El independentismo tomado en serio exige argumentos que el movimiento del procés no ha querido ofrecer en todos estos años. Pero algo se mueve. El vicepresidente de la Generalitat y líder de ERC --será el candidato a la Generalitat--, Pere Aragonès, sostiene en su libro L’independentisme pragmàtic (Pòrtic) que sólo con una mayoría “del 70% o el 80%” se podría pedir un referéndum de autodeterminación. Un referéndum, no la proclamación de la independencia de forma unilateral. Esos mensajes, sin embargo, quedan sepultados, porque no se exhiben de forma pública y porque los que se escuchan con mayor volumen son los de Elisenda Paluzie, la presidenta de la ANC, o el del presidente Quim Torra, que hablan de lograr el 51% de los votos en las próximas elecciones como garantía de éxito.
Aragonès ha asumido la dificultad de un proyecto político que sólo se exhibió como bandera para pugnar por la hegemonía política en el campo del nacionalismo. Los expertos, cuando han interiorizado el problema, cuando han querido asumir el reto que, presuntamente, se planteaba, han dejado las cosas claras. Es el caso del profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado, un referente del pensamiento político tras obras como La democracia sentimental (Página Indómita) o su reciente Nostalgia del Soberano (Catarata).
No hay derecho de autodeterminación
Arias Maldonado señala que el derecho de autodeterminación, en ningún caso, se puede aplicar a Cataluña, que plantear un referéndum es divisivo, y no lo permite la Constitución española, ni la práctica totalidad de constituciones en el mundo, y que sólo “desde la asunción de la pluralidad interna” de Cataluña, se podría entrar en alguna negociación para mejorar el marco político en España.
Lo que la comunidad académica, científica y política ha señalado es que se ha acabado el tiempo de la propaganda, que ya basta de mensajes publicitarios y de mentiras o medias verdades. La independencia de Cataluña no se conseguirá aunque los partidos independentistas tengan una mayoría de votos. Lo ha señalado también un referente del catalanismo, como el exconsejero Andreu Mas-Colell, uno de los mejores economistas en España, y referente en EEUU. Mas-Colell se ha posicionado, en los tres últimos años, de forma muy crítica respecto al independentismo que pueda identificarse en activistas como Paluzie o Torra.
Aragonès abre los ojos
Esa posición la ha comenzado a interiorizar ERC, con reflexiones como las de Aragonès, que se dicen poco en público, ante una masa de manifestantes, porque supondría decirles a la cara que el proyecto no tiene ninguna posibilidad. Pero se deja escrito, y se comunica con cierta vergüenza. Aragonès, en su libro, indica que el acuerdo interno en Cataluña “debe ser mucho más grande. Debemos ser el 70% o el 80% a favor y entonces podremos decir: ¿Ahora os parece que sí, que podemos hacer un referéndum sobre la independencia?".
Arias Maldonado lo ha explicitado en un largo artículo en la revista Idees, Sobre la legitimidad de la secesión territorial en el marco liberal-democrático. La idea es que debemos tomarnos las cosas con la máxima seriedad: “Cuando se habla de la secesión territorial en una democracia, conviene ser cuidadoso con las palabras. No es lo mismo hablar de un derecho a la autodeterminación que de una independencia lograda mediante un acuerdo democrático que no apela al cumplimiento de derecho alguno, por no mencionar la hipótesis de una decisión unilateral que invoque una mayoría popular al margen de los procedimientos”.
Para las colonias
El argumento de los votos, esgrimido por el independentismo, no es válido. En una democracia de corte liberal, la que funciona en Occidente, hay procedimientos, leyes, y razones: “La política en la democracia parlamentaria no puede limitarse a satisfacer exigencias que vengan respaldadas por los votos o la movilización colectiva, sino que debe atender a razones si no quiere vaciarse de todo contenido moral”. Y el movimiento independentista ha carecido de ese contenido moral, dividiendo una sociedad por la mitad.
El llamado derecho a la autodeterminación, que el presidente Torra exige como si fuera la petición de una subvención por zona catastrófica --como algo natural-- no se aguanta en ninguna democracia. “Hay que empezar por señalar que apenas hay constituciones en el mundo que reconozcan el derecho a la autodeterminación de sus territorios o regiones; ninguna de las excepciones --Etiopía, San Cristóbal y Nieves-- corresponde a una democracia avanzada. En el plano del Derecho Internacional, la posibilidad de la secesión está condicionada al cumplimiento de alguna de estas dos condiciones: grave violación de derechos u ocupación colonial. Así lo señalan la Carta de Naciones Unidas y el conjunto de declaraciones que la desarrollan, en consonancia con el origen de un concepto cuya vida política comienza con la declaración que hace el presidente norteamericano Woodrow Wilson tras la I Guerra Mundial pensando en los pueblos sometidos a dominación colonial”, remacha Arias Maldonado. ¿Son suficientes esos argumentos para el independentista medio? Por ahora no, pero para el conjunto de los españoles sí, y eso es lo que cuenta para imposibilitar el objetivo del independentismo irredento.
Secesión unilateral a la fuerza
Sí existe una posibilidad para el movimiento independentista, y estaría más cercana a lo que piden fuerzas políticas como la CUP. El consenso académico así lo apunta. Aunque no exista un derecho a la autodeterminación, ello no es obstáculo para que esa secesión tenga lugar, “ya sea mediante una declaración unilateral seguida de violencia (el caso esloveno) o a través de un acuerdo que desemboca en un referéndum decisorio (el caso escocés). Habría que añadir que a este mismo resultado puede llegarse en ausencia de cualquier fundamento normativo: se puede ganar sin tener razón”.
¿Y cómo se gana sin tener razón? Arias Maldonado lo expone y enlaza con lo que ha defendido Carles Puigdemont en los últimos meses. El politólogo lo explica: “Imaginemos por un momento que millones de catalanes se hubieran echado a la calle tras la proclamación de la independencia realizada por el expresidente Puigdemont; es probable que eso hubiera puesto en marcha una dinámica política que condujese, por la desnuda fuerza de los acontecimientos, a la independencia o a la negociación sobre la independencia. Por otro lado, y si nos ceñimos a la noción de una secesión democráticamente ordenada, la teoría política no puede desatender la hipótesis contraria: la de un territorio en cuyo interior exista una mayoría abrumadora en favor de la secesión”.
Cómo se fiscaliza la 'nacionalización'
En ese segundo apartado parece estar ahora ERC, teniendo en cuenta que en la primera posibilidad, la de echarse a la calle y a ver qué pasa, la sociedad catalana en su conjunto no parece proclive, ni el núcleo más irredento del independentismo, teniendo en cuenta que el PIB per cápita de Cataluña es de 30.000 euros. No hay casos en el mundo de una revolución con tal capacidad adquisitiva.
Existe, en el caso de que ERC tuviera razón y buscara un camino para nacionalizar al grueso de la población catalana, un problema nada menor. Porque, ¿cómo se fiscalizará ese proceso, con qué estrategias, métodos y medios? ¿Con una presión social, mediática, desde el Govern de la Generalitat, con un control férreo para convencer a todos los catalanes que lo mejor es la independencia? Arias Maldonado señala esa cuestión, crucial en estos momentos, por la utilización que el independentismo hace de los medios de comunicación públicos de la Generalitat. Cierto que eso sería el método --que se debería vigilar-- tras convencerse de que se debería tener una mayoría detrás para lograr los objetivos. Y que, por tanto, se debería tener en cuenta: "¿Podría ignorarse la voluntad de tantos ciudadanos? No parece razonable, ni políticamente viable. En este caso, la única solución es admitir de manera implícita una suerte de cláusula de salvaguardia según la cual una mayoría abrumadoramente favorable a la secesión no podrá ser ni moral ni políticamente ignorada".
El obstáculo de la pacificación
La fórmula para llegar a un nuevo acuerdo, entre todos en España, pasa por el federalismo, a juicio de la mayoría de actores que se han pronunciado desde el campo académico, pero también jurídico y político. Arias Maldonado sigue esa línea y plantea perfeccionar el estado autonómico, con herramientas federales. Sin embargo, antes de entrar en esa senda, plantea el problema central: “A mi juicio, el principal obstáculo para su pacificación está en el orden de las percepciones: mientras el nacionalismo siga presentando a la sociedad catalana como víctima del centralismo español, la distancia entre sus reclamaciones y la realidad será demasiado grande como para hacer posible ningún acuerdo”. Contundente.
Por ello, es el independentismo quien debe dar el primer paso. No al revés. Esa es la posición de los expertos que más y mejor se han aproximado al llamado problema catalán, los que se toman en serio la cuestión. Y lo que piden es muy claro: la asunción de la pluralidad interna de Cataluña.
Reconocer la pluralidad interna
“Si la Constitución de 1978 reconoció jurídica y políticamente el pluralismo interior de la nación española, ha llegado la hora de que sus nacionalidades y regiones hagan lo propio. Idealmente, ese reconocimiento debería ir acompañado de una normalización de la diferencia en la cultura política española, de tal manera que la autoimagen de los españoles se correspondiese en mayor medida con la de un Estado descentralizado que contiene distintas nacionalidades y regiones en su interior. Esto difícilmente podrá hacerse mientras la demonización de España forme parte del discurso político nacionalista. Dicho de otro modo: mientras el proceso de descentralización iniciado en 1978 sea presentado como un fracaso sin paliativos y no como el éxito que en tantos aspectos ha sido, no será posible entablar un debate sosegado sobre su posible reforma”, sentencia Arias Maldonado.
Aragonès parece que ha leído a Arias Maldonado con atención. Aunque, por ahora, con la boca pequeña, mientras sí grita con fuerza Elisenda Paluzie.