La euforia con que la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y el independentismo irredento reaccionaron tras la manifestación de la Diada solo puede deberse a que creían que estaban peor de lo que están.
Ciento cincuenta mil asistentes, según la Guardia Urbana, es una cifra considerable, pero no para lanzar las campanas al vuelo, si se compara con las cifras de antes de la pandemia. La comparación con los 102.000 participantes del año 2021 no sirve porque estábamos aún en plena crisis sanitaria. En cuanto a los 700.000 asistentes en que cifra la asistencia la ANC, es una mentira más. Este año se descalifica a la Guardia Urbana, con acusaciones de hacer cálculos políticos, pero cuando la policía municipal contaba un millón se le daba credibilidad.
Pero, al margen de la interminable batalla de cifras, lo cierto es que la ANC y sus adláteres han aprovechado la manifestación para reactivar el movimiento, venirse arriba e intentar vender de nuevo la idea de que la independencia está “a tocar”. Así se explica que la presidenta de la ANC, Dolors Feliu, que no hace mucho había pronosticado la independencia para febrero de 2025, proponga ahora que sea el año próximo.
El argumento encaja perfectamente en el delirio que guía los pasos de la otrora influyente entidad independentista. Dice Feliu que es una gran oportunidad aprovechar que España presidirá la Unión Europea (UE) en el segundo trimestre de 2023. Entonces, señala, los focos estarán fijados en España y la visibilidad internacional dificultará que el Estado español ejerza la “represión”. Lo asegura sin ruborizarse y olvidando que antes de los hechos de septiembre y octubre de 2017 ya se utilizó el argumento de que la UE no permitiría la intervención violenta del Estado en Cataluña. El resultado fue que la UE no movió un dedo para respaldar un referéndum sin garantías y contrario a la legalidad y a la Constitución. Al contrario, subrayó la defensa de la integridad territorial española.
La propuesta de la ANC de declarar la independencia en 2023 ha sido, por lo demás, rechazada por todos los partidos independentistas, incluidos Junts per Catalunya (JxCat), que no está por fijar plazos, y la CUP, aunque estos dos grupos, en una muestra más de política simbólica que no conduce a ningún sitio, votaran el martes en la Mesa del Parlament a favor de admitir a trámite una Iniciativa Legislativa Popular (ILP), presentada por seis ciudadanas, que pretendía reactivar la declaración unilateral de independencia (DUI) del 27 de octubre de 2017. La iniciativa fue rechazada con los votos en contra del PSC y la abstención de ERC.
La ANC se ha convertido ahora en la representante de una parte minoritaria del independentismo, la que reúne a 150.000 personas en la Diada, un movimiento que siempre existirá, pero que sigue alejado de la realidad política y social. La pancarta en la manifestación del Onze de Setembre que mejor refleja la esencia de esta fracción del independentismo es aquella que decía “Sense polítics, ja seríem independents”. Esa frase contiene los dos elementos que definen lo que se expresó el domingo en las calles de Barcelona: la antipolítica y el autoengaño.
Afirmar que sin políticos, solo con “el pueblo”, Cataluña ya habría declarado la independencia es, por una parte, una manifestación contra la política entendida tal como se practica en las democracias, en las que los partidos políticos, con sus virtudes y sus defectos, son el instrumento imprescindible para conseguir los fines de cambiar la vida y cambiar la historia, o de impedirlo, en el caso de los partidos conservadores. Esa frase remite además al populismo reaccionario que encierra la expresión “todos los políticos son iguales”.
La consigna refleja también con meridiana exactitud el autoengaño a que se encuentran sometidos quienes la suscriben. ¿Cómo puede creer alguien que “el pueblo”, sin organización, sin dirigentes, con su sola voluntad, puede protagonizar una ruptura tan traumática como es la declaración unilateral de independencia de un territorio? ¿Cómo, dónde y cuándo se hace? ¿Cómo se controla el territorio? ¿Cómo se responde a la lógica reacción contraria del Estado que se quiere abandonar? En fin, las preguntas sin respuesta son tantas que no merece la pena seguir.
Las propuestas irrealizables de Feliu solo demuestran que cada nuevo dirigente de la ANC se aleja más de la realidad que el anterior. Era difícil superar el pensamiento mágico y las iniciativas extravagantes de Elisenda Paluzie, pero Feliu lo ha conseguido. Felicidades.