El quinto aniversario del referéndum ilegal de independencia en Cataluña celebrado el 1 de octubre de 2017 pasó ayer sin pena ni gloria y entre reproches en el campo secesionista. El independentismo mostró sus profundas divisiones en una de sus efemérides más importantes, exhibiendo heridas como la que ha dejado al Govern tocado, falta de fuerza por la discreta asistencia a los actos, abucheos a políticos y activistas y sonadas ausencias.
Todo ello se puso en evidencia en la concentración de Barcelona por la tarde, una movilización que pretendía ser unitaria, pero que terminó con el plantón del presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, y pitos a Carme Forcadell, expresidenta del Parlament; a Jordi Gaseni, presidente de la AMI, e interrupciones a Xavier Antich, de Òmnium Cultural. Eso sí, los asistentes, unos 11.000 según la Guardia Urbana, jalearon a los políticos de Junts, que acudieron masivamente al acto, así como a la ANC.
Incidentes y peticiones de dimisión
Esa fue la tendencia durante toda la jornada, que comenzó con movilizaciones radicales en Girona, donde Desobediència Civil Catalunya, los herederos de los CDR, trataron de perpetrar la "liberación" de la ciudad, que terminó con marchas discretas y, eso sí, la irrupción de un grupo de radicales enmascarados en el balcón del ayuntamiento. Así como también con el lanzamiento de fuegos artificiales, algunos de ellos cerca de la Comandancia de la Guardia Civil.
También por la mañana, la ANC, antaño una plataforma con capacidad de convocatoria, reunió a apenas 1.000 fieles en la plaza de Sant Jaume, sede de la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona. Allí, los nacionalistas radicales construyeron un "muro de urnas" como las que se usaron el 1-O y airearon la división indepe al corear gritos de dimisión contra el Govern y el president Aragonès.
El jefe del Ejecutivo tiende la mano
Pese a los exabruptos de los independentistas más ultramontanos, el jefe del Ejecutivo autonómico envió un mensaje relativamente mesurado en su comparecencia oficial del mediodía. Aunque insistió en el denominado "acuerdo de claridad" de cara a un hipotético referéndum pactado, algo que los secesionistas más extremistas rechazan, Aragonès llamó a repetir la "alianza" del 1-O e hizo uso de los vocablos "confianza" y "consenso".
El máximo dirigente político regional optó por tender una rama de olivo al resto del independentismo, utilizando expresiones como "encontrarse de nuevo" y "trabajar en positivo". No fue un mensaje directo a la crisis que azota el Govern, pero sí palabras veladas que a buen entendedor bastaron. Máxime cuando Presidencia había rechazado la noche anterior la última propuesta de Junts de restituir al ex vicepresident Jordi Puigneró, de Junts, a quien expulsó tras presionar este partido a la jefatura de la Generalitat.
El acto unitario muta en emboscada a ERC
Menos cómodo fue el denominado acto unitario del independentismo de la tarde, que convocaba el Consejo por la República del expresidente huido Carles Puigdemont, pero que se anunciaba como unitario. No lo fue. El ahora jefe del Ejecutivo regional, Pere Aragonès, no acudió, aunque Junts sí lo hizo, y en masa, con una delegación que encabezaron sus consellers, incluyendo pesos pesados como Jaume Giró (Economía y Hacienda); Josep Maria Argimon (Salud) o Victòria Alsina (Acción Exterior).
Los asistentes, muchos menos que otras veces, jalearon a los neoconvergentes y abuchearon a los que no lo se desviaban de la vía unilateral a la secesión. Se llevaron silbidos los otrora populares Forcadell --que "reivindicó" los plenos de desconexión del 6 y 7 de septiembre de 2017--, Gaseni (AMI) o incluso Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural. Por contra, Dolors Feliu, presidenta de la ANC, hilvanó un discurso subido de tono y lanzó un anunció: la plataforma independentista convocará una conferencia política en febrero de 2023 que estudiará la posibilidad de concurrir a las elecciones autonómicas "si es que no se han celebrado ya". El público celebró su propuesta al grito de "¡presidenta!" y la jaleó.
La división del Govern se traslada a la calle
El expresidente fugado Carles Puigdemont concluyó el acto y así la jornada del quinto aniversario del 1-O proclamándolo como "legal y vinculante", atacando la propuesta de claridad de Aragonès y, de paso, pidiendo afiliaciones (y dinero) para el Consejo por la República, que él preside. Ni las soflamas del huido pudieron ocultar la evidencia: la conmemoración fue crispada, minoritaria y con los independentistas divididos. El amago de ruptura que ha sufrido el Govern de ERC y Junts se ha trasladado a la calle, donde los secesionistas también están a regañadientes entre ellos.
De hecho, la crisis en el Palau de la Generalitat se encabalgó con el día grande del nacionalismo radical. La noche anterior a la jornada, ERC y Junts volvieron a chocar sobre cómo resolver sus diferencias pese a que gobiernan juntos, esta vez a cuenta de la destitución del ex número dos, Jordi Puigneró. La formación del ya ex vicepresidente debe decidir si quiere continuar en el Govern o lo abandona, y esa incertidumbre se notó ayer en las filas separatistas. Mientras, una mayoría de ciudadanos catalanes pasó el día ajena a las cuitas.