalistas que tumbaron sus cuentas. De aquellas negociaciones, salió el compromiso de "referéndum sí o sí" que dio paso al capítulo álgido del procés.
Aquella efervescencia permitió a Puigdemont dar un golpe sobre la mesa que Aragonès no puede permitirse en el contexto actual. Su legislatura agoniza y su autoridad está más puesta en entredicho que nunca; si no ha logrado siquiera la tramitación de unos Presupuestos redactados con el principal partido de la oposición, conseguir cualquier apoyo para revalidar el gobierno más minoritario de Cataluña era ciencia ficción.