La marea baja. Y en ese momento las diferencias han vuelto a aflorar. Hay escepticismo, y una sensación de cierta derrota, de “no era esto, amigos”. El constitucionalismo, lo que se ha entendido en los últimos años como la oposición democrática al independentismo, exhibe sus fisuras. Pero, ¿se había logrado, realmente, la unidad? Dos colectivos de intelectuales, de distinto signo, han mostrado en los últimos días esas diferencias, que se podrían identificar con dos figuras, generacionalmente diversas: la del ensayista y diplomático Juan Claudio de Ramón y la del notario y articulista Juan José López Burniol, uno de los impulsores del editorial conjunto que suscribieron los diarios catalanes en defensa del Estatut de 2006.
Son intelectuales afines a lo que ha representado Ciudadanos desde el inicio del proceso independentista, frente a intelectuales que se han movido siempre en la órbita sociovergente, y que se declaran catalanistas. Se trata de la crítica seria, importante, al papel que ha tenido principalmente el PSC en su relación con el nacionalismo de CiU y ahora con el movimiento independentista. Y lo que surja de esa dialéctica será de vital importancia para el futuro de Cataluña.
Diseño del catalanismo
Juan Claudio de Ramón señala su máxima, la del colectivo que firma un escrito en Letras Libres, de esta semana, con el título de A nuestros amigos catalanistas: una respuesta. Es la réplica al texto del colectivo catalanista Treva i Pau, que, en La Vanguardia, el día de Sant Esteve, tituló con una frase contundente: “A nuestros amigos españolistas”. Una de las almas de ese colectivo es López Burniol, junto a Jordi Alberich, Eugeni Bregolat, Josep Maria Bricall, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Carlos Losada, Margarita Mauri, Josep Miró i Ardèvol, José Luis Oller Ariño, Alfredo Pastor y Xavier Pomés.
Para De Ramón, las cosas deberían partir de una premisa: “El país que tenemos, en España, es básicamente fruto de un diseño del catalanismo. Ha sido decisivo en la arquitectura institucional del país. Dos de los siete padres de la Constitución son de vocación catalanista (Miquel Roca y Jordi Solé Tura), y me refuerza la idea de que influyeron en el pacto constitucional, que los demás aceptamos. Y ahora no tenemos la sensación de haber incumplido la parte del trato, ni mucho menos”.
Nuevo pacto interno
¿Qué es lo que está en juego? La carta, en Letras Libres, la firmaron el propio De Ramón, junto a Elisa de la Nuez, José María Múgica, Germán Teruel, Javier Tajadura, Francisco Sosa-Wagner, Mercedes Fuertes, José Javier Olivas, Ignacio Gomá y Francesc de Carreras. Y el meollo del asunto es que ese catalanismo estaría haciendo ‘el juego’, otra vez, al nacionalismo, ahora mutado en independentismo.
Si se debe establecer un acuerdo, el constitucionalismo que defiende De Ramón, pedirá nuevas bases para articular la sociedad catalana: un modelo educativo con mayor presencia de la lengua castellana, unos medios de comunicación públicos plurales, no sujetos al dominio político independentista; el fin de subvenciones a entidades que ejercen de plataformas políticas independentistas; el fin, en conclusión, de una política identitaria que se ha escondido en el “victimismo”.
Mirando a Iceta
Es una posición que, con posiciones más matizadas, ha defendido Antón Costas, expresidente del Círculo de Economía, con su idea de que ha llegado el final del “consentimiento” de una parte de la sociedad catalana que no había participado hasta ahora del juego político.
Es la relación, en realidad, que se ha establecido entre Ciudadanos y el PP frente al PSC, que lidera Miquel Iceta, que se ve, otra vez, como un partido sujeto al marco de juego que trazó, primero el Pujolismo, y, después, el independentismo de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.
La España centralizada
El catalanismo de Treva i Pau, que reclama una tercera vía en la que el independentismo sepa rectificar, pero con cambios, también, en la estructuras del Estado, lo precisa en su manifiesto: “No creáis que ante el surgimiento de un nacionalismo de la separación en Cataluña la respuesta es acentuar el españolismo, confundiendo unidad con uniformidad. Un foso no se supera construyendo un muro. Eso sólo acrecienta el problema. La respuesta al foso son los puentes. En eso estamos”.
Lo clarifica Jordi Alberich, miembro del colectivo catalanista. “Las diferencias existían antes y ahora se ponen de manifiesto. En los años 2000 se dibujó una España en la que muchos nos podíamos sentir incómodos, y en aquellos momentos ya se apuntó, como hizo en su día el Círculo de Economía, con una España centralizada, que quiso implantar el Gobierno de José María Aznar”.
España plural
Es decir, la acumulación de pequeños o grandes agravios habría derivado hacia un movimiento independentista que Treva i Pau rechaza, pero que, al mismo tiempo, ha podido tener sus pequeñas verdades.
En el otro lado, la percepción es muy distinta. Ya se había conseguido el objetivo del catalanismo, se entiende. Ya es España un país plural, que respeta su diversidad, y ha sido el independentismo el que ha roto el consenso, incumpliendo el trato. Las expresiones son diáfanas.
Unidad o uniformidad
En el texto se señala: “En 2020, nosotros solo hemos conocido una Cataluña próspera, plenamente libre para desarrollar sus señas de identidad. No tenemos la sensación de haber incumplido nuestra parte del trato. Creemos que España se ha reconciliado con su diversidad interna, hace tiempo que dejó de confundir unidad con uniformidad, y que ahora cabe esperar y exigir lo mismo de Cataluña o del País Vasco. Cuando eso suceda, libres de angustia identitaria, y conscientes de que tanto España como Cataluña son realidades históricas hechas y derechas, imbrincadas y solapadas—no se pueden entender una sin la otra—ya no hará falta que nadie sea españolista o catalanista y podremos dedicarnos a ser europeístas y labrar la realidad por hacer, la de Europa”.
Alberich insiste: “Han participado diferentes factores, pero hay que entenderlos todos; una retórica nacionalista, cierto, un campo abonado por Jordi Pujol; una carencia de la democracia española, con proyectos políticos centralizadores desde los primeros años 2000, y el estallido de una crisis económica feroz”.
El papel frustrado de Ciudadanos
Pero, ¿qué hacer ahora? El “españolismo” de Juan Claudio de Ramón, o de Francesc de Carreras, referentes de un partido como Ciudadanos, que se lanzó a la arena política para implementar un discurso alternativo y superador del nacionalismo, ya no tiene ningún empacho en cargar sin contemplaciones contra el “catalanismo”. Porque se percibe como el disfraz del nacionalismo que ha mutado en independentismo. “A nosotros nos llama la atención, por ejemplo, que deis por hecho en vuestra carta que ‘españolistas’ y ‘nacionalistas españoles’ es lo mismo. Es posible que así sea, pero nos sorprende porque nos consta que muchos de los que firmáis la carta os definís como catalanistas sin consideraros por ello nacionalistas catalanes. A veces cuesta creerlo, pues en la praxis se han asemejado bastante”, se señala en el texto.
Hay recelos, y tristeza, por parte de todos. Pero trasluce unas diferencias que se habían ocultado, porque el adversario político exigía una unidad circunstancial. Producto de ello fue la victoria electoral de Ciudadanos, con Inés Arrimadas al frente, en las elecciones de diciembre de 2017. ¿Era el millón largo de votantes un electorado no catalanista, dispuesto a poner en pie una alternativa a todos los años de nacionalismo en Cataluña?
Mundos enfrentados
Ahora los actores implicados entienden que no, que fue la unión de muchas voces que vieron en Ciudadanos, más que en el PSC, un bastión frente al independentismo irredento que acababa de protagonizar los actos del 6 y 7 de septiembre y del 1 de octubre de 2017. Pero que no constituían un proyecto de sociedad alternativo. O, al menos, Ciudadanos no lo supo canalizar.
Ahora, ese “constitucionalismo” vuelve a reflejar visiones distintas, las que exponen Juan Claudio de Ramón o Francesc de Carreras, y las de López Burniol o Jordi Alberich. Y eso se dirimirá en las próximas elecciones, con dos mundos intelectuales enfrentados.