El periodista Pedro Vallín (Colunga. Asturias, 1971) analiza la política a través de las películas en su libro C3PO en la corte del rey Felipe (Arpa), lo que le permite desdramatizar los años convulsos que España ha vivido desde la transición. Se declara optimista respecto al futuro, pero muy crítico con su profesión. Está convencido de que la pandemia pondrá fin a un exceso de politización que polariza la sociedad. Y que el atrasismo no vencerá.

--Pregunta: ¿A qué genero cinematográfico pertenece la reciente historia de España?

--Respuesta: Tiene elementos de cine de catástrofe, elementos dramáticos y un punto de romanticismo. Pero creo que en general, el mundo es una comedia ligera, el título de una novela de Eduardo Mendoza sobre la burguesía barcelonesa. Siempre he pensado que la vida tiene un poco ese tono, ocurren cosas graves, pero en el fondo se puede limitar el alcance de todo. Analizar la política a través de las películas busca eso, seriedad y ligereza. Estamos en un momento trascendente para España, estamos en una encrucijada en la que podemos dar un salto adelante como democracia moderna, o dar dos pasos atrás, algo que hemos hecho en algunas ocasiones. A pesar de la gravedad de la hora, tengo una terrible alergia a la solemnidad. No hay nada que me ponga más nervioso que la gente grave.

--El expresidente catalán José Montilla hablaba de la desafección hacia la política, una frase que hizo fortuna. Tras la irrupción de las redes sociales, que abordas en tu libro, ¿qué es más real ahora mismo para el ciudadano, la política o las películas?

--Los que estamos en redes sociales y vemos la virulencia de la conversación debemos relativizar. Si un señor que no sabemos cómo se llama, tiene muchos seguidores  y la fotografía de un actor o de una estatua griega como avatar, te dice cosas horribles, hay que tomártelo como lo que es. Es decir, nadie. Yo lo llevo muy bien, no me afecta nada. Sobre la desafección, creo que hemos vivido una década tremendamente politizada. Las democracias liberales crean un pacto no escrito con el ciudadano, según el cual, “si usted quiere ser muy activo en política, pues bien”, pero “si no quiere no importa” porque las reglas del juego se mantienen. En un régimen totalitario tienes que conocer la personalidad y caprichos del cacique o el dictador de turno porque te va la vida en ello. Tengo amigos que no sabrían decir el nombre de ningún ministro de la democracia, viven absolutamente al margen de la actualidad política.

 

--¿Qué ha cambiado?

--A partir de la quiebra en Wall Street en 2008, el ciudadano toma conciencia de aquella frase que luego hizo famosa el 15M: “Si no haces política, te la hacen”. Y entramos en un período de politización total. Las grandes cadenas generalistas sustituyen sus programas, sus debates, sus reality, sus programas de corazón, por debates políticos. Hay una inflación hipertrófica de discusión política. Aquí debo confesar mi ingenuidad, pues pensé que dejar de hablar de las andanzas de Rociito o de los ganadores de supervivientes, para debatir sobre presupuestos y fiscalidad, significaba un salto adelante, que el país maduraba. No pude haberme equivocado más. La política se empapó de ese discurso banal. Esa politización ha estresado mucho el ambiente, lo cual también se expresa en fenómenos como el procés y el 15M. Creo que después de la pandemia, este momento de hiperpolitización se mitigará. La gente necesita volver a sus asuntos. Habrá un proceso de despolitización y eso será bueno para el país.

--Decías que si no haces política, te la hacen. Las grandes empresas mandan, los políticos tienen las manos atadas y vemos puertas giratorias. ¿Eso es reversible?

--Voy a ser optimista. Ese proceso empieza cuando en los años ochenta se impone el dogma neoliberal, la desregularización y el crecimiento elefantiásico de las grandes corporaciones multinacionales. Eso hace que los gobiernos se vayan achicando y que el Estado-nación pierda poder. Las recetas neoliberales se convirtieron en una especie de sentido común que abrazaba todo el mundo. Izquierdas moderadas y derechas estaban de acuerdo en eso. Ha sido un ciclo ininterrumpido durante 40 años, pero ahora hemos vivido dos traumas muy importantes que son buenos para frenar ese proceso. El estallido en Wall Street puso fin a la hegemonía del pensamiento neoliberal, aunque no ha habido todavía un relevo real. Hay tímidos intentos rooseveltianos y keynesianios frente a las recetas de austeridad. Las políticas de Joe Biden certifican esa defunción, sino total, del neoliberalismo. La pandemia, aunque nos cueste verlo ahora, ha puesto de relieve la potencia de los gobiernos. La gestión de las sociedades sofisticadas, con todos los problemas que hay como la desigualdad de reparto de vacunas que hay, ha sido extraordinaria. Con pequeñas salvedades, como Boris Johnson o el modelo equivocado de Suecia.

--No lo hemos hecho tan mal...

--Que hayamos encauzado una crisis sanitaria, que en otras épocas hubiera causado millones de vidas, es porque los Estados funcionan. Luego podemos discutir cuánto dinero se desvió a las farmacéuticas, pero lo innegable es que en un año tuvimos vacunas. Eso es un éxito civilizatorio. Y creo que los dos procesos, el fin de la hegemonía neoliberal y que los gobiernos hayan tomado conciencia de su capacidad de actuar y de la importancia de los sistema públicos de protección (en términos de salud, pero también educativos), supone que el aparato del Estado se ha reivindicado. Lo que está pasando con las grandes tecnológicas, cuyo tamaño y capacidad para intervenir en el debate político se está cuestionando, también es una buena noticia.

 

 

--Dentro de ese optimismo ¿cómo valoras el auge de la extrema derecha, ese aroma a Varon Dandy, los toros y el puro, de los que hablas en tu libro?

--Rastreando qué hay detrás del fenómeno Trump, absolutamente contemporáneo, y cuando empezó a descollar la extrema derecha francesa a partir del lepenismo, veo que comparten algunas similitudes. Básicamente son reflejo del mal humor de los perdedores de la globalización. El pequeño agricultor, el pequeño comerciante, algo muy de la América interior… En Francia, el movimiento lepenista empieza recogiendo el desagrado de la Francia no parisina, como representó el líder campesino Bové. En nuestro país se produce una situación peculiar, porque nuestra ultraderecha nace como un cisma del PP. Vox expresa la reacción del Estado profundo a los procesos de caducidad de los consensos del 78. Podemos y el procés son los síntomas de que dos de los pactos del 78 caducaron, uno es el pacto material o generacional, y el otro es el territorial. En lugar de mejorar, de refundar los acuerdos de la transición, de revisar el contrato social y territorial, es interpretado como procesos que cuestionan la supervivencia del Estado. Vox es un reflejo de eso, no es extraño que su gran rally sea posterior al procés. La prueba evidente es cómo está compuesto ese grupo parlamentario: abundan los técnicos de comercio del Estado, abogados del Estado, jueces en excedencia, militares en la reserva… Uno tiene la sensación de que eso es algo como muy madrileño, independientemente de que consiga votos en otro sitio. Pero cuidado, porque se esta vertebrando un movimiento de la España vaciada muy sofisticado, que no se parece en nada a las tractoradas de la Francia interior en el cambio de siglo. Son análisis muy elaborados, a través de organizaciones que no son populistas, sino que son eminentemente pragmáticas. Ahora mismo, para el crecimiento de Vox, un obstáculo son las organizaciones de la España vaciada, que pretenden presentarse electoralmente en muchas provincias.

Pedro Vallín comenta su libro 'C3PO en la corte del rey Felipe' / CG

--El líder del PSC, Salvador Illa, admite que no preocupa tanto el procés, como esos movimientos de la España vaciada.

--Porque el procés está en reflujo de marea. El problema no ha desaparecido, quizá vuelva a expresarse de otra manera más adelante, no necesariamente con un desafío institucional contra el Estado. Pero esto cuesta decirlo, pero su plan ha sido un fracaso rotundo, ha acabado con gente en la cárcel, exiliada… sin que eso exima al Estado de cómo se ha comportado ni entrar en el fondo de la selección de delitos imputados. El procés ha sido un rotundo fracaso, porque el objetivo era el que era, y el resultado es el que es. Entiendo que Illa considere que no es un problema de primer orden acuciante. Pero la España vaciada, si consiguen grupo parlamentario, porque hay motivos de que podía lograr entre seis y doce diputados. En muchas provincias hay gran tradición de esos movimientos que llevan años trabajando sobre el territorio. Además de contener a Vox, a quien le va a quitar escaños es a los dos grandes partidos. Y según las provincias, más al PSOE que al PP.

 

 

--En el libro te refieres a José Luis Rodríguez Zapatero como el presidente que mas hizo por intentar una segunda transición. Ahora que además se cumplen diez años del fin de ETA ¿es necesario ese reconocimiento?

--Zapatero dijo en una entrevista que el fin de ETA no fue policial, fue un fin político, fruto de la negociación, porque había mucha gente en la reserva para coger las pistolas. Creo que fue el primero en identificar el problema, se dio cuenta de que España necesitaba un salto adelante. Pero quienes propiciaron la transición creen que eso es impugnatorio de lo que ellos hicieron. Toda esta discusión me parece absurda. En la transición se hizo lo que se pudo hasta donde se pudo. Fue virtuoso, funcionó muy bien durante dos décadas y media para que esta sociedad se modernizara. El constitucionalismo democrático es un work in progress, se basa en la perfectibilidad del sistema, que siempre puede ir adaptándose a cómo evoluciona la sociedad y el mundo. Zapatero fue el primero que vio que los consensos de la transición se debían revisar, hay que reconocerlo.

--Pero no lo logró.

--Fue recibido con una resistencia atroz, como si lo que se firmó en el 78 fuera la Biblia y tuviera que gobernar el mundo durante los próximos cinco siglos. Él intentó cosas, y dos le salieron bien. Por un lado, el progreso en los derechos civiles y políticos, un ensanchamiento del liberalismo clásico, como la ley del matrimonio igualitario, el divorcio exprés o la ampliación de los supuestos del aborto hasta casi la despenalización total. La sociedad española lo encajó muy bien y demostró su modernidad. Y lo otro que le salió bien fue seguir practicando las políticas de diálogo, porque él no se inventó nada para intentar acabar con ETA: lo intentaron todos sus predecesores. Pero lo suyo tiene más mérito, no solo porque tuvo éxito finalmente, sino porque lo hizo con la resistencia del primer partido de la oposición, que le causaba de traidor. Y eso no había ocurrido antes que Zapatero. Las políticas antiterroristas de anteriores gobiernos fueron secundadas por la oposición. Lo que no le salió bien fue revisar el modelo territorial, mediante un modelo federal o confederal, impulsando los nuevos estatutos de autonomía, con la desgraciada historia del Estatut catalán, que termina como termina. Ahí ya el Tribunal Constitucional enseña la patita de lo que luego hemos visto en que se ha convertido, en un mecanismo de resistencia del Estado profundo a cualquier proceso de modernización democrática del país. Yo creo que sí tiene mérito Zapatero, sobre todo porque identifica muy bien el momento, luego tropieza con resistencias con las que no contaba, y eso hay que ponerlo en valor.

 

 

-- El Gobierno de coalición PSOE y Podemos acaba de abordar la reforma laboral y ha aprobado la ley de vivienda. Pero con mucha polémica, mucho ruido. ¿Eso es debido a la oposición, a esos poderes fácticos de los que hablábamos?

--Voy a ser muy franco. Creo que el 80% de los problemas que atribuimos a la política es responsabilidad de la comunicación, del periodismo político. A los políticos, en buena medida, les educamos. Si primas el estrambote como corte para la radio o la televisión, es como el conductismo de Pavlov, saben que si la dicen más gorda tienen un minuto de televisión. Esto es un proceso de años. En esa polarización que tenemos y en esa falta de compromiso de nuestra derecha institucional, que debería ser un modelo de moderación y parecerse a la CDU o al PNV, tiene mucha culpa lo que te decía antes, la terrible inflación de la información política. Esto ha creado una tendencia a la hipérbole que hace que todo se convierta en una controversia máxima. Una parte sustancial del éxito de la transición, de ese delicado momento, se basa en que una buena parte del periodismo se pone de lado de la modernización. Secunda el proceso de puesta al día o de cambio a la democracia. Hoy ocurre lo contrario, que el periodismo, no solo el conservador, sino el progresista, se ha puesto de uñas ante los procesos de modernización pendientes. Esto, lo explico en el libro, ha generado una situación terriblemente anómala: ha creado la mentira de que el programa electoral de Podemos, que cualquier catedrático de ciencia política honesto reconocería que es socialdemócrata light, es radicalismo comunista. En el marco actual, no quiero pensar qué pasaría si Miguel Boyer sale a decir que se queda con Rumasa.

--¿Impensable?

--Imaginemos a la ministra Calviño que, ante la situación de emergencia energética y ante la rebelión de una empresa que ha vaciado pantanos a mala fe para tener unos beneficios altos durante el verano, anuncia que la van a nacionalizar. Pues esto lo hizo el PSOE en los ochenta. ¿Este desplazamiento del eje qué problema tiene? Pues que al coger toda la pantalla y moverla a la derecha, de repente la luz ha iluminado a Vox que debería estar fuera como opción política homologable a las opciones democráticas, cuando en realidad es nacionalcatolicismo predemocrático un poco maquillado. Debería estar, como en el resto de Europa, fuera del eje de opciones disponible o respetables. Se ha creado un gigantesco fake respecto a que regular la vivienda como hace la CDU en Alemania es poco menos que maoísta. Y en esto, los periodistas, tenemos toda la responsabilidad.

--Citando a Unamuno ¿te duele España?

--Va a quedar horrible lo que voy a decir, lo que me duele es mi profesión. No me duele España porque creo que nuestra historia está llena de tropezones terribles, que nos ha generado un humor que como sociedad me gusta mucho. Mi amor es a gentes y lugares, pero no a un concepto nacional convencional. Siempre hago broma con esto, pero deberíamos ser sometidos por los portugueses, pero no en una federación ibérica, sino que manden ellos y con capital en Lisboa, y todos hablando portugués en cinco años, porque son una gente mucho más civilizada que nosotros. No, no me duele España porque creo que las fronteras son contingentes. Y pase lo que pase, mis afectos van a mis gentes y a los lugares, lo que está por encima de la conyuntura política. Y además soy optimista. Tradicionalmente en nuestra desgraciada historia de los últimos 200 años, las fuerzas atrasistas han sido minoritarias en este país y se han impuesto por la fuerza. Y las fuerzas progresistas han sido mayoritarias. Me parece que no cabe en la Europa occidental ni en el marco de la UE que haya una solución violenta a los problemas del país, creo que los atrasistas no ganarán