El Supremo ya no huele a naftalina
El mayor de los Mossos d'Esquadra Josep Lluís Trapero no defrauda en su declaración como testigo del juicio del 'procés', en la que quiso exculparse sin quedar como un traidor a la patria
15 marzo, 2019 00:00A primera hora de la mañana la cola para entrar en la sala segunda del Supremo era abundante. La atracción del día, sin duda, era la presencia del mayor de los Mossos Josep Lluís Trapero ante el tribunal. La mayoría de los que conformaban esa cola eran catalanes. Casados con la causa o, literalmente, con alguno de los encausados. Había parejas y familiares. También curiosos, como uno de los antiguos botones del antaño Hotel Ritz de Barcelona, originario de Ciudad Real, y una maestra jubilada de Mataró y miembro de Òmnium Cultural.
La transparencia en este juicio es total. Además de estar televisado, los visitantes no deben reservar con tiempo. La burocracia es mínima. Es suficiente con personarse y enseñar el DNI. A falta de cruceros, estos días Madrid inaugura un nuevo tipo de turismo, el judicial.
Victimismo
La prohibición de teléfonos móviles obligaba a entablar conversación. Un joven de pelo oscuro y barba decía que “se la pela la Constitución”. Que tampoco la votó: “Ni yo ni mis padres”. Lucía, además, una camiseta con el lema: “Us volem a casa”, en referencia a los políticos en prisión preventiva. Probablemente pensaba que España es un Estado fascista, pero no reparaba en la libertad que tiene de llevar y expresar lo que le dé la gana. Y en las narices de los magistrados del Supremo.
De repente, se generó cierto ajetreo entre los congregados y una policía nacional se acercó. Con mala leche ordenó: “Bajen el tono de voz”. Todos asintieron y nada más alejarse, se rieron entre ellos. Una vez más se constata cómo el victimismo es uno de los grandes motores del independentismo. Y según el ensayista Daniele Giglioli, de muchas de las nuevas causas políticas.
La envidia de Cuevillas
Empezó el juicio. La gente accedía a esa sala segunda del Tribunal Supremo que el abogado Cuevillas describió por su “olor a naftalina” con tanta polilla. Al contemplar la sala, tan grande y majestuosa, es evidente que su comentario solo responde a la envidia. ¡Ya le gustaría al futuro político contar con un Supremo así en Cataluña! Al fin y al cabo, el procés no se explica sin esa pugna entre élites por el poder. En el techo, una palabra: Lex, ley en latín. Esto que ahora tanto se desprecia y que es lo que defiende a los débiles ante los abusos de los fuertes. Pasó Antoni Molons con su pelazo, la funcionaria Teresa Prohias. Y Trapero, que señaló la “irresponsabilidad” de Forn ante el 1-O.
A las 12 hubo un receso. Los presentes, en modo groupie, se acercaron a la primera línea para verlos desfilar. Los acusados se pararon a saludar. La maestra de la cola y Jordi Cuixart se fundieron en un gran abrazo. Ella se emocionó y algunos constitucionalistas flaquearon. Ya dijo el poeta Terencio que “nada de lo humano me es ajeno”. En el estrado costaba imaginarles como consellers, los que el 6 y 7 de septiembre secuestraron el Parlament. Se les ve como hombres, abatidos y cansados.
Traidor a la patria
A punto de volver del receso, nuestro Karl Kraus lideraba la cola. Es Arcadi Espada. El autor de Contra Catalunya que anticipó cómo acabaría el proyecto iniciado por el president Pujol. Mientras aguardaba en la cola, una persona importante de las defensas le saludó y le dijo que solo acude al Supremo cuando “huele sangre”. El juicio avanzaba y Trapero intentó moverse entre dos aguas. Quiso exculparse, pero tampoco ser el nuevo Castellví. Es decir, un traidor a la patria.
La jornada acabó con la estocada final de Marchena a Trapero. Pero no queda claro si se ha asistido a un suicidio o un asesinato. Solo que el olor a naftalina ha mutado en olor a sangre.